Recuerdo, a media cuadra de casa, en la esquina de José Ma.Montero y Guipuzcoa, a aquel “ viejo almacén. Era un encanto: un lugar ideal para transformarlo en un boliche o restaurante, me imaginé alguna vez. No fui el único: desde hace unos ocho años funciona allí el restaurante “ El Berretín”. El nombre -se dice- surge por una especie de túnel, deposito de cosas y armas o tatucera express construida por los Tupamaros, que encontraron por allí. Un atractivo o llamador más.
Fui unas pocas veces, hacía tiempo que no lo hacía. Cuando uno sale a comer no le causa gracia ir a 40 metros de donde vive, ¿o no?.
Como ahora no estoy para las grandes distancias hace unos días fui a almorzar a El Berretín. La ambientación es acogedora ,con el mostrador original, la caramelera, los anaqueles de madera vidriados; lo hicieron bien.
Lo mismo ocurre con el menú: bien montevideano, de siempre y de ahora, casero diría, producto de esa fusión hispano-italiana que se produjo por aquí, más la parrilla: no será de la “sofisticación” tan en boga, pero nunca te falla. Croquetas, tortillas, milanesas, papas fritas, huevos fritos, pastas y arroces, el fuego, las brasas, ensaladas y acompañamientos varios; flan, panqueques (dulce de leche o crema para acompañar), también de manzanas, helados y hasta Martín Fierro. La carta ofrece más, pero sin apabullar.
Una buena lista de tragos, whiskies seleccionados, tequilas, licores, vermuses camparis, fernets ( por si alguno quiere acodarse en el viejo mostrador).
Una buena carta de vinos, sin extravagancias de más allá de los océanos o por encima del Ecuador. Satisfactoria lista de bodegas uruguayas y argentinas y a precios también satisfactorios y para elegir. Todo “ al tiro”, no tratan de hacer la diferencia con el “beberaje”. Conocidas cervezas y los sin alcohol, con algunas limonadas, además.
Pero hay tres cosas para resaltar: mercadería buena (según lo que consumimos), y un servicio rápido y personal muy atento y diligente. El personal, tan acogedor como la ambientación( pero jóvenes; en nuestro caso, Héctor y Alexandra).
Nosotros optamos por la parrilla: dos chorizos para hacer boca – yo pedí una whisky, – especiales Cativelli, como debe ser, y de segundo plato brocheta de pollo, matambrito de cerdo, y asado de tira, todo hecho al punto solicitado (bueno el parrillero). Lo acompañamos con un boniato asado- que dio para dos y sobró- y yo una ensalada de lechuga, tomate y cebolla. Esta mezcla para mi es como la prueba del nueve, y la pasó bien: productos frescos, sanos y crocantes. Los platos vienen acompañados de platitos y potecitos, que alegran, que dan acidez y pican y que tanto nos gustan a los uruguayos (son extras gratis, sin tomar en cuenta lo que decía Milton Friedman). De postre solo un helado (dos bolas) de La Cigale (otro clásico)
Con dos refrescos mas, todo por 4.400 pesos, menos el descuento de la tarjeta.
Pero atenti: son platos muy bien servidos, comen dos. Nosotros éramos tres pero podrían haber comido cinco. Sin exagerar; es más, la señoras cargaron con su “doggy bag”, para la cena.
Fue una buena excursión de cuarenta metros a El Berretin, después de tanto.
Y para precisar: berretín, por estos lares significa ilusión. ¿Se acuerdan de aquello de “un pobre mixto jaulero, con berretín de Zorzal”?
En este caso, podemos hablar tranquilamente de zorzal, no se si tanto como el “ Zorzal criollo”, que era el único y cuya foto, dicho sea de paso, resalta en el local; aquella de José Ma. Silva, si no me equivoco.