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Cada vez que se da ocasión, en este sitio, o en la radio, hago mención al gran escritor argentino Abelardo Castillo (1935-2017). Su presencia en la literatura y la crítica del Río de la Plata fue fundamental en la segunda mitad del siglo XX. Siempre hay que tener a Abelardo a mano, porque hace bien, y aun sigue enseñando, a través de sus textos o sus entrevistas. Delicatessen.uy publicó una nota hace algún tiempo. Aquí.
El recuerdo de Castillo es inevitable cuando queremos hablar de Sylvia Iparraguirre (1947) su gran compañera de ruta desde 1969. Como se lo comenté a ella, hace algún tiempo en una entrevista en la radio, me da pudor hablar de otro, para definir al interlocutor, pero Sylvia lo entendió y también reconoció la importancia de seguir hablando de Abelardo.
Sylvia Iparraguirre es escritora, docente e investigadora.Su primera novela fue El Parque (1996). Le siguió La tierra del fuego (1998), que contó con traducciones a varios idiomas, El muchacho de los senos de goma (2007), La orfandad (2010), Encuentro con Munch (2013) y Del día y de la noche (2015).
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El sello Alfaguara editó, a fines del año pasado, Clases de literatura rusa, un libro que es una maravilla: entretenido, didáctico, instructivo, completo, Se trata de un gran abordaje en el que resume las clases dictadas en un seminario en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) sobre la literatura rusa clásica.
El libro cuenta con una detallada y necesaria introducción que permite entender de qué manera, el inmenso país estaba dividido entre el omnipresente y prepotente poder del Zar, con temor a la revuelta popular, y el pueblo ruso, oprimido y desplazado, fundamentalmente rural, analfabeto, sufrido y servil, además, en condiciones de esclavitud. «La sociedad de aquellos tiempos tuvo un solo intérprete y un solo vocero: sus escritores. Y una sola representación: la que ellos le dieron en sus textos”, explica Iparraguirre. Y es por este motivo que, en un sólo siglo, Rusia produce las obras de su literatura moderna. «La literatura rusa del siglo XIX fue leída desarraigada de su pueblo y su cultura. Cuando se lee por ejemplo a autores como Gógol y Dostoievski se los lee, en general, como flotando en el vacío, desconociendo los hechos que incidieron decisivamente en sus obras y en su escritura».
Aparte de la introducción general, necesaria para la contextualización de cómo surgen la narrativa de la época, cada clase está dedicada a un autor. Iparraguirre eligió a un cinco de oro literario, un gran premio para un país fragmentado: Pushkin, Gógol, Dostoievski, Tolstói y Chéjov. Ellos se transformaron en pilares de la literatura universal, pero antes, son las bases de la literatura rusa en momentos fundamentales de la historia. «De los cinco escritores que desarrollo en el libro algunos son más conocidos mientras que otros no tanto. Pero creo que, de todos modos, para todo aquel que tenga contacto con la lectura, se trata de nombres que alguna vez escuchó. De modo tal que, si uno tiene un interés y algo de este universo le llama la atención, tal vez este le resulte un trabajo útil, para empezar».
«El propósito del libro -dice Iparraguirre- fue lograr construir una introducción, una puerta abierta a estos autores rusos que creo que son en sí muchas oportunidades para ser descubiertos por lectores curiosos. Creo que se trata de nombres conocidos, incluso leídos, pero que siempre fueron tomados en su lectura como desarraigada. La gente culta que leía y escribía en Rusia era cosmopolita. Eran personas «hiper ricas» que pertenecían a una de las poblaciones más acomodadas de Europa. Tenían mucho más de asiáticos; mucho más de sultanes que de reyes europeos. Entonces estos hijos de nobles o de terratenientes que son todos estos escritores, tenían su niñera, como la tuvo León Tolstói, como la tuvo Pushkin, es decir, chicos nobles que nacían y, al hacerlo, de inmediato se les ponía una nodriza. Luego también se les ponía un chico de su edad, a los 8 o 9 años, que los iba a acompañar toda su vida (una especie de ciervo acompañante). Si tenían que ir a la guerra, iban con esta especie de sirviente personal».
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La escritora argentina Liliana Hecker define al libro de Iparraguirre como una “obra sorprendente y enriquecedora, que excede ampliamente lo que, con austeridad, propone el título. Claro que cumple con esta finalidad primaria -ampliar nuestros conocimientos sobre el tema propuesto-, y lo hace con rigor, con hondura y con una vastedad de referencias que bastarían para que su lectura resultara iluminadora. Pero el libro va más allá: desde el comienzo nos induce a leerlo con una avidez y un placer inusuales cuando se trata de una obra de no ficción.” En una nota en el diario Página/12, Hecker agrega se pregunta “¿dónde se oculta el secreto de esta magia?” y responde que “ podría aventurarse que en el material trabajado: en efecto, el “alma rusa”, desbordante e inconfundible, hace posible que aun la más pequeña de sus historias nos atrape. Pero resulta que en este caso lo atrapante es el libro mismo, del principio al fin. Y la explicación de esta cualidad hay que rastrearla en la escritura y en la forma: sus diez clases o capítulos arman una totalidad, y esa totalidad es esencialmente narrativa. Pero no se trata de una narración lineal: el libro está construido como un cruce de narraciones que van complementándose, explicándose y alimentándose unas a otras, instalando contradicciones y capas de significación, potenciando cada uno de los relatos, y dejándonos vislumbrar un trasfondo que es nada menos que la compleja realidad social rusa del siglo XIX. Un siglo de historia viva entretejido entre estos relatos.”
Comenta Hecker que “la sola mención de estos cinco escritores marca uno de los focos de atracción del libro: cada uno de los cinco ha tenido una personalidad altamente compleja y sus vidas han atravesado situaciones límite, tanto en el orden personal como en el social. La capacidad de Sylvia Iparraguirre para ahondar en caracteres tan singulares y en experiencias tan intensas, unida a su talento narrativo, nos permiten conocer a estos hombres en profundidad, lo que constituye una experiencia nada trivial. Solo a modo de indicios: nos adentramos en el carácter riente de Pushkin, en su vida desenfrenada, en su vínculo con lo popular, en las persecuciones y destierros que sufrió, en su terrible muerte prematura. Conocemos el desparpajo genial de Gogol -el genio más alto de la literatura rusa, según Nabokov–, su devoción por el pueblo, sus contradicciones entre su eslavismo conservador y su incontenible espíritu crítico y burlón. Nos adentramos en la conflictiva vida familiar de Dostoievski, en el horror que vivió en Siberia y en el viraje de sus convicciones profundas. Asistimos a las pasiones y tensiones del joven Tolstoi y luego, en el transcurso de su larga vida, a un compromiso inapelable con los campesinos que lo condujo a decisiones extremas y de una gravitación capaz de trascender su tiempo. Vemos en su contexto la excepcionalidad poco ruidosa pero definitoria de Chejov, “considerado por muchos el más ruso entre los rusos”, su ahondamiento en la Rusia profunda, su convivencia forzosa con una muerte temprana.”
Como dije, Sylvia Iparraguirre da cátedra, en este caso, sobre literatura rusa. En medio de una cultura profundamente occidentalizada. Y este libro, en forma amena y didáctica lo logra con creces. Para los que no teníamos mucha idea del alcance que tiene la literatura rusa clásica, contar con este valioso aporte, es como sacarse el Cinco de oro.
Clases de literatura rusa. Sylvia Iparraguirre. Alfaguara. Buenos Aires, 2023. 377 págs.