La pantalla de mi computadora despliega un rectángulo blanco sobre fondo brillante con pretensiones de cielo falso. Un archivo de Word vacío, que espera desde hace rato que lo llene con palabras. Justo en ese momento siento que necesito tomar un café. Voy hasta la cocina, y lleno el depósito de la máquina. El olor picante me gusta tanto, respiro para disfrutarlo mas, espero el goteo lento que cae, oscuro y continuo, sobre la jarra de vidrio. Bandeja, cucharita, completo todo el ritual y vuelvo con el café recién hecho a instalarme frente al escritorio.
Ahora es el ruido del tráfico el que me distrae. A través de la ventana veo gente que pasa apurada, un ómnibus que frena en el semáforo, el perro del vecino que ladra con entusiasmo. El celular reclama la lectura de mensajes que me había propuesto no revisar hasta que termine lo que quiero hacer.
Abro otra ventana del navegador y escribo una palabra. Escucho el sonido leve de mis dedos sobre el teclado. Wikpedia me dice que la pausa es un concepto métrico que se refiere a una pequeña inflexión en la lectura de un poema. O sea que desde la propia definición, está asociada inseparablemente con el arte y la creación literaria.
Recuerdo la novela “La lentitud” de Milan Kundera, un escritor que siempre me fascinó con sus historias. En ella, un hombre que maneja una motocicleta, impaciente y azorado, se aleja a toda velocidad, mientras otro, con una peluca blanca, ensimismado y medio dormido, sube a una calesa que parece salida de una estampa en color sepia. Personajes del pasado y del presente convergen en un castillo de la campiña francesa, en un contraste que nos hace reflexionar sobre la aceleración en la que vivimos. La busqué en la biblioteca para volver a leerla hace poco, y me gustó incluso más que la primera vez. Pienso en cómo vale la pena apreciar y defender los instantes, justamente esos instantes en los que cada momento vale por lo que es.
Si pudiéramos encadenar en eslabones muchas pausas, tendríamos quizá la espera. Pensando en historias de dioses y tragedias, de odios y debilidades mitológicas, se me ocurre que la figura femenina que simboliza esa demora, esa especie de dilación constante, es Penélope. Hay varias maneras de ver su espera. En tiempos de feminismo, muchas criticarán el permanente tejer y destejer, y calificarán como ingenua esa espera larga del hombre amado. Yo prefiero ver a ese personaje como la verdadera dueña de su destino, la que elige sin hacer caso a lo que los demás quieren que haga.
Por eso, Penélope espera. Hay tantas esperas. En consultorios, aeropuertos o en oficinas públicas. En estaciones y antesalas. Si en lugar de dejarnos dominar por la impaciencia y el estrés que nos genera todo lo que tenemos que hacer, si consiguiéramos dejarnos llevar por el ritmo lento de otros tiempos, podríamos aprovechar esas pausas para imaginar, observar o simplemente, no hacer nada. Un espacio en blanco, un alto en el camino.
La página de mi archivo sigue vacía, y mi cabeza anda por otros rumbos, tan lejos de lo que había pensado escribir. Cierro el documento, otro asunto me reclama. Pero no me arrepiento, porque esa pausa me ha dejado un aroma a tarde de domingo, a minuto de café, a esquina de quinta en el Prado. Mas valioso que las palabras que quizá hubiera podido escribir
- Alicia Escardó Végh es escritora, gestora cultural y consultora en e-Learning para contenidos educativos multimedia
- Ilustración de la tapa de «La lentitud» de Milan Kundera, Editorial Tusquets.