tránsito nocturno | Julio Varela

No es sencillo, pero se puede entrenar la reducción del sueño como se entrena una dieta de reducción calórica o se expone progresivamente la piel al frío, aumentando la resistencia a la temperatura ambiente.

Es un parámetro más que está graduado en el cuerpo, como la musculatura o la capacidad para una maratón. Sergio es un estudiante de física, ayudante de investigación, acostumbrado al trabajo riguroso, más que eso, acostumbrado al sacrificio, al rigor, a la voluntad y a la racionalidad a puro colmillo, que es como una ultra racionalidad a la que no le entran ni las balas.

De modo que va reduciendo a lo largo de los días las seis o siete horas habituales de sueño en su jornada, a cinco, a cuatro, a tres, sin tomar café ni nada que altere artificialmente su atención. Se predispone a un estado de vigilia activo, acompañándolo de reducción calórica en la ingesta y un poco de ejercicio, sin excesos, para no cansar el cuerpo.

Al principio, cuando siente cierto sopor o esa molestia, que luego es dolor en el entrecejo, se lava vigorosamente la cara con agua fría, frotándose los ojos y a veces tratando de hundirlos levemente, porque ojos hundidos no están dormidos sino espabilándose.

Reducir el sueño, para alguien como Sergio, cuya mentalidad parece construída en una cueva tallada en cristal de roca, a la que ningún sacrificio es ajeno, presenta la ventaja que puede utilizarse ese tiempo destinándolo al trabajo y al estudio. Dobla su ropa prolijamente cuando se desnuda. Se baña meticulosamente cada día. Pesa en una balanza los alimentos que consume y anota los nutrientes.

Cree Sergio a pie juntillas que aprovechar el tiempo de trabajo-estudio le proporcionará ventaja adicional en sus años de estancia en este mundo, exponiéndolo a grandes logros que se consiguen con grandes sacrificios, grandes escaladas de montañas empinadísimas, a cuyas cumbres eternamente congeladas solamente llegan aquellos que han empeñado su vida en el viaje.

Lo tienta haber llegado a tres horas en pocas semanas sin mayores contratiempos. Al principio mantiene el proyecto en secreto. Pero después, de nuevo envalentonado por su éxito, lo comenta con sus amigos que lo miran con asombro.

Se acostaba a las tres, se levantaba a las seis. Cenaba temprano, extendía el estudio académico en la pc sobre datos discordantes de la constante de Hubble que mide la expansión del universo.

El problema que abordan los físicos teóricos, tal es la disciplina donde trabaja como becario de investigación y la tarea de cooperación internacional que tiene entre manos el equipo que integra, es que hay distintas maneras de medir la constante, maneras divididas en dos grandes grupos, las del universo local, el más próximo a nosotros en espacio-tiempo y las del universo primordial.

Luego dormía y se levantaba a las seis en punto, sin necesidad de despertador. Su mente funcionaba como un reloj biológico exacto. Hasta era capaz, en ocasiones, de escuchar una especie de campanita que sonaba en su entrecejo y que imaginaba como un minúsculo gong tocado por un enano rojo con larga barba blanca.

El problema empezó a presentarse cuando, envalentonado, quiso bajar las tres horas. Al principio lo consiguió. Desbordante alegría de Sergio, el buen pastor del trabajo y de la ciencia y del empuje juvenil hacia cumbres heladas y lejanas.

Las primeras noches sin dormir eran como despertar de pronto en otro paisaje, lunar, aséptico, cubierto por pequeños sonidos como una lluvia. Se paseaba desnudo una de esas noches por la casa, lúcido y firme, hasta que lo escuchó. Aquel sonido semejaba el creciente estruendo de un tren que se aproxima desde cierta distancia.

Cuando lo tuvo encima comprendió que estaba en riesgo y saltó hacia la cocina mientras la locomotora, una de esas viejas locomotoras antiguas, arrojando su penacho de humo espeso que manchaba las paredes desde la caldera donde quemaba carbón (el calor abrumador lo expelió hacia atrás como el viento de un incendio mientras desde el costado veía el vientre ardiendo de la máquina) atravesaba el comedor retumbando fierros, con el ritmo cruzado de la batería que llevan los trenes sobre los durmientes y detrás un buen número de vagones repletos de pasajeros que pegaban la ñata a la ventanilla para observar con perplejidad la habitación y descubrirlo alucinados, antes que el tren se levantara por la ventana y se perdiera en la noche recortado contra la luna.

Texto del libro «Efectos indeseados» de Julio Varela, ganador del primer premio literario nacional de la Intendencia de Rocha, fue presentado el pasado 9 de setiembre en la Biblioteca Nacional y está a la venta en las librerías Puro Verso, Escaramuza, el Yelmo del Mambrino, Espacio Chamangá, Librería del Mercado, Latiaana y Amazonía.