Algo más que palabras | Jaime Clara

Hace algunos días vi una foto en Internet, donde un restaurante ofrecía precios bonificados a los comensales que, directamente, dejaran sus celulares en la puerta, en una suerte de «ropería de celulares». No sé si ese lugar existe o era una muy buena ocurrencia. La foto en cuestión me hizo pensar en que la idea no es mala, porque ya no alcanza con una sugerencia de no usar el celular durante el almuerzo o la cena. Estamos ante un fenómeno de omnipresencia tecnológica que hace que se pierdan prácticas esenciales de la relación entre las personas, en este caso, la conversación. Se me podrá decir que hoy estar conectados, comunicados, es el sino de estos días. Pues bien, dando por buena esa afirmación, nos podemos preguntar qué hacemos para impedir que estas nuevas y bienvenidas tecnologías, no debiliten el vínculo, la relación personal entre los individuos. Para muchos estamos más comunicados. Seguramente es verdad la afirmación, pero también, está claro que lo que ha cambiado dramáticamente es la calidad de esa comunicación.

Varios gestores de prensa saben que, cuando ya la comunicación supera los tres o cuatro correos electrónicos, prefiero llamar por teléfono para conversar, hastiado de tanto e-mail. Se me acusará de «chapado a la antigua». Es probable, pero me siento más cómodo escuchando a la otra persona y hablando de los asuntos que nos competen, en lugar que terminar leyendo todo un inmenso historial de correspondencia virtual acumulada. ¿Que eso tiene tus ventajas administrativas? No lo dudo, pero estoy convencido que hay pequeñas batallitas que dar todavía y una de ellas tiene que ver con recuperar el valor de la palabra y, sobre todo, de la palabra hablada. Mi postura no es apocalíptica ni mucho menos. Es simplemente tomarnos una pausa para reflexionar, en cada uno de nosotros, cuánto tiempo menos le dedicamos a hablar mano a mano.

Hace algunas semanas, en El País de Madrid, el periodista catalán Francesc Miralles, reflexionaba sobre estos temas que, tras el advenimiento de las redes sociales y la mensajería instantánea, han entrado en crisis, y planteaba, claramente, el de la conversación.

Ya, a mitad del siglo pasado, Truman Capote sentenció que «existen pocas buenas conversaciones debido a la escasez de posibilidades de que dos transmisores inteligentes se encuentren». En la misma línea, el artículo de Miralles, cita a Carl Rogers cuando señaló que «el mayor obstáculo para una buena conversación es la incapacidad del ser humano para escuchar al otro con inteligencia, habilidad y comprensión.»

El autor indica que «desde la irrupción de las redes sociales y la mensajería móvil, mantener una conversación cara a cara se ha convertido en algo casi exótico. Estamos en contacto de forma abreviada y superficial con un número creciente de personas, pero cada vez nos sentimos más solos. Para mejorar nuestras relaciones con los demás, comprenderlos y ser comprendidos, es esencial recuperar el buen hábito de hablar con tiempo y verdadera atención».

También cita a la profesor de lingüística del a Universidad de Georgetown, que indica que «una conversación bien llevada es una visión de cordura, una ratificación de nuestro propio modo de ser humano y de nuestro propio lugar en el mundo».

Agrega el periodista español que «después de una conversación profunda nos sentimos transformados. Nos hemos nutrido con nuevas ideas y hemos sometido nuestra propia óptica a un enfoque diferente que amplía nuestra comprensión sobre el mundo y sobre nosotros mismos. En su libro Conversación, el pensador Theodore Zeldin sostiene que “dos individuos, conversando con honestidad, pueden sentirse inspirados por el sentimiento de que están unidos en una empresa común con el objetivo de inventar un arte de vivir juntos que no se ha intentado antes”.

Desde su artículo, Miralles hace un llamado por la recuperación del arte de la conversación., «puesto que es uno de los pocos placeres que no requieren otra inversión aparte del tiempo, merece la pena recuperar este viejo arte para volvernos a sentir humanos. Si el tiempo que gastamos en enviar o responder cientos de mensajes de compromiso los dedicamos a compartir nuestro universo con personas que puedan enriquecerlo, viviremos con un mayor “ancho de banda” y afrontaremos los problemas que nos traiga la vida de forma más inteligente y serena.»

Queda claro que no es tan difícil y depende, exclusivamente de cada uno de nosotros.

 

http://elpais.com/elpais/2015/08/06/eps/1438872885_619918.html