
Prólogo para «Sin red» | Mercedes Rosende
¿Qué secreto descubre un hijo de su padre muerto? ¿Cómo se siente un actor ante su gran noche de estreno? ¿Qué hace allí ese gato, frente a su casa, frente a su oficina? ¿Qué impulsa a un niño a cometer
¿Qué secreto descubre un hijo de su padre muerto? ¿Cómo se siente un actor ante su gran noche de estreno? ¿Qué hace allí ese gato, frente a su casa, frente a su oficina? ¿Qué impulsa a un niño a cometer
Sentí los rasguños del viento muy fuertes en la cara, eran cortantes y obsesivos. Llevaba la cajita bien cerca del pecho, donde latían cenizas de cuerpos. Tuve que bajar unas cuadras; la rambla era una herida vacía, un futuro cementerio
El perfume inconfundible del café y las tostadas me hace cosquillas en la nariz y me despierta, colándose en mi cuerpo y haciéndome ronronear de gusto. No abro los ojos porque, si lo hago, quizás se me borre la profunda
El taco hizo un último vaivén sobre el paño verde, picó al mingo y lo restalló contra la bola quince. Las manos rollizas, cetrinas, permanecieron quietas hasta que la bola hizo “clop” en la tronera y luego alzaron el taco
A los diecinueve años, Marta se asomó a lo alto del rascacielos y, viendo abajo la ciudad que resplandecía en la noche, fue presa del vértigo. El rascacielos era de plata, supremo y feliz en aquella noche bellísima y pura,
Había un pueblo donde todos eran ladrones. A la noche cada habitante salía con la ganzúa y la linterna, e iba a desvalijar la casa de un vecino. Volvía al alba y encontraba su casa desvalijada. Y así todos vivían
Si se debiera juzgar del valor de los sentimientos por su intensidad, ninguno tan rico como el miedo. El amor y la cólera, profundamente trastornantes, no tienen ni con mucho la facultad absorbente de aquél, siendo éste por naturaleza el
Me atrevo a contarlo ahora porque ha pasado el tiempo y porque Hernán, lo sé, aunque haya hecho muchas cosas repulsivas en su vida, nunca podrá olvidarse de ella: la ridícula señorita Eugenia, que un día, con la mano en
A la memoria de Manuel Michel Nunca vas a olvidar esa tarde de agosto. Tienes catorce años y estás en secundaria. Tu padre ha muerto, tu madre trabaja en una agencia de viajes. Ella te despierta a la las siete.
A Daniel GilAl poeta Álvaro Ojeda gracias a quien está historia está escrita I Los recuerdos llegan y se van en forma desordenada. A veces un disparador provoca que emerja una imagen de algo que sucedió hace más de cuarenta
El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían
Paseaba, al ocaso de la tarde, por la plaza mayor del centro de la ciudad, y lo que allí buscaba no era su vistosidad y su viveza, con ellas ya contaba, buscaba un pequeño bulto marrón en el suelo que
Supongamos que te despiertes un día desnudo en la cama de un cuarto vacío e impecable, que tu única certeza sea un vago dolor por todo el cuerpo y que sientas que es sólo el residuo de un gran dolor
El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”. Los indios selváticos dicen así del árbol al que creen poseído por un espíritu o habitado por un ser viviente. Disfrutan de tal privilegio
María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga. Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas, reglamentadas como árboles de paseo. Pero la parte que ella casó era
Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él. Corrió el niño
La carretera atravesaba la Auvernia y el Cantal. Habíamos salido de Saint-Tropez por la tarde, y condujimos hasta entrada la noche. No recuerdo exactamente qué año era, fue en pleno verano. Lo conocía desde principios de año. Lo había encontrado
Una pareja se acerca a la entrada del parque. Él es muy alto y muy rubio y pálido. Ella parece cansada. –¿Entramos? –Como quieras –La respuesta de la mujer es indiferente. –Sí, realmente. Entremos. Y se suman al desfile de
Hay que entender que yo era joven y tímido. Me costaba hablar con personas desconocidas y mi autoestima pendulaba entre la convicción triste de que yo nunca sería como los demás y el orgullo idiota de creer —realmente— que yo
Aquella noche de verano de 1840 la tormenta le puso los pelos de punta al monte que cobijaba el casco de la estancia. El ruido del viento y de los rayos no dejó dormir a nadie. Con el
Después de recorrer las salas de pintura se sacó los anteojos y la luz del día, en la explanada, la encegueció. Tuvo que tantear la superficie de concreto con la suela de los zapatos. Esas escalinatas interminables siempre le producían
La vida, como los roscones de Reyes, siempre nos guarda una sorpresa. Es lo común que los cronistas y los cuentistas vean con angustia terrible la llegada del Carnaval. La cosa se explica más fácilmente que un drama de Araquistain.
El ángel Elzevar está desocupado, lo único que sabe hacer es llevar mensajes pero ya no hay más mensajes que llevar, y entonces el ángel da vueltas revisando en la basura del gran basurero municipal en busca de restos de
Un día, cuando el diligente y apuesto camarero François se inclinó sobre el hombro de la bella condesa polaca Ostrovska, sucedió algo extraño. Sólo duró un segundo y no fue un estremecimiento o un sobresalto, un temblor o una emoción.
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora
Mientras preparo el mate en la cocina, escucho a un benteveo y me pregunto si es un benteveo cualquiera o si es Carbonero que me saluda en la mañana. La cosa empezó a fines del verano, cuando al colocar las
Santos era cochero en una estancia distante dos leguas de la nuestra. Bajo y grueso, sus cincuenta y seis años de vida bondadosa y tranquila no acusaban más de cuarenta. Contaba en su existencia con un episodio que tal vez
Sí señor, ese es Dalmacio Tatú, mi vecino de la chacra a media legua de aquí. Y usted va a saber lo que pasó. Yo, señor, no soy político ni pendenciero; no me gusta la sangre de cristiano. Claro que
Como si la sensualidad y el intelecto interfiriesen el uno en la actividad de la otra. Como si usted, autómata incesante, hubiera ganado en sensibilidad lo que ha perdido en juventud. Véase bien en el espejo de esta mañana: sienta
Se espantaba cuando daban caza a un animal. Sobre todo si era hembra. Oía las lastimaduras. Qué palabra ésa: hembra. Decían: ¡Está cargada! ¡Qué bien! Me comeré el nonato. ¡Se le iban formando huevos! ¡Mira! Pero si estaba… ¡Mira esta
No recuerdo con certeza cuándo fue la primera vez que me di cuenta de su existencia. Pero si no me equivoco, fue cierta tarde de invierno en un tranvía que atravesaba un barrio popular. Cuando me aburro de mi pieza
Mientras llevaba a cabo las malditas inspecciones, se distraía soñando sueños de gloria y había aprendido a manejarlos tan bien que nadie sospechaba que las imágenes que desfilaban por su cabeza eran más reales para él que la realidad misma.
Una flama negra danza sobre el aguanegra torre, negro vuelo, negro alfil.Vanessa Droz El 11 de octubre de 1492, a las nueve de la noche, Cristóbal se encaramó al mástil principal de la Santa María, envolvió el brazo derecho en
El maestro Arturo Saracino, de treinta y siete años, ya en el fulgor de la fama, estaba dirigiendo en el teatro Argentina la Octava Sinfonía de Brahms en la mayor, op. 137, y acababa de atacar el último tiempo, el
Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un
Dentro de escasos minutos ocupará con elegancia su lugar ante el piano. Va a recibir con una inclinación casi imperceptible el ruidoso homenaje del público. Su vestido, cubierto de lentejuelas, brillará como si la luz reflejara sobre él el acelerado
El marido de Toshiko estaba siempre ocupado. Incluso esa noche había tenido que salir precipitadamente para acudir a una cita y ella había vuelto sola en un taxi. Pero, ¿qué otra cosa podía esperar una mujer casada con un atractivo
Sobre el brocal desdentado del viejo pozo, una cruz de palo roída por la carcoma miraba en el fondo su imagen simple. Toda una historia trágica. Hacía mucho tiempo, cuando fue recién herida la tierra y pura el agua como
Un destacado académico español, especialista en gastronomía, turismo y sostenibilidad siempre escuchó hablar de Uruguay. Incluso, en varias oportunidades, este país fue objeto de estudio. Eso le permitió conocer a varios colegas uruguayos. Desde Girona, generó un fuerte vínculo con
Hay dos palabras que me sublevan, me encienden la sangre y me obligan a sentirme capaz de todo: la palabra difícil y la palabra imposible.
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos
El Diablo les vendía cobrándoles buen precio, pero a aquel paquetito con polvito blanco lo miraban, mas nadie le hacía caso…
Hay días que me siento muy irritable, como por ejemplo hoy. Aquí me estoy pudriendo en vida en este apartamento de mierda. Escribo para desahogarme y solo digo lo que pienso y siento. Busco matar las horas y entretenerme en
Visión de Babuc, escrita por él mismo Entre las deidades que presiden los imperios del mundo, Ituriel es considerada como una de las de rango más elevado y tiene a su cargo todo el territorio de la alta Asia. Una
Cuando su predicción se cumplía, la negra no aceptaba paga ni regalo alguno; simplemente, impartía o recordaba una orden que nadie dejaba de acatar:
De golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos.
Pernocté una vez en una casa encantada. No me atrevo demasiado a contar la historia porque estoy persuadido de que nadie la creerá. Sin duda alguna aquella casa estaba encantada, pero en ella nada sucedía como en otras casas encantadas.
Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan “Anoche bebí demasiado”. Quizá uno oyó la frase murmurada por los feligreses que salen de la iglesia
Patricia Highsmith (1921-1995) Escritora y novelista estadounidense, autora de «Extraños en un tren», «El precio de la sal», «El talento de Mr Ripley», «Mar de fondo» entre otros.
Acababa de ordenarme y pensaba conseguir mucho renombre en las letras; pero una mujer dio al traste con mis esperanzas. Llamábase Nicolasa Pigoreau, y era dueña de una librería, La biblia de oro, en la plaza, frente a mi colegio.
Un extranjero que ignorando absolutamente el castellano oyese por primera vez pronunciar, con el énfasis que inspira el nombre, a un gaucho que va ayuno y de camino, la palabra matambre, diría para sí muy satisfecho de haber acertado: éste
Hago notar en primer lugar esta peculiaridad de que soy sueco porque a ello se debió todo el extraño caso de mi vida, el acontecimiento verdaderamente increíble, que hoy me propongo relatar.
Todas las ancianas del campamento la ayudaron. Los hombres, por su parte, iban a fumar al camino, lejos de allí, para no oír los quejidos de la mujer.
Los vecinos construyeron para el engendro una caja semejante a un ataúd; lo llenaron de vellones de lana, colocaron en ella al pequeño monstruo y los pusieron en un rincón del patio. Tenían la esperanza de que el sol, hacedor de milagros, haría uno más.
Imagínate qué gil estaba yo esa madrugada, después de tres horas de trabajo en la milonga y dos de copas con los otros giles. Me desconoció: “¿Sos vos, Gordo?”
Ella y yo trabajábamos en una editorial de capitales europeos, y que se preciaba de haber publicado la primera Biblia que usaron los jesuitas en tierras de México
El acto que iba a realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
Nunca había ido a un baile infantil, nunca me habían disfrazado. En compensación me dejaban quedar hasta las once de la noche en la puerta, al pie de la escalera del departamento de dos pisos, donde vivíamos,
Es un día suave y el sol cae oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres
Ahora con Alfonso era algo diferente, un joven estudiante universitario preparado para escucharle. Sabía que tenía enfrente a un interlocutor que se habría de interesar en su historia.
El rabí Elimelekl estaba cenando con sus discípulos. El criado le trajo un plato de sopa. El rabí lo volvió y la sopa se derramó sobre la mesa
No me quejo, soy un tipo austero, acostumbrado a los vaivenes de la fortuna. Todo lo aguanto con entereza. Pero hay algo a lo que no puedo ni quiero renunciar y es a viajar en taxi.
Me despierto de noche de repente, y mi reloj ocupa toda la noche. No siento la Naturaleza afuera. Mi cuarto es una cosa oscura con paredes vagamente blancas. Afuera hay un sosiego como si nada existiese. Solo el reloj prosigue
Siempre Macedonio Fernández (1874-1952) escritor, abogado y filósofo argentino, sorprende con sus relatos.
La cosa funciona así… no importa si estoy tomando sol en mi balcón o picando cebolla en la cocina… mientras este mundo real caótico y amenazante sucede afuera de mi cabeza
Gracias a la indiscreción de uno de los domésticos, pudimos obtener una escena interesantísima que representaba al presidente de la República, en momentos en que se levantaba de la cama. Siguiendo idéntico procedimiento, también logramos la filmación del nacimiento del príncipe de Albania.
Heinrich Böll (1917-1985) escritor alemán, figura emblemática de la literatura alemana de posguerra, también llamada «literatura de escombros». En 1972 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
Jorge Machado Obaldía (1961). Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Es escritor. Este cuento acaba de ser premiado en “Suspensivos II”, concurso organizado por la “Semana Negra 2022”
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no
-Pues sí que está usted cómodo aquí -dijo el viejo señor Woodifield con su voz de flauta. Miraba desde el fondo del gran butacón de cuero verde, junto a la mesa de su amigo el jefe, como lo haría un
Este cuento pertenece al escritor Carlos Mendive. Poco antes de morir con enorme generosidad, autorizó a publicar sus textos en Delicatessen.uy.
Lo que voy a contar no lo he inventado. Si lo hubiese inventado alguien, si no fuese la exacta verdad, digo que bien inventado estaría; pero también me corresponde declarar que lo he oído referir…
Estiman que el hombre de Neanderthal, que habitó la tierra hace más de cuatrocientos mil años, poseía el don de la palabra. Un cuento breve del argentino Vicente Battista (1940) escritor y guionista
Las hojas de los árboles comenzaban a desprenderse y en el trajín del movimiento, se soltaban en un baile desconcertado.
El diecisiete de diciembre no era cualquier día para Jaime Sarango. Retornaba a los escenarios luego de muchos años el gran Jaime Roos, el hombre de la voz única, grave y montevideana. Y volvía nada más y nada menos que
Cuando yo era chico el árbol se cambiaba cada muerte de obispo, como decía mi abuelo. ¡Qué grande mi abuelo! Antes las Fiestas eran más lindas, ¿no?
Ana María Matute novelista española miembro de la Real Academia Española, Premio Cervantes en 2010. Una de las voces más personales de la literatura española del siglo xx
Todo el mundo pudo vernos allí, sin que ninguno saliese ni un momento. Cien testigos afirmaban nuestra inculpabilidad y, así y todo, nos quedó de aquel lance yo no sé qué: una sombra moral en el espíritu, que ha pesado, creo yo, sobre nuestra vida
La vida estaba dominada; había encontrado el reposo. Mi espíritu gozaba con el horror de la noche, mejor que con las claridades blancas de la aurora.
Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que enseguida recupera sus venticinco años.
Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce. Me fui de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce.
Un cuento breve de Bertolt Brecht (1898-1956) dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo xx,
A poca distancia de mi asiento estaban las butacas donde acostumbraban a sentarse dos hermanos míos; y detrás de ellos se sentaba una familia que había criticado, horrorizada, un concierto en que habían tomado parte muchachas de allí
En aquella primera época, el pasto crecía a sus anchas en el terreno y, al llegar a un impreciso límite, descendía, raleando de a poco, por una pequeña bajada hasta terminar en la calle de tierra y piedritas.
No era un filósofo, sólo un hombre común hecho a los lugares comunes, por lo que esa su apatía venía a resultar en una especie de indiferencia patológica: el órgano que, según lo que se temía, lo había dejado postrado.
Esteban abre la puerta. Mauricio entra. Bajito y flaco como escarbadiente, de negro como siempre. El pelo ya canoso y desarreglado. Apesta a cigarro y vino berreta.
No sabía cómo ni por qué, pero ahora se sentía más cerca del agua, la presentía más próxima y los ojos se le iban más allá de la ventana recorriendo la carretera…
Por cada hombre muerto, se regala una bandera. La ceremonia es sencilla y se desarrolla siempre de la misma forma, en la intimidad de la familia y sin curiosos que interfieran. Primero llegan dos oficiales que comunican la triste noticia a los deudos
En medio del rozado perdido por la sequía, el árbol tronchado yace siempre en un páramo de cenizas. Sentado contra el tronco, el dorso apoyado en él, me hallo también inmóvil. En algún punto de la espalda tengo la columna vertebral rota.
Un día después de la Navidad de 1915, mis deberes profesionales me llevaron al Norte; o, para ser más preciso, como nuestros convencionalismos, al “Distrito Nordeste”. Había habido ciertas charlas singulares; varios chismorreos respecto a que los alemanes tenían un
En medio de una fiesta multitudinaria, un hombre se dirige a la cocina con ánimo de despejarse un poco, algo afectado por la bebida. Allí se encuentra con la hija de sus anfitriones, una estudiante de diecisiete años que le ofrece una taza de café.
La tempestad nos había lanzado muy lejos de las costas que solíamos recorrer. Durante largas jornadas sombrías el navío embistió, con el morro por delante, a través de masas de agua verde coronada de espuma. El cielo negro parecía querer
Su pelo largo y negro, que una vez vi apoyado a un hombro en la última fila del Trocadero, se había reducido a resabios canosos y crespos que dejaban ver un pescuezo de gallina.
Cruza todos los días la plaza en el mismo sentido. Es hermosa. Ni alta ni baja, tal vez un poco gruesa. Grandes ojos, nariz regular, boca madura que azucara el aire y no quiere caer de la rama. Sin embargo,
Cuando se escuchaba un ruido extraño, en lo profundo de la noche, mi abuela murmuraba “si es de muertos que se repita”. Lo decía en gallego “se está morto, que se repita”, venía de allí, de las leyendas de su
Escucha la lluvia; quizás le quede un rato más para dormir. Sabe que le espera una jornada eterna y quiere prolongar ese inevitable momento de levantarse. Pero el despertador no da tregua y la hace saltar de la cama.
“Escribimos porque creemos que la literatura es una de las pocas posibilidades de capturar la fugacidad de las cosas importantes de la vida”.
Afirma Cicerón algo obvio, pero magistral: si tuviéramos una vida inmortal en la Isla de los Bienaventurados–, podríamos prescindir de la elocuencia –ya que no habría juicios, ni conferencias ni debates ni arengas– y de las virtudes mismas
Querían casarse, pero no había tiempo suficiente para las amonestaciones y ninguno de los dos tenía la partida de nacimiento. Vivían, en realidad, como marido y mujer, pero deseaban que todos lo supieran…
Atravesando el murmullo de aquellas oraciones, ese muro de espíritus que se abría sutilmente a su paso. Una vez en la puerta corrieron sin mirar atrás, hasta abajo de sus camas, dejando la iglesia abierta de par en par.
Es como el león de la cuadra, nos cuida, no solamente a los autos sino también a los vecinos. Una vez evitó que a una mujer la robaran. Se toma con responsabilidad su trabajo a tal punto que no falta nunca y cumple un horario como si estuviera en una oficina.
Al grito, acudían las aves de largo vuelo equinoccial, los peces pequeños que lamen el costado de las rocas, los ciervos de reales cornamentas, los cuervos de mirada alerta, los cocodrilos asomaban sus largas cabezas y los árboles parecían moverse.
El gobernador entreabrió la hamaca para contemplar el rostro de Su Majestad. De una cuchillada cercenó uno de sus dedos meñiques, entregándolo a la reina, que lo guardó en el escote, sintiendo cómo descendía hasta su vientre, con fría retorcedura
Los recreos del liceo duraban cinco minutos. Eran una prematura prueba de la relatividad del tiempo, ya que en ese breve lapso, se iba al baño, se comía, se hablaba, e incluso se repasaba para un escrito. Hace mucho no
Soy un tipo por naturaleza pacífico y enemigo de peleas. No sé, pues, cómo esa noche perdí los estrilaos y le canté las cuarenta a la grela ensoberbecida. Quizás, ella misma provocó la situación para tener un motivo que justificara su actitud.
Los arquitectos de la Torre de Babel eran gente doméstica y modesta, como ratones, comparada con Aladino
El Amor acudió volando, alegre, gentil, feliz, aturdido y confiado como niño, impetuoso y engreído como mancebo, plácido y sereno como varón vigoroso.
Comencé a caminar más rápido. De una casa en la esquina de Charcas, que creía abandonada, apareció una anciana. “Volvé rápido a tu casa. Te sigue el Diablo”, me dijo
Un hombre tenía una espaciosa casa en la que había una gran estufa; no obstante, la familia de ese hombre no era numerosa: sólo su mujer y él. Cuando llegó el invierno el hombre empezó a encender la estufa y
Un cuento del nuevo libro del escritor Roberto Bennett cedido especialmente por el autor. Estados Unidos observado al detalle en «Pax americana» que se encuentra en todas las librerías.
Un cuento breve, intenso, casi fantástico de nuestro colaborador Joaquín Doldán. Ilustra Jaime Clara
Se supo muerto; un gesto de dolor le dobló como gusano partido por la pala, largó el revólver, asiendo de ambas manos la que le hundiera el hierro hasta la guarda y la retuvo para evitar un segundo encontronazo, ya aterrorizado, la cabeza vaga, sintiendo la muerte en el vientre.
Un relato breve, una historia, que surge de la imaginación de una destacada colaboradora de Delicatessen.uy. Una historia de niños por Margarita Telesca.
Casi con complacencia, el periodista entraba en detalles sobre el proyecto. Informaba de que eran necesarios más de tres mil millas de tubos de hierro, que pesaban más de trece millones de toneladas, sin contar los buques requeridos para el transporte de los materiale
En los primeros tiempos vivía en el primer piso, pero de noche en los vidrios de la ventana se le aparecía la cabeza de un hombre en llamas. Una cabeza espantosamente roja, pegada al vidrio como las pinturas de los vitraux. Se mudó al segundo piso: la misma cabeza la perseguía.
Cuando se le preguntó cuál era el animal que más le gustaba, el señor K. respondió que el elefante. Y dio las siguientes razones: el elefante reúne la astucia y la fuerza. La suya no es la penosa astucia que basta para eludir una buena persecución
Diez pesos por mes y mantenido. Pero la manutención era, por semana, seis marlos y dos galletas. Los días de fiesta patria le daban el choclo sin usar y medio chorizo.
No hay en nuestra casa más que un lecho, demasiado ancho para ti, un poco estrecho para nosotros dos. Es casto, blanco del todo, desnudo del todo; ningún cubrecama oculta, en pleno día, su honesto candor. Los que vienen a
Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho.
Con el tiempo, sobre todo en los últimos años, he perdido la capacidad de ser persona. Ya no sé cómo se hace. Y una forma nueva de la «soledad de no pertenecer» ha empezado a invadirme como la hiedra de un muro.
Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda
Sin embargo, esta era la felicidad de los demás, felicidades materiales hechas de vainilla y de cartón coloreado, el panettone, para acabar pronto. Su felicidad personal era muy diferente, una felicidad espiritual, una mezcla de orgullo y ternura; espiritual, sí señor.
Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente.
Cuando se emborrachaba, solía comprometerse en apuestas insensatas. En una de tales ocasiones, harto frecuentes, se ufanaba de sus hazañas como corredor y atleta, lo que tuvo como resultado una competición contra natura.
En la oscuridad, convencidas de su importancia, las muñecas de la cabeza desproporcionada se mueven, toman posturas, amenazan a los gobiernos extranjeros si éstos quisieran seguir persistiendo en el error,
La había conocido en una guitarreada en lo de Antuña. Más que tocar bien, cantaba con gracia, de su boca grande y rosada, venía lo mejor de Doña Flor y sus Dos Maridos. Con un vaso de vino en la
Para las gentes sencillas, entre las que me incluyo gustoso, Maüsethurm procede de maüse, que viene de mus y significa rata. Esa supuesta puerta de consumos es la torre de las ratas, y el aduanero un espectro.
Según me contaron, todo fue y se fue así en el pueblo, de a poco, lentamente. En silencio. Sin estridencias ni demoliciones. Sin catástrofes naturales, ni guerras, ni guerrillas, ni epidemias, ni invasiones. Primero fue la retirada de los más jóvenes y luego, por las leyes de la vida, se fueron yendo los viejos.
Repasó las compras amorosamente al tiempo que tomaba la sopa. Estaban extendidas delante de él sobre el impoluto mantel y le estaba contando a su prima todo sobre ellas mientras se demoraba lentamente con la comida.
Nunca hicieron tan largos viajes la carcoma y el comején. Los pregones se entonaban con falsetes de sochantre en oficio de difuntos. Nadie creía ya en el dulzor de frutos aguados y los aguinaldos dejaron pasar su tiempo sin treparse a los árboles.
Como el primer cocinero no llega, el huevo está hecho y no se sabe a quién servirlo; se le encarga entonces al mensajero llevarlo al mozo que lo pidió, previa averiguación del caso; pero el mozo no aparece y el huevo en tanto se enfría y marchita.
Nunca le vi la cara. Ni una foto. Mi vieja no hablaba de mi padre. No supe hasta que crecí que Fernández era el apellido de mi madre. De grande entendí. Entendí algunas cosas que no, no tuvieron respuesta en su momento, por ejemplo por qué yo nunca iba a visitar a mi padrino
Me enteré de la muerte de Diego Maradona. Lo escuché a través del llanto desconsolado de un periodista argentino bastante mayor llamado Horacio Pagani. Su llanto desabrigado me provocó una profunda tristeza. También me puse a lagrimear, el llanto infantil de un hombre grande contagia.
Un diablo es un ente superior; todo el que quiere no puede ser diablo, pues esto tiene sus peligros y al que sabe serlo como es debido hay que soportarle los latigazos
Una consecuencia del patriotismo, que hacía depender la imagen erguida de Dios de los cuadrúpedos, desprovistos de la capacidad moral que permite convertirse en héroe o en carne de cañón, y a los que como mucho podía destinarse a servicios sanitarios.
En estas economías liberales donde todo se vende, especialmente el mal gusto, la chabacanería, el sensacionalismo, las vacas locas, la sangre contaminada, donde lo único que importa es la imagen (parecer y no ser), ganarle a Maradona es ganarle al sistema…
Se cambió la gorra grasienta y las alpargatas destripadas por el capelo clarete que le hacía sombra sobre los ojos y las botitas de charol que iluminaban todavía más, aquellos pies privilegiados. Y lo bailaron las francesitas y lo acercaron a su corazón. Era el tango, era. Reo, compadre, varón y cruel.
Continúa la historia de Piedras de Molle. En este capítulo, algunos escenarios cambian, pero el tono tranquilo, pausado, saboreado de la escritura de Graciela Balparda son un sello de identidad de Piedras de Molle.
Entonces la vio. La chica era muy joven, una adolescente, pero tenía algo adulto en el rostro, pensó por un instante que quizás era su belleza la que había enmudecido al pequeño grupo de aficionados.
El flaco no había querido disfrazarse nunca. Le parecía una estupidez. Él no estaba de acuerdo en hacer reír a los demás. Pero allí, frente a aquella careta, sintió el deseo de disfrazarse. Le había gustado quién sabe por qué. Entró y la compró.
De un modo sobrenatural llegó a mí la noticia de la existencia de este papel, donde una pobre horca podrida y negra relataba algunas cosas de su historia. Esta horca procuraba escribir sus trágicas Memorias. Debían ser profundos testimonios sobre
Las cosas dispares suelen tener a veces una estrecha, una íntima relación. Por ejemplo, ¿a quién se le habría ocurrido pensar que el termómetro tuviera algo que ver con el transporte? ¿Qué fuera a darle una mano, a sacarlo del
El cuervo es un poema narrativo de Edgar Allan Poe. Es su composición poética más famosa, ya que le dio reconocimiento internacional. Son notables su musicalidad, el lenguaje estilizado y la atmósfera sobrenatural que logra recrear.
Era el mes de agosto de aquel año en que Melisa Ortiguera y Raúl Méndez, compañeros de oficina en una repartición pública, habían pedido permiso para rebuscar en un viejo edificio próximo a demoler, algunas “reliquias” que, supuestamente, habrían quedado
No abras los ojos, no hay prisa. ¿Quién le hablaba? ¿Oía otra voz o se hablaba a sí mismo? Sigue ahí, descansa. No abras los ojos. La noche ha sido terrible y te ha vencido
No creo que ninguno de ustedes vaya a rasgarse las vestiduras por leer un relato puesto en boca de un animal. El señor Kipling y muchos otros buenos escritores han demostrado que los animales son capaces de expresarse en provechoso inglés…
Cumpliendo la petición de un amigo mío que me había escrito desde el Este, visité al bonachón y parlero Simón Wheeler, y le pregunté por el amigo de mi amigo, Leonidas W. Smiley, según se me había pedido, y doy
Amigos, que la coincidencia en el horario del cobro los volvió confidentes. Una amistad sin los proyectos de la juventud ni los renuncios de la madurez, sí, una relación solidificada en la intransferible sensación de viejos.
Entre los parroquianos vestidos con trajes ligeros y oscuros, dos oficiales con uniforme de gala hacían bajar todos los ojos con el deslumbramiento de sus entorchados. Charlaban, alegres sin motivo, entre aquella gloria de vida, entre la radiante irradiación de la tarde….
Un cuento de Leopoldo Alas, Clarín, un destacado escritor y jurista español. Es conocido, entre otras obras, por su novela La Regenta (1885), considerada como una de las obras cumbres de la literatura española del siglo XIX.
Melisa empujó un poco, con cuidado y cierto recelo, una de las puertas de aquella clásica biblioteca escolar, de las tantas que había visto en los salones de la escuela a la que había concurrido. Pensó entonces que podría haber sido de un salón de clase en ¿Piedras de Molle? Sonrió.
El lector de periódicos lleva una barba bien recortada, cuadrada y larga, que le oculta el suplemento cultural cuando lee las noticias políticas. Bajo la barba reluce una corbata violeta, ancha, cuyo nudo no puedo ver, salvo cuando el lector de periódicos se acaricia la nuez.
Dicen que la sal es la única roca comestible y dicen de guerras que fueron realizadas y revoluciones generadas y que rutas enteras se establecieron en Oriente y Occidente por la sal, y que deidades de la sal se adoraron y que la relación de la sal con el hombre hunde sus raíces en las oscuras aguas del tiempo.
A la claridad terrible y silenciosa era difícil discernir los rostros femeninos de los masculinos. Todos aparecían igualados y ensombrecidos por la angustia del esfuerzo que realizaban, con los maxilares apretados y los párpados entrecerrados.
Este último abrazo de mi amor fue tan perfecto, que la gente cerró los balcones con sigilo. No me haga usted hablar, condesa. yo estoy enamorado de una mujer que tiene medio cuerpo en la nieve del Norte. Una mujer amiga de los perros y fundamentalmente enemiga mía.
Mientras tanto, Fermín seguía durmiendo. De pronto despertó, y se sentó sobre el recado afirmando las dos manos en el suelo. Estaba pálido, parado el lacio y cerdoso pelo, y con una expresión de terror en sus pardos ojos, brillantes y saltados, como si la fermentación de su cerebro los empujara.
Ferris estaba muy olvidadizo para comprender; pensaba en la muerte de su padre. Vio otra vez el cadáver, tendido en la seda dorada dentro del ataúd. Le habían maquillado la cara de una manera grotesca y aquellas manos familiares yacían unidas y pesadas sobre un desbordamiento de rosas.
Fue la primera de una serie que Daniela, hipnotizada, no pudo dejar de ver hasta que llegó una en particular, desenfocada por haber sido tomada desde muy cerca. Le llevó unos minutos descifrar el significado, hasta que reconoció el abismo enrojecido en la cinta que cruzaba el cuello del más chico.
Ryūnosuke Akutagawa fue un escritor japonés. Considerado como el «padre de los cuentos japoneses». el Premio Akutagawa, uno de los más prestigiosos de Japón, fue nombrado en su honor. Se suicidó a los 35 años.
Un día contó, con lágrimas de emoción en sus ojos, cómo se habían conocido una noche de baile en la plaza del pueblo de Pina del Ebro, durante unas fiestas patronales. Según él, aquello había sido un flechazo a primera vista pero luego, lamentablemente, surgió un obstáculo casi insalvable.
La operación se repitió muchas veces, como un columpio desquiciado, hasta que la luz del día triunfó sobre la del cuarto. Separaré las piernas, una mirando a la luz natural y la otra al opio amarillo.
Se recostaron en la cama, con el agotamiento de uno en el cuerpo del otro: de un lado la acritud del día, del otro el peso de varias vidas. Fusionándose como tantas veces en el abrazo que ya no se ensaya ni prevé, es acto reflejo.
Se escuchaba a los vecinos llamándose entre sí. Y la lluvia que seguía repiqueteando sobre todas las cosas. Caía un chorro de agua sucia sobre el televisor que se había mantenido sobre la mesita destartalada. Nada era lo que había sido.
Canciones sobre pestes, filósofos, historiadores, pitonisas, curas y curanderos, tarotistas, psicólogos de primera y de cuarta, hablan del tema. Estamos tapados de números, de estadísticas y proyecciones. Los técnicos se pelean a ver quién hace el mejor cálculo, mientras la gente se enferma
Sacó de su cartera el libro de geografía para leer los límites con Brasil. Allí estaban los únicos nombres que se pueden recordar: el río Cuareim, el arroyo de la Invernada, cuchilla Santa Ana y la línea divisoria. Ese trazo convencional que separa soberanías y une ganados.
«Ante la Ley» es una parábola de la novela El proceso consta de un campesino, por Franz Kafka. «Ante la ley» fue publicado mientras Kafka aún vivía, primero en 1915 en el semanario Selbstwehr, luego en 1919 como parte de la colección Ein Landarzt.
Un cuento de comienzo de clases. Un relato de marzo. Las experiencias personales contadas por Margarita G. Telesca en un breve pero muy conciso relato, que se suma a la Cocina de Cuentos de Delicatessen.uy
Un breve cuento de André Breton (1896-1966) que fue un escritor, poeta, ensayista y teórico del surrealismo, reconocido como el fundador y principal exponente de este movimiento.
Era un día bastante caluroso aunque estaban a fines del verano. Los árboles de la quinta ubicada detrás del edificio de la empresa comenzaban a ponerse de un verde avejentado, como cansados de tanto sol y calor.
«Yo también creo que puedo volar. Le pido que me explique mejor cómo hacerlo. Desde ya, muchas gracias. Álvaro».
Me dio gracia, pensé que era una broma, pero al menos por vez primera alguien me comentaba algo.
La reina, justamente ufana del precoz ingenio de su hija, le concedió lo que deseaba. Zas Candil se agitó con éxito. Jesús nos recomienda que cuando demos limosna no hagamos tocar la trompeta delante de nosotros, pero sería impertinente exigir tantas perfecciones a los que ya cumplen con pensar en los pobres una vez al año.
En el valle de Nis, una maléfica luna menguante brilla tenue, abriéndose paso con su luz, con difusos rayos, a través de los letales follajes de los grandes árboles upas. Y en las profundidades del valle, allí donde no llega la luz, se mueven formas que no están hechas para ser contempladas.
Un viejo de barba blanca que tocaba la guitarra, utilizando una lata de aceite a la que había adosado dos cuerdas, el restante, un pardo, hacía ritmo con un tamboril, Fosforito era el solista, utilizando huesos como castañuelas tocó un paso doble; haciendo repiquetear dos cucharas contra una rodilla interpretó El Entrerriano.
Claro que volar dormido o mientras se está en algo muy importante no tiene gracia, bueno, sí la tiene, pero no la misma, dirán ustedes, y dirán bien.
La cuestión de fondo era que no teníamos camellos, así que o disfrazábamos a los caballos o se hacían como quien hace carros de Carnaval. Pero nadie sabía cómo hacer esos carros, ni el Lolo que se las arreglaba para todo
Consideren, señores a los hombres y sus comidas desde los tiempos remotos, cuando cesaron todo comercio con los silfos y las salamandras. Abandonados por estos genios del aire, se hundieron en la ignorancia y en la barbarie.
Ese último poema, ese último verso, era una frase para mí. Pero como no existo ni siquiera me nombras.
La leeré muchas veces, durante mis últimos años, con la desolación de haberme confundido de día, quizás un fallo de mi inconsciente cobardía.
Sus inventos, cierto es, no prosperaban por la falta de esos miserables pesos. Y bien se sabe que es más fácil hallar en Iviraromí un brazo de más, que diez pesos prestados. Pero el hombre no perdía jamás su optimismo, y de sus con- trastes brotaban, más locas aún, nuevas ilusiones para nuevas industrias.
Los personajes que llegaban al pueblo para establecerse formaron una población bastante estable hasta que como se sabe, fueron diversas la razones, dejaron de a poco desierto el pueblo de Piedras de Molle.
Tampoco había mucha gente de paso. Así que al pueblo llegaban y se iban algunos escasos viajeros que seguían rumbo a otros puntos del mapa.
Hoy los mates son más cool. Los hay de todas formas, colores y materiales. Además de los tradicionales, también ahora se consiguen de cerámica y hasta de ¡silicona! En fin, serán cosas de la modernidad.
Nunca supe que hacía para no aburrirse cuando a mitad de la tarde se volvían de la playa, pero nunca había mirado «Titanes en el Ring», ni «Meteoro», ni»»Ultraseven», ni «Marco», ni «Kimba», ni nada.
Porque en la gula se juntan ambas cosas: la desmesura del deseo y la uniformidad de aquello con que se lo sacia. Comer desaforadamente es ante todo: comer cualquier cosa, sin distinción.
Viajaron en ómnibus y trolley, conocieron la oscuridad de varios cajones, se mancharon con cortados cuando se pensaba abrirlos y de caña cuando fueron una acusadora compañía, conocieron la asfixia del portafolios, entre las afirmaciones de sus páginas se adhería la mostaza de algún frankfurter de la Plaza Independencia, anestesia amarilla para aplacar a gordos ansiosos
Los sábados, luego de las siestas, íbamos a la casa del abuelo Coche a cumplir el amado ritual de la bacanería, de la sorpresa a la que ya le conocíamos el final y que, sin embargo, no dejaba de ser la mejor de las noticias de la semana; mis abuelos amasaban tortas fritas y pan casero.
El almuerzo transcurrió sin apuro en una mesa preciosamente arreglada, cubierta por un mantel bordado con hilos de seda que dibujaban delicadas flores violetas, lilas y azules y vainillado primorosamente en los bordes, por las hábiles manos de Juanita, que se veía feliz y entusiasmada con la visita.
La primera noción de que yo poseía extraños poderes me vino a los catorce años, en la escuela. Habiendo olvidado una vez de llevar mi almuerzo, miraba codiciosamente el que una niñita se disponía a comer. Levantó ella los ojos, que se encontraron con los míos y pareció incapaz de separarlos de mi vista.
El joven fumaba y tomaba mate, miraba la televisión. Era serio, pero el viejo le tenía depositada una confianza derivaba del amor que ella sentía. “Buenas” susurró y puso sobre la mesa una bolsa llena de viandas con comida variada.
A la hora de cenar me di cuenta que en el barco había poquísima gente; el comedor era lujoso y había mucho silencio; yo me quedé en él mucho rato después de comer; no me sentía con el cuerpo pesado ni cansado, pero tenía necesidad de estar tan quieto como si no existiera
¿Por qué llora, pues? -dijo él suavecito-. Enjúguese. Acérquese a besar a su padre. No pierda el tiempo. Ya tendrá ocasión de llorar. Béseme de una vez y hágalo entrar al Emilio.
La separó despacito de su rostro y la muchacha salió, hipando.
Como el pueblo era tranquilo, a no ser por algún vecino que se tomaba una copita de más y andaba prepoteando en la madrugada del domingo, en las tardecitas de sol, Fernández y Barbosa sacaban unos banquitos de madera a la vereda y se sentaban bajo alguno de los naranjos de la cuadra.
Empezó a llover y todos se refugiaron en el enmarañado pelo lila de rulos. La conversación seguía pausada, lenta, mientras el perfume se metía abajo de mi piel. Ahora otro aroma entró como una ráfaga. Aroma a pan recién horneado, a levadura fresca, a leche caliente.
De todos modos, el domingo envolvió de gris mi impotencia, y me escondí en la cama, intentando ocultar el renuncio y la traición que le infligía a mi cuadro. El frío y una llovizna sin gracia daban el escenario adecuado a mi tristeza.
Quiero que sepas, al fin, que es una pena grande para mí que la mayor parte de tu obra se haya publicado póstumamente, sabiendo, como sé, que otras manos, tal vez sin maldad, rompieron, sobre todo con puntuaciones que quisiste siempre eludir, tus mejores versos.
Ella se durmió tan profundo que hizo un movimiento brusco, supongo que estaría soñando, y me pegó un cabezazo en la boca, con la parte dura del cráneo, me cortó un poco el labio, sentí como un relámpago en el diente
Cuentan que a poco de llegar le dio por ir a menudo a la funeraria de López y Lespera con la excusa de revisar la lista de bandidos y soldados que habían caído abatidos en redada o en combate en la zona y aledaños y cuyos cuerpos habían recibido cristiana sepultura, a pesar de todo y aunque hubieran muerto anónimos, en el cementerio de Molle.
Todo el mal del mundo viene de que a unos les importen los otros, sea para hacer el bien, sea para hacer el mal. Nuestra alma y el cielo y la tierra nos bastan. Querer más es perderlos y ser desgraciados.
La libertad republicana te permitió esa bohemia, fuiste amigo de García Lorca, de León Felipe, de Machado y creaste más versos que cualquier otro soldado lírico de la Generación del 27.
Se acercan más; cesan en el pasillo. Cae el viento, resbala plateada la lluvia en el vidrio. Nuestros ojos se oscurecen; no oímos pasos a nuestro lado; no vemos a señora alguna extendiendo su manto fantasmal.
La costa era una vereda mojada, por donde caminaban arrogantes y desnudas, mujeres, que, algún día, pueden ser degolladas por un hombre, que abajo de una sombrilla, come una milanesa mientras la patrona se moja las varices en la orilla.
Apoyé la máquina de escribir sobre mi cama, el colchón se hundió. Con dos dedos escribí el relato, que tenía un máximo de cinco páginas. Para resolver mi historia incompleta, Demasiado hermosa era contada por un admirador secreto de Ana.
Fue criado por padres adoptivos, conoció el mundo, enfrentó penurias, no le fue sencillo lograr el reconocimiento de su arte, dejó mujeres e hijos que murieron pronto…
Era un hombre robusto, de temperamento y físico enérgico que acompañaba con una voz firme, sin titubeos, siempre en tonos de discurso ardiente, así fuera a organizar los desfiles escolares como al volcar sus opiniones en la tribuna política local.
Los gritos del público continuaban, mezclados con varios insultos hacia el árbitro, que recién entonces pareció darse cuenta que debía pitar algo y que la falta había sido dentro del área.
La gallina idiota odiaba los huevos. Le gustaban los gallos, es cierto, como les gusta a las manos derechas de las personas esas picaduras de las zarzas o la iniciación del alfilerazo. Pero ella odiaba su propio huevo. Y sin embargo no hay nada más hermoso que un huevo.
¿Penumbras, Vicente? Claro, una metáfora. Otra más, de tantas… ¿De qué diferente forma rozar apenas, sufrido pero elegante, la historia tan triste de tus enfermedades recurrentes a lo largo de la vida, más la muerte de tu madre que te hizo susurrar, entre lágrimas, “yo soy el dolor”?
Parecía que con aquellos juguetes no hubiera jugado nadie. Yo hasta entonces había jugado siempre con piedras, con tierra, con perros y con niños. Pero nunca con juguetes como aquellos. Como no podía vivir allí, mi padrino don Bernardo me llevó a su casa.
A Raymundo no le gustaba la playa ni el campo, le gustaba la ciudad. Le gustaba quedarse en la casa de su padre porque tenía una radio en el cuarto que compartía con el abuelo Alberto, que no era su abuelo, era tío de alguien, pero lo quería como si lo fuera.
No importa, porque, en todo caso, ahora, ya difusas las imágenes y la charla que se van alejando, me siento bendecido por un privilegio y un sano ardor de buenas intenciones me abraza y no me suelta.
-Eran dos negros muy guapos, con terribles cuerpos. Uno con ojos azules. Yo creí que eran americanos, pero eran alemanes. Usaban melenas con rastas, todo muy moderno, muy “cool”. ¿Ya no se dice “cool”? Por lo visto un productor alemán los vio y usó su imagen con temas de otros, también negros pero feos. Los tipos ganaron “grammys”, se hicieron hiper famosos.
Volvieron a pasar muchos días, pero llegó uno en que también aquello tuvo su fin. Cierta vez, un inspector se fijó en la jaula y preguntó a los criados por qué dejaban sin aprovechar aquella jaula tan utilizable que sólo contenía un podrido montón de paja. Todos lo ignoraban, hasta que, por fin, uno, al ver la tablilla del número de días, se acordó del ayunador. Removieron con horcas la paja, y en medio de ella hallaron al ayunador.
«A la espera de la oscuridad» es el título de uno de los poemas de Alejandra Pizarnik, poetisa nacida en Avellaneda, Buenos Aires, de padres rusos, quien más allá de la brevedad de su vida y obra, tal vez ignorada en su tiempo, generó una impresionante influencia en las generaciones siguientes de la literatura en nuestro idioma.
Ese recuerdo inmediato me hizo sonreír. Y mientras lo hacía, tan distraído estaba, que cuando lo maestra repartió lo roles para el festival de la primavera noté tardíamente que yo no era el príncipe, ni el rey, ni el ayudante del príncipe, ni el paje del rey, ni soldado, …ni pueblo….ni pajarito, por supuesto no hubiera aceptado ser princesa o flor. Se preguntarán que papel hacía: era el pasto. El gordo Martínez y yo íbamos a estar toda la actuación sentados en el borde del escenario sosteniendo entre nosotros una franja de tela verde, vestidos de ese color y con gorros de flecos, también verdes, que nos tapaban la cara.
Ella mira su celular y se muerde el labio. Es tarde. Todavía debe llegar a su casa, cambiarse y esperarlo. Tienen mesa con velas en el restaurante de la rambla…
El fotógrafo del pueblo se mostró muy complaciente. Le enseñó varios telones pintados. Fondos grises, secos, deslucidos. Uno, con árboles de inmemoriable frondosidad, desusada naturaleza. Otro, con sendas columnas truncas, que -según el hombre- hacían juego con una mesa de hierro fundido que simulaba una herradura sostenida por tres fustas de caza…
Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela…
Siéntase tranquilo con su ardiente conciencia, don Pedro, Almafuerte: cerró sus ojos atormentados tras pelear todas las batallas y negar los honores tardíos que quisieron enamorar a su ética para sobornarla. Pocos poetas, si hubo alguno, gritaron con tal fuerza su…
Su celular y las historias de Snapchat de sus amigas la hipnotizan. Su pelo corto y sus orejas decoradas de caravanas de todos colores. El piercing en la nariz y sus uñas azules. —Esther, Esther se borró del grupo de amigas de Whatsapp. Es increíble. Le escribí por p…
He procurado distraer la atención de la espada proponiéndole juegos, pero es muy astuta, y cuando deja de apuntar a mi garganta, es porque dirige su filo hacia mi corazón. En cuanto al muro, es verdad que a veces me olvido que se trata de una pared de hielo, y, cansado…
-La sutil hilandera teje su encaje oscuro/ con ansiedad extraña, con paciencia amorosa./ ¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro/ y fuera, en vez de negra la araña,/ color rosa!
Monumento a Pablo Bengoechea en Los Aromos – Escultura de Heber Riguetti Llegamos esa mañana a Montevideo, con el director del semanario sevillano, para hacer un especial de fútbol y lo llevé al Estadio Centenario. Era noviembre del 2002. Jugaban
Piedras de Molle era un pueblo generoso. El Lolo Martínez vendía dentaduras postizas que conseguía en la empresa de pompas fúnebres de López y Lespera. Todos sabíamos que el Lolo recogía las dentaduras de los fallecidos que eran atendidos por el hijo de López, Lopecito, que era de la nueva era y decía que sabía que los muertos no protestan ni regresan a reclamar las dentaduras porque en el Más Allá parece que no las necesitan.
Me hubiese gustado vivir tu tiempo, distinguido y extraño y luminoso Julio; esa época donde desbordó tu imaginación, tal vez preñada de sueños acuñados en tu legendaria Torre de los Panoramas.
Era como en el mar, sólo tenía que resistir hasta llegar a Carol, que era una silueta borrosa a lo lejos. Debía sacar la cabeza del agua, pero mi propio avance por el agua transparente formaba un pequeño muro de olas que me hundía, y estar hundido es estar sin aire, no importa la profundidad, no hay aire a tres metros, pero tampoco a tres centímetros por debajo del agua.
La miel silvestre es un cuento original del escritor uruguayo Horacio Quiroga (Salto,1878 – Buenos Aires, 1937) . El autor publicó esta obra en 1917, en su libro más popular, Cuentos de amor de locura y de muerte.
Levantar la mirada y disfrutar del vuelo de cientos de palomas blancas, en bandadas hacia el infinito. Caminar por el césped húmedo, sintiendo la caricia…
Una tarde frente a una de esas peluquerías apareció un hombre. Su aspecto era inconfundible. Flaco, liviano de ropas, calzaba zapatillas y su rostro era ya una foto de la crónica policial.
La pistola me apuntaba. Intuía, en la oscuridad, el círculo negro que anunciaba la bala, la muerte. Era la primera vez que veía un arma. Nunca tan cerca, mucho menos apuntándome. Sostenía mi mochila contra el pecho, no defendiendo mi posesión, sino como un escudo que me protegía el corazón. Estoy a punto de preguntar: ¿En caso de dispararme sería en el cuerpo o en la cabeza?
Sosa le enterraba sus plomos en el vientre. Britos avanzaba en zig-zag, parado en seco a cada choque de los proyectiles, pero sin caer, chapaleando en su sangre chorreante hasta la extinción de su vigor, quedando atravesado sobre su silla, caída de pie por milagro, como una res carneada.
He soñado con usted, Hermann, luego que mis ojos se cerraran tras releer varias de sus poesías; no fue un sueño placentero, pues en él siempre estuvo junto a nosotros el sufrimiento, el dolor, cierta angustia indefinible.
Hay que envejecer. No llores, no juntes unos dedos suplicantes, no te rebeles: hay que envejecer. Repítete estas palabras, no como grito de desesperación, sino como recordatorio de una partida necesaria. Mírame, mira tus párpados, tus labios, levanta los rizos de tus cabellos sobre las sienes: ya empiezas a alejarte de tu vida; no lo olvides: ¡hay que envejecer!
Pero al director de la radio le encantan los debates, y que la gente llame y ser “trending topic”, y si se genera una discusión: mejor. Accedí porque el otro día vino el actor este, tan famoso, que contó lo del muro, y me sembró la duda.
Sólo tres libros en una breve existencia –“Cometas sobre los muros”, “Equis andacalles” y “Días y noches”- y un cuarto, póstumo, donde tus amigos más queridos, Mario Arregui, Carlos Denis Molina, Pedro Picato, crearon una recopilación, “Tiempo y tiempo”, que, en cariñosa sutileza, tal vez sorpresa para tantos en su momento, incluyeron dos tangos cuya letra escribiste sobre música del maestro Domingo Bordoli.
Carecer de raíces otorga a sus miradas un rasgo característico: una tonalidad celeste y acuosa, huidiza, la de alguien que en lugar de sustentarse firmemente en raíces adheridas al pasado y al territorio, flota en un espacio vago e impreciso.
Una vida sin desunión. Dos fundiéndose en uno, tantas veces apenas tomados de la mano y mirándose, sólo mirándose sobre una mesa con un mantel de girasoles enormes. Amanda, la “digna de ser amada”, y los pájaros. Amanda y el césped que acaricia los pies descalzos y de ahí el cielo, ese cielo que te apasionaba representando el infinito que te cautivó y no alcanzaste.
No pasaron tres días y ya estaba dada de alta con mi pequeño bebé. Movedizo y astuto, su mirada penetrante superaba su edad tan breve.
Ella era soltera, segura de sí misma y de carácter dominante. Cuarentona, alta, delgada y elegante, aunque no demasiado agraciada, con un rostro de rasgos equinos y dientes grandes, jugaba sus cartas sensuales y profesionales con una rara y sutil habilidad.
A cierta gente puede serle fácil hablar de su homosexualidad como si fuera una ofensa o un crimen, aunque sin cárcel, ésa que no pudo evitar Wilde. ¿Y su libre albedrío? ¿Y su generosidad sin tasa? ¿Ya nadie recuerda que se casó con Érika –matrimonio por una noble conveniencia-, la hija de Thomas Mann, en 1935, para que ella, legalmente, pudiera salir de la Alemania nazi y reiniciar su vida sin los horrores que la perseguían y oscurecían?
Esa nefasta noche, Horacio fue a convencer a su amigo para que olvidara aquel asunto. Al verlo tan furioso, decidió enseñarle a usar la pistola. Luego de hablar a fondo sobre el tema se sentaron frente a frente, hablaron de la vida y hasta bromearon sobre la muerte. Horacio comenzó a limpiar el arma de su amigo que fumaba mientras observaba al escritor pasar el pañuelo por cada parte del arma.
Ahora todo es distinto. El barrio, gris y oscuro, hiede a una mezcla de humo con la basura del contenedor, desparramada por los flacos de los carritos. Y, en la esquina, a las meadas de los pichis- duros de pasta base- que duermen en la galería. Hoy el mundo aparece, ante mis ojos, como una difusa, desdibujada visión de miope…
Aquello que te llamaba de pronto a la noche y nadie supo; el firmamento sin estrellas que soñabas; la imagen querida de tu hijo Alejandro cuyo padre ignoto convertiste en un fantasma; y el otro, tu propio padre melancólico que se lanzó al alcohol y aquella madre triste pero entrañable; todo eso junto, claro, a tus amores imposibles y amistades que pretendías sin fronteras y pocos lo entendieron, o al padecimiento de una enfermedad que te golpeó, artera, como una ola poderosa e inesperada.
Saboreé la exquisita sensación de tener empleo nuevo, y trabajé aquella primera semana como un verdadero león. Entró en prensa el primer número que yo dirigía. ¡Cuán impaciente estaba hasta que le vi salir de máquinas! Seguramente había llegado el momento de mi notoriedad.
Por aquí se dice: “Orientales y basta”, y ahí ustedes se llenan la boca con la frase “Orientales y basta!” Ya se sabe que a patriotas y a guapos, nadie les pisa el poncho. Sobre todo a guapos.
¿Dolor, sólo dolor, Cesare? ¿Así lo sentiste? Padre y madre muertos demasiado pronto, el asma que te persiguió desde niño, la crueldad con que te empujó la vida, las injusticias, ah, sí…
“Nada de reproches”, pensaba Cecilia, mientras recordaba, con nostalgia, cómo acunaba a ese niño que no era de ella. Nunca pudo dejar de atenderlo: lloraba , pedía alimento, aseo. Y ella no se lo negaba: ¿quién lo hubiera hecho? Su piel era tan suave, su perfume sutil y prístino, todo ese ser frágil ante unos ojos cansados, dolidos por cargar un deber impuesto.
Se trataba de una sola escalera -dijo el hombre- que sube y baja al mismo tiempo. Todo depende de la decisión que se haya tomado previamente. Los peldaños son iguales, de cemento, color gris, a la misma distancia, unos de otros. Sufrí una pequeña vacilación. Allí, en mitad de la escalera, con toda aquella multitud por delante y por detrás, no supe si en realidad subía o bajaba.
Y yo ahí, tímido, torpe, hablándole de ferias de libros, del Nobel que tantas veces le negaron y también -esto lo habrá olvidado apenas abrí la puerta para irme- insistí con cierto empecinamiento, al modo de quien desespera porque quiere huir de su propia pequeñez, del Francisco Espínola de “Sombras sobre la tierra”, ese amado Paco quien, al terminar mi niñez me había regalado tanta sabiduría porque se le escapaba hasta en los gestos.
Siempre que el chófer nuevo puso en movimiento el motor de mi coche ejecutó sorprendentes ejercicios llenos de riesgos y sembró el terror en todos los sitios: destrozó los vidrios de infinitos comercios, derribó postes telefónicos y luminosos, hizo cisco trescientos coches del servicio público, pulverizó los esqueletos de miles de individuos, suprimiéndoles del mundo de los vivos, en oposición con sus evidentes deseos de seguir existiendo.
En esta entrega quiero compartir un relato que me hizo llegar la gente de Café Fundador, clientes y amigos de muchos años, y que me pareció que valía la pena compartir con ustedes. No conocemos su autoría por lo que si alguien sabe a quién corresponde, bien venido sea el dato.
Es obvio que a despedirlo en el puerto de Montevideo, aquel día fresco y nublado del mes de abril, fue toda la familia. Sus padres, los abuelos Ancelotti, primos, tíos, tías, algunos amigos del liceo Rodó y por supuesto su abuelo, il nonno Carletto Rossi, que había enviudado hacía diez años.
Así que, Raúl, no queda sino interpretarte, lo que, de algún modo, es inventar tus pensamientos nacidos de quién sabe cuántos maravillosos instantes. Es decir –porque ¿de qué valdría la pretensión de realmente saber?- armarme de unas ideas que, aunque mías, jamás serán las que condujeron tu sabia mano a escribir que el poeta, tu poeta, “sólo, sin un céntimo, tal como vino al mundo, murió al fin en la plaza de la inquieta feria”.
Mi cruz no es simbólica, sino de dolor real y palpable. Y, por cierto, todos somos hijos del dolor: el primario, el que nos parió; así como la libertad es hija de la opresión, la luz de la oscuridad y quizás la verdad, de nuestra búsqueda.
Pensó en su vida anterior, antes de las valijas, antes de la casa recién estrenada, antes de abandonara la ropa de colores, que tanto gustaba usar en cualquier estación del año. Antes era joven, y la usaba.
Vivía solo en uno de esos caserones angostos pero excesivos en metros de habitaciones altas y en pisos de tablas y humedades. Al medio había un patio de baldosas con un aljibe y plantas, plantas por todas partes: malvones, petunias, tunas, helechos; allí el aire era húmedo y parecía flotar la melancolía por todas partes.
Hubo un intérprete, una estirada charla–algo tediosa– entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo.
Pero algo había cambiado. La grada estaba sumergida en un inquietante silencio. El veterano guardameta miraba a la gente y trataba de entender su desconcertante actitud, su falta de pasión. Entonces la vio. La chica era muy joven, una adolescente, pero tenía algo adulto en el rostro, pensó por un instante que quizás era su belleza la que había enmudecido al pequeño grupo de aficionados.
Pero en verano, cuando nos trasladábamos de la chacra a la casa de Las Flores, el orden montaraz se transformaba y cada objeto se tornaba marino. Mi padre arrastraba al mar su canoa, a la que había bautizado La naranja mecánica, y acto seguido metía a sus cuatro hijos dentro. Y así, remando, se acercaba a las rocas, se arrojaba a las aguas como un profeta bíblico y retornaba con una bolsa llena de mejillones.
Estiró todo su cuerpo, una vez más, como queriendo evitar las líneas del sofá; bebió el vino y se despeinó la cabellera enrulada, en un juego con los dedos de enredarse y desenredarse. Recordó que había enviado a reparar los zapatos de baile y decidió abandonar su estado horizontal. Se puso contra la pared a practicar sola. Sola y la pared, como muro de contención a sus movimientos firmes y precisos. Disfrutaba deslizar sus pies en el parqué recién lustrado.
Pero siempre, en la vida de la gente sencilla, ocurren pequeños milagros. Pobres, pero milagros al fin. Mi madre tenía una hermosa voz y el dueño de la radio, enterado por un amigo de mi abuelo, le ofreció trabajo como locutora y un sitio para vivir hasta que las cosas mejoraran: una de las piezas de arriba, que tenía baño propio, viejísimo, pero, increíblemente para mi imaginación infantil, con una enorme bañera, su única riqueza.
Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor.
Atravesar la amplia reja verde en la tarde y encontrar sus pecas risueñas entre la muchedumbre, era como morder el pan tras un prolongado ayuno. La campana que marcaba el fin de la última clase del día, auguraba la placidez del retorno al calor amniótico del hogar.
Vivió en América pensando siempre en la tertulia ausente, suspirando por ella, alimentando su deseo con la voluntaria ignorancia de la suerte que corriera. Y pasaron años y más años, y su tío no le dejaba volver. Y suspiraba silenciosa e íntimamente. No logró hacerse allí una patria nueva, es decir, no encontró una nueva tertulia que le compensase de la otra.
González era bajo, esquelético, sucio sin perdón. Tendría alrededor de sesenta y pico de años, caminaba renqueando de la pierna izquierda y usaba, teñido, uno de esos bigotes finitos, ridículos. Se presentó como el administrador de la pensión y su verborragia, al principio, desacomodó a Javier. Sin embargo, hubo algo que despertó su interés, que lo empujó a seguirle la corriente, a motivar aquel discurso con seguridad tantísimas veces repetido.
En ciertas cosas don Camilo tenía algo de Bólido y mordió la carnada como una mojarrita. Salió a la puerta de la rectoral, con las manos detrás y el cigarro en la boca.
Era muy injusta su pasantía eterna, sirviendo como algo útil, cuando en realidad, ella era una artista enjaulada. Terminaba el helado de duraznos y la miraba, con felicidad y amargura a la vez. Ella representaba todo lo bueno y malo de ese, mi mundo de entonces: la vida en familia, las cenas compartidas, los aromas de la cocina de mi abuela, mezcla de especias y verano, aderezadas con el arte permanente del quehacer culinario de mis ancestros.
La casa de la calle Presidente Giró había conocido mejores tiempos, cuando llegamos ya estaba en estado ruinoso y mostraba del lado de afuera la miseria que guardaba en su interior. Pero aún así, siempre había un mundo de gente en ella.
Le regalé un par de años de mi vida, mintiéndole amor, aunque jamás me arrepentí y estoy segura que él, a su manera, fue feliz. Se murió de golpe, después de un polvo que me echó una Navidad, en el que debe haber puesto todo el resto. ¡Averigualo ahora! Fue la última oportunidad en que ligué en esta vida podrida.
Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy? Yo hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse “debe
Ambas mujeres tenían la llave y por ende, el acceso a la misma y poder charlar. Pero todo se fue de las manos, como un tornado. Años de castigos, de silencios, de humillaciones fueron suficientes. Era la última conversación. Estela no permitiría más un sólo agravio de su madre.
Ya se estaba jugando plata fuerte, a unos y otros colores. Le bastó mirar al Chueco Medina, con los bolsillos hinchados de billetes, y más allá al Drogao Gamboa, tomando apuntes y escupiendo la punta del lápiz como si levantara quiniela. Advirtió que el Cholo, el entrenador, reclamaba a gritos su presencia: allá estaba el viejo, en la puerta del vestuario viejo, que siempre era para el visitante, moviendo los brazos y voceando su nombre. Claro, si sólo faltaba él, nada menos que el zaguero derecho, el hombre fuerte, el veterano, el capitán.
Jaume extrajo de su bolsillo tabaco y papel de armar, y comenzó a liar un cigarro. Su auditorio estaba en suspenso, haciendo esfuerzos enormes por camuflar la impaciencia. El viejo, sacando chispitas de su vetusto mechero, encendió el cigarro y aspiró el humo con mucha calma. A César y Laura les carcomía la intriga y decidieron apurar al jardinero.
Para llegar a su casa, uno tenía que atravesar una calle corta pero sin un árbol que diera sombra. Pasabas por el boliche, donde muchas noches él descargaba su pasión por el juego, acompañado por alguna bebida de mala calidad. Lo cierto es que, el camino inyectado de sol, valía la pena para conversar de bueyes perdidos, de los trofeos ganados en el billar y de su infancia en el campo.
El matrimonio -doña Facunda y don Benigno- tenía tres hijos varones con poca escuela y mucho trabajo. No hubo otro remedio: a medida que pasaban los años y crecían las tareas, de otra forma no hubieran salido adelante, porque no era sólo alimentar, ordeñar y cuidar las vacas, llevar los tarros y hacer manteca y queso caseros para vender, sino prestar atención a una docena de ovejas, que criaban sin saber muy bien por qué, y el gallinero chico, la huerta y el chiquero. En la familia sobraba el sudor y escaseaba la instrucción.
Ahora sí! Los picos nevados hacen la decoración, blancos duritos. Si meten el dedo, se los corto dice mi mamá. Uno detrás del otro los picos nevados. Esto sí es cordillera, pienso yo, cordillera sin nieve no es cordillera.
Cuando los padres varios días después entraron a la habitación y vieron que la joven no había probado la tierra, se sorprendieron y le preguntaron por la causa de su falta de apetito. Se sorprendieron cuando la niña les contó la visita de la luna y sobre los alimentos. Los padres le pidieron que les avisara cuando el joven regresara, pues querían conocerlo. Así lo hizo. Cuando lo encontraron, le preguntaron cómo y dónde se cultivaban los frutos que había traído.
La expectativa se desinfló. ¿Tantas vueltas para eso? La viuda en cuestión no tenía compromisos. Desde que murió su marido, rematador de haciendas, se había dedicado a la educación de sus dos hijos y a tejer para afuera. Una mujer interesante, eso sí. Cuarentona, pero enterita. De piernas bien torneadas, caderas firmes y pechos abundantes.
Mrs Mooney era hija de un carnicero. Era mujer que sabía guardarse las cosas: una mujer determinada. Se había casado con el dependiente de su padre y los dos abrieron una carnicería cerca de Spring Gardens. Pero tan pronto como su suegro murió Mr Mooney empezó a descomponerse. Bebía, saqueaba la caja contadora, incurrió en deudas. No bastaba con obligarlo a hacer promesas: era seguro que días después volvería a las andadas.
Hoy evoco sus manos hábiles en la cocina; desconozco si alguna vez la vi sin delantal. Sus manos mágicas hacían de todo, los platillos típicos, así la memoria permanecía encendida. Recuerdo que le gustaba un jugo de damascos, pero siempre se lo pedía y no te rezongaba si se lo tomabas todo.
Lo de Sambarino rebosó de ingenuos. Pasó una primera hora con la discoteca, bien balanceada: tango, un poco de jazz y boleros para calentar el ambiente. No obstante, se bailó poco: todos querían ver al enmascarado, quien llegó con una excepcional puntualidad y en medio de estremecedores aplausos, grititos femeninos y pedidos de autógrafos.
Cierto día, mientras recogía el maíz, una mujer que lo estaba haciendo con brusquedad, se lastimó una mano con una mazorca. Irritada, la mujer se dio media vuelta e insultó al muchacho y se burló de sus silbidos. De inmediato, todo el maíz se secó. Es que el silbido era importante ya que ayudaba al maíz a crecer…
La luz se incrementaba en la ventana. Él ya no pensaba en nada, solo sentía, y eso era bastante poco frecuente. Su preocupación sobre cómo seguir con el cuento, cuestión que lo atormentaba desapareció por completo. Podía dejar de pensar.
Ella pensó, en apenas unos segundos, muchísimas cosas. Tantas, pero tantas que no las pudo apretar en una idea, ni siquiera en un sentimiento fuerte. Supo, sí, que era el final. Cuando se volvió, el hombre de la cama ya no podía ver nada. Tenía los párpados bajos, la boca entreabierta en una suerte de sonrisa triste y respiraba con agitación. Algo de él, de todos modos, había emergido libre y flotaba hacia alguna parte. Quizás a la búsqueda de un patio.
Si buscas ‘té’ en el primer libro de cocina que cae en tus manos, seguramente no lo encontrarás; o a lo máximo hallarás un par de líneas con unas escuetas instrucciones que no contienen los puntos más importantes.
Como un milagro, el lugar donde durmieron los recién casados amaneció todo lleno de mazorcas de maíz, que la mujer repartía generosamente a quien le pedía, mientras enseñaba cómo preparar comida con el maíz, cómo sembrarlo y cómo cultivarlo y cosecharlo.
Después de comer un guisado que le había sobrado a mi comadre, empezó la elaboración de los tamales. ¿Cómo olvidar la maestría de mi comadre al verla batir la manteca hasta que quedaba esponjosa y entonces la añadía a la masa? Qué delicia verla preparar los chiles anchos con la carne de cerdo para los tamales de rojo y los chiles serranos con el pollo para los tamales de verde.
Todos habían ido menos él. ¡Ya tenía quince años! Y entre los muchachos de la barra ya se entrecruzaban miradas de desconfianza, de a poco más insistentes, que inevitablemente convergían en su pequeña y desgarbada figura de precoz Quijote fracasado. Es que aquella vieja casa suburbana, algo escondida en un bajo barroso rodeado de transparentes, era el inexorable desafío de la adolescencia pueblerina, de los chiquilines que se preciaran.
La ciudad montevideana, en su atontamiento de paquidermo rijoso y cementado –robando algunas imágenes a Alfredo Mario Ferreiro- todavía ha dejado con cabeza algunos espacios libres de la palabra “progreso”. Con la posmodernidad chorreante a cuestas ha omitido la destrucción de algunos lugares que están llenos, llenísimos de encanto anti ciudad. Un milagro que se da gracias al descuido de la conocida piqueta.
Mi primera sorpresa surgió nomás llegar, cuando el director del hotel me informó que al día siguiente él se iba de vacaciones por un mes y medio. Y que en aquel establecimiento nadie hablaba otro idioma que no fuese ruso o georgiano, debido a la proximidad geográfica con esa república caucásica.
Las explicaciones entrecortadas, incoherentes, le resultaron molestas a Cacho Bagnasco, el oficial a cargo del operativo. Funcionario meticuloso al fin, también pícaro de barrio, quiso conocer “la prueba del delito” y le trajeron la poesía de la discordia. La leyó dificultosamente, renglón por renglón, sin comentario alguno.
Pan, todo, pan, todo. Más tarde uno de los evangelistas lo metaforizaría con el cuerpo de Cristo, tamaña herejía: ese flaco carpintero que, cuando mucho, se chamullaba a algunos campesinos analfabetos y los convencía de tonterías metafísicas nunca debió ensuciar la imagen incólume del pan. Mal haya, y mil veces mal haya, la institución que contaminó el pan, que le otorgó ese peso redentor que no merecía.
Ocurría en Nochebuena, siempre. Después de las celebraciones familiares, la sidra, los pan dulces, se abría la noche que nos hacía felices. Una noche abarcadora, redonda, libre, con el cielo aguardando quizás el alma de algún amigo, allá arriba, y
Andrés se sorprende frente a las papas azules, lo que le permite a Sybila contarles que hay más de mil cuatrocientas variedades de papa registradas en Bolivia. Son joyas familiares, el tesoro mejor cuidado de generación en generación. Algunas de ellas se guardan para consumo familiar y otras para ocasiones tan exclusivas como una boda. Desde el remoto pasado, la papa es protagonista en los usos y costumbres de los habitantes andinos a quienes ha llenado con la magia de sus colores y sabores.
Mientras Kiviok cortaba árbol tras árbol, una viruta de madera cayó al agua y nació un pez. El pez, mirando a Kiviok, se burló de él, pero Kiviok no le prestó mucha atención. Kiviok intentaba no hacer caso al pez, pero a medida que las virutas de madera caían en el agua, estas se convertían en peces y más y más peces se burlaban de él.
Mientras Sura estaba ausente, otro dios de nombre Jabaru, conocido por su carácter tramposo, sacó las semillas de su escondite y se las comió, no dejando ninguna a los otros dos dioses, Sibu y Sura, para su trabajo de creación. Cuando Sura regresó, el muy malvado Jabaru cortó la garganta de Sura y una vez muerto, lo enterró donde antes habían estado las semillas. Contento por lo que había hecho, Jabaru se fue a su casa.
Mi ejemplar de “El mundo es ancho y ajeno” se había perdido hacía ya algún tiempo, en el azaroso y mágico trajín de préstamos a estudiantes o colegas o quién sabe a quién ni cómo ni dónde. Caminamos sin rumbo fijo, sin otro propósito que el de caminar por allí sin rumbo fijo.
Tratando de aclarar su mente, caminaba por los pasillos del hospital cuando escuchó un extraño llanto tras una puerta. Habló con las enfermeras que le contaron el origen del misterioso lamento. Se trataba de un enfermo que, por caridad, el hospital tenía confinado en los sótanos del edificio. Quiroga exigió conocer a ese paciente. Se trataba de Vicente Batistessa, conocido como el “hombre elefante”.
Laura Cesarco Eglin es una poeta y traductora nacida en Uruguay. Es autora de dos libros de poesía, Llamar al agua por su nombre (Mouthfeel Press, 2010) y Sastrería (Yaugurú, 2011), así como de una plaquette, Tailor Shop: Threads (Finishing Line Press, 2013), con poemas de Sastrería traducidos con Teresa Williams.
Desde el comienzo del día creo estar al borde de algo, le digo como despedida a la mujer, y me sonríe mientras saca de su delantal el celular, lo chequea y lo vuelve a guardar. Te entiendo, me despide. La peluquera entiende. Todas las peluqueras entienden de soledad telefónica y carnes abandonadas.
Un historiador josefino, bohemio, noctámbulo, entrañable, fino gustador del tango y del buen whisky, había subido a su muro un video del año 1993 –casero, pero prolijo, hecho por un coterráneo- rescatando una veintena de minutos en el escenario de un señorial club, donde aparecen dos cariños, dos fuertes, apretados afectos que abrazaron mi niñez y mi adolescencia.
Después estiró el cogotito, como si tragara saliva y puso una carita que parecía decir: ‘Yo soy muy desgraciada porque a mí nadie me quiere”.
Sentada en una mesa del cafetín Le Temps des Cerises, a escasos cien metros de su hotel, ella por fin comenzó a comprender que su situación era complicada, casi desesperada. Habían pasado ya las primeras noches de llantos, ruegos y reproches, cuando su prometido Augusto Soler le había comunicado que no estaba enamorado de ella.