Coleccioné todo lo que pude la revista argentina Humor Registrado, que salió, desde Buenos Aires, desde 1978 hasta 1998. Allí, de la mano de su creador, Andrés Cascioli y el uruguayo Aquiles Fabregat, un montón de periodistas, dibujantes, artistas de orígenes varios, hicieron una publicación que marcó una época no sólo en el humor gráfico y el periodismo, sino que trascendió esas fronteras para meterse en la actualidad, hasta donde se podía. Hay que recordar que en Argentina, Uruguay y varios países del continente había dictaduras que controlaban severa y, a veces, trágicamente, la libertad de prensa y de expresión.
Con el tiempo era fácil distinguir el trazo de los dibujantes, Limura, Meiji, al uruguayo Tabaré con su inefable Vida interior, Grondona White,Rep, Fontanarrosa, o tantos otros. Pero hubo uno que me cautivó. Los dibujos eran obras muy plásticas, que se diferenciaban de los gags más tradicionales de los demás ilustradores. En su humor no había un chiste, sino que el texto que acompañaba cada viñeta era más intelectual. El uso de la tinta china era evidente porque muchos de esos dibujos tenían los manchones evidentes, y el uso de una caligrafía muy personal. Fue de los mejores ilustradores de notas, no sólo en humor, sino luego lo seguí en otras publicaciones como El periodista, Clarín, El péndulo, Fierro, entre otros. Firmaba los dibujos como Fati, su nombre, Luis Scafati (Mendoza, 1947).
Confieso que mirar tanto los dibujos de Fati, tanto o más que las caricaturas de Hermenegildo Sábat en Clarín,Al Hirshfield o David Levine -por nombrar sólo a cuatro ilustradores que publicaban en el exterior, reafirmaron mi interés por dibujar, hábito que generé luego de copiarlos mucho, usando su técnica, sus temas, en el marco de una gran admiración. Después, en la década del 90 comenzaron a aparecer algunos de sus libros, con ilustraciones que yo ya conocía de memoria. Tinta china (1986) fue el primero, luego el libro de dibujos eróticos -una osadía para la época- entre otros, que había que ir a comprar a Buenos Aires, porque no llegaban a Uruguay.
Las redes sociales me permitieron encontrarlo y volver a seguirlo, con la admiración intacta. Y aunque yo ya había adquirido con fuerza el hábito de dibujar caricaturas, las ilustraciones de Fati, ahora devenido definitivamente en Scafati, me siguen cautivando. Y cuando muestra su taller en fotos o es entrevistado en diferentes medios, sigue teniendo el efecto hipnótico de siempre.
“Yo dibujo desde que tengo memoria, desde que era un pibe. Mi primer recuerdo es dibujando. Pero a veces uno está tan metido en una cosa que no la ve; como un pez que no sabe lo que es el agua. Y en el momento de elegir mi carrera iba a hacer psicología. El dibujo era de todos los días, me ponía horarios, me encantaba hacerlo. Había estudiado con los doce famosos artistas, que parece un chiste, pero en aquel momento todo el mundo estudiaba cosas por correspondencia. Todo esto era una especie de juguete imaginativo, pero la cosa era que había que trabajar de algo. Gracias a Dios y accidentalmente entré a Bellas Artes, donde descubrí otro mundo que no tenía nada que ver con lo que venía haciendo de manera visceral, cándida, ingenua. Pero lo extraño, porque a pesar de haber hecho esos cinco años en Bellas Artes, después fueron más de treinta donde traté de sacarme toda esa cosa que me pusieron ahí, que me incrustaron: el Arte, la grandilocuencia. Tuve que aceptarme en esta vertiente que era realmente mi trabajo: ilustrar, estar en la calle” dijo en una entrevista. Y agregó que “cuando chico era muy desprolijo y eso lo seguí cultivando, naturalmente. Yo considero que todo es dibujo, desde la caligrafía, cosa que practico desde siempre, hasta los diferentes modos en que se expresa una línea. Una línea puede ser una cosa homogénea, una cosa hecha con una regla o puede ser un trazo hecho con el dedo. Todo eso lo practico. Porque por una especie de contrapunto siento que esas manchas, esos goterones, están puestos conscientemente en esa inconsciencia que significa dibujar. Cuando estoy dibujando no pienso con la cabeza, sino que es una especie de danza que se va armando. Es una herramienta más, como lo son los sellos con números o cuando marco con esa línea fría y geométrica”
Aparte de su actividad como dibujante de prensa, en varios medios, Scafati se ha destacado como ilustrador de libros. Desde clásicos como Drácula o la obra de Kafka, hasta sus propios trabajos, que comenzaron con Tinta china, hasta la reciente novela gráfica, la primera de su autoría, La bestia impura (2024). “Me había cansado mucho ya del periodismo. Porque en el periodismo, de alguna manera, el trabajo del ilustrador fue perdiendo este espacio. ¿Por qué? Y, porque estaba la fotografía. Entonces, un poco quedábamos relegados al tema económico, donde, cómo va a ilustrar una suba. Todas las cosas que no nos interesan, por lo menos a mi que no me interesan para nada, tenía que ilustrarlas. Entonces, un día decidí ilustrar La Metamorfosis. Que era un librito, digamos, era una novela chica, chiquita. Y llevó dos años hacerlo, porque hice dos versiones, la que se publicó y otras antes.”
«De algún lugar de la noche salen voces que me susurran. Acaso porque soy un vampiro en fuga, antes que el sol destiña las sombras de la noche, camino apurado por las calles vacías« Frase inicial de La bestia impura.
La editorial Loco Rabia ha publicado los últimos libros de Fati, entre ellos, la mencionada primera novela gráfica donde tanto los dibujos, como los textos, son viscerales, comprometidos, alaridos y alerta sobre el mundo que lo / nos circunda. Se la define como “un viaje a veces tortuoso, otras solitario, a las entrañas mismas de la creatividad, mientras una ciudad asfixiante sobrevuela como un ave rapaz, hambrienta, deseosa de devorar a aquellas personas que buscan, sin brújula ni mapa, su añorado destino».
Scafati sorprende una vez más por su calidad gráfica, por su originalidad de recursos, por su humor y por su temática, pero no sorprende porque afianza y fortalece un estilo que es su seña de identidad. Un estilo con el que ha sido absolutamente coherente desde aquellas épocas de Humor.
Al movimiento de la época dorada de los ilustradores de prensa en Uruguay, se le llama como “el Dibujo”. Pues bien, si por cariño, cercanía y admiración acercamos a Fati a nuestro país, perfectamente podríamos decir que es un fiel representante de ese “dibujazo”.
Los libros de Scafati son como un buen thriller: atrapantes, adictivos, adrenalínicos.