“Lágrima desperdiciada en el fuego de la confesión
El espejo más fiel
Te tropiezas en la oscuridad”
Massive Attack “Lágrima” (Teardrop)
Era la vez número veinte que lloraba en un avión. La cuenta es fácil, llevaba diecinueve despedidas de Uruguay, durante estos 17 años, más o menos. Pera vayamos unos días atrás. Mi hijo había cambiado Brigthon por Bristol, una ciudad portuaria, al sudoeste de Inglaterra, según “The Sunday” en el 2014, la mejor ciudad para vivir de todas las Islas Británicas. Había pasado más de un año. Con cuatro amigos habían alquilado una casa en pleno centro, tenía trabajo estable, pareja, había dado un par de conciertos y grabado un videoclip. Al parecer no tenía ni la mínima intención de volver. El viaje era más directo, de Faro a Bristol, que tiene aeropuerto y el puente colgante de Clifton, construido en 1864, que cruza el desfiladero de Avon y el río Avon, uniendo el barrio de Clifton con Leigh Woods en North Somerset. Además por alguna razón, está llena de globos aerostáticos, incluso hay un feriado especial con todos los globos en el aire. Y hay grafitis por todos lados, por algo es la tierra de Banksy, el artista callejero que llegó a ser de élite generando una hermosa contradicción entre sistema, cultura, vandalismo, arte, vanguardia, denuncia, etc. Recordemos que esta manifestación artística, ya las hacían los romanos, pintar en paredes, eso sin contar las obras de las cuevas de Altamira.
En fin, que en cuanto vi la estética de la ciudad entendí su elección. Mi hijo tiene tatuajes, caravanas y el pelo de colores desde hace tiempo y allí era uno más. Incluso las señoras mayores que uno se cruza rumbo a la feria suelen tener el pelo azul, violeta, rosado o naranja, dejando atrás aquello de peinar canas. Una ciudad llena de rock. Llegué y me dijo “tengo seleccionado los sitios a los que llevarte”. Esto dicho por cualquier agencia turística es un catálogo de restaurantes, parques y museos. En mi caso es más específico. La primera parada era una tienda de discos, había una oferta, los Cd´s salían una libra, poco más de un euro, pongámosle 50 pesos uruguayos. 50 pesos. Por suerte pensar en el exceso de equipaje me hizo controlarme, y cuál viejo que habla de sus épocas, mientras metía en una bolsa los discos de “Massive Attack”, “U2”, “Duran Duran”, “Travis”, “Fat Boy Slim”, uno de Madonna que ya tenía pero me lo llevé igual… “Si te llevas 15 pagas 10”, me dijo el de la tienda, recordé cuando en Uruguay me comparaba un disco en 3 cuotas y se me estrujó el corazón. Incluso cuando de adolescente, a la edad de mi hijo, iba la Centro a escuchar discos que no me podría comprar, o juntaba todo el año para comprarme un vinilo. La mayor parte de la música que escuchaba era con casetes (TDK si me alcanzaba, o si no de los baratos) que siempre tenía en un pequeño grabador con FM, con el rec y la pausa, a la caza de una buena canción, rezando para que el locutor anti piratas no dijera nada durante el tema. “Hubiera sido tan feliz”, pensé, “si alguien me hubiera contado esto, que algún día me iba a poder comprar todos los discos que quisiera, pero no por ser rico sino por poder acceder a ellos con normalidad”. Una duda: si la felicidad llega tarde, ¿se llama felicidad? Irónicamente mi hijo no se compra discos, los escucha de Internet, le nombro una banda y al instante la escucha. Heredó una costumbre, no sé cómo porque cuando lo hacía él no había nacido, que es estar continuamente a la pesca de música nueva. “Escúchate esto…”, debe ser el mensaje más frecuente que nos pasamos.
La segunda tienda era una de comics, encontré una joya. “True Brit”, con guión de uno de los “Monty Python”. La historia es genial. “Kal–El” al que conoceríamos luego como Superman, en lugar de caer en Kansas, EEUU, es enviado a la Inglaterra rural. A partir de allí, criado por los típicos ingleses, su carácter de inglés verdadero lo hará un héroe diferente. No se me ocurre mejor forma de definir nuestra identidad que ese ejemplo. Conocía comics similares “El Hijo Rojo” (Superman es criado en la URSS), “Kal” (en la Edad Media), incluso una historia fantástica donde es adoptado por los Wyne, o sea en lugar del que luego sería Batman. John Cleese cuestiona así el carácter británico, famoso por su educación, nos hace pensar si no esconde un inmenso miedo al “qué dirán”. Nuestro héroe inglés, tarda años en mostrar sus poderes por eso (sin contar que mata a un compañero de criket de un pelotazo). También me hizo gracia que el padre fuera dentista. Por algún motivo siempre que hay que elegir una profesión aburrida, previsible y rutinaria, solemos ser la opción favorita. Allí donde aterrizamos, casi por azar o como parte de un plan de nuestros progenitores, se nos forma una personalidad, una serie de costumbres, unos patrones culturales, luego de grandes vamos a parar a otros sitios con aquello que somos. Me trajo a la mente el cuestionamiento que hacía el humorista George Carlin sobre el “Orgullo”, (en nuestro caso “Orgullo celeste”). Decía Carlin que uno no debería estar orgulloso de algo que no es mérito propio, “Es cómo estar orgulloso de tener dos orejas”. O sea que el “orgullo” es algo que debe reservarse para algo que se logra u obtiene por uno mismo, no para la casualidad del sitio donde aterrizó tu nave. Lo remata diciendo que si entendería ser feliz por algo. “Feliz de ser uruguayo”, eso sí suena lógico.
Paseando bajo la persistente llovizna, (perdonen que insista en lo mucho que la lluvia me recuerda a Montevideo, y lo que aleja a este lugar de Andalucía y su sol permanente), recorrí sus calles, en subida y bajada constante, los bosques, las ardillas (voy a cumplir 50 y es la primera vez que veía ardillas silvestres), el puerto, los bares, las casas.
Gente de todas partes del mundo. El mundo es de todos. España ha vivido un nuevo flujo migratorio, sus jóvenes castigados por un desempleo histórico se vienen a trabajar al “super primer mundo” (o cómo le llamen a esto a los que les encanta usar esa espantosa y absurda terminología de “tercer mundo”). Todavía no se nota el “Brexit”, los ingleses nunca adoptaron el euro y los extranjeros que ya están instalados ni se enteraron, creo que ni los mismos ingleses entendieron que pasó. A veces la vida cotidiana y los titulares de la prensa parecen mundo paralelos (tan paralelos que no se tocan). Paseamos por un barrio lleno de “jamaicano- descendientes”, de negros, para ser más claros. Nuestra condición de “españoles” hacía que pudiéramos pasar sin recibir demasiadas miradas de racismo por nuestro color de piel. Ese tipo de contradicciones raciales, territoriales y culturales son la cáscara de la verdadera desigualdad, que es la económica. ¿O se creen que los hijos de los jeques árabes que estudian en Inglaterra están por allí manejando taxis y siendo discriminados?
La última tienda a la que fuimos era un “mercado maldito”. Una feria llena de gente extraña, que vendía objetos antiguos. Podías encontrar crucifijos con muñecos vudú, piernas ortopédicas con animales embalsamados, libros viejos encadenados, baúles con contenido misterioso. El paraíso de los que amamos el género de terror.
Mientras dábamos vueltas entre brujas, hombres lobos y vampiros, una idea me acompañó: Lo mucho que me conocía mi hijo. Parece una obviedad, pero no sé si lo es. Cuando mi padre estuvo en Sevilla también supe donde llevarlo. Fuimos a la Plaza de toros Maestranza (aunque no le gustaban las corridas sólo había visto aquello en el cine y le hacía mucha ilusión), al estadio del Sevilla, y a la costa de la Luz, y de allí al Algarve, a juntar mejillones, a hacer lo que hizo en Galicia cuando niño. Como suele pasar descubrí que todo ese recorrido es una especie de ritual que demuestra que tu hijo creció y te conoce tanto como vos mismo.
Por eso al volver. Cuando el avión aterrizó, no pude contener las lágrimas. Quizás era esa sensación de felicidad a destiempo. Quizás es verificar la distancia que tengo de muchas cosas que quiero. Supe las ganas que tenía de estar con él. Con mi padre, con mi hijo. Ese nexo distinto a todos los nexos. Ese espejo que a veces refleja y a veces no.