Adelanto del libro “La geografía posible de la Utopía. Viajeros en el Río de la Plata en los siglos XVIII y XIX”, por Héctor Balsas. 2024. Edita Linardi y Risso
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Viajeros, crónicas, siglos XVIII y XIX, viñetas pintorescas, opiniones eurocéntricas, imágenes pictóricas académicas de incierto y problemático realismo, descripciones mezcladas con valoraciones en un tema que ha sido tratado habitualmente como un conjunto de ilustraciones de una época, la colonial, detenida en su lugar pretérito, que corre con serias desventajas si se lo compara con aquellos temas que concentran mayormente el interés público debido a su inmediatez, a su actualidad o sus ribetes polémicos.
El insigne Marc Bloch, advertía hace décadas acerca de la tentación de “desfajar dioses muertos”, rindiendo culto al “ídolo de los orígenes”, que frecuentemente asalta cuando se mira al pasado. Pero también brindaba sus lecciones acerca de “comprender el pasado por el presente”, que no implica la acción ortopédica de juzgarlo con nuestros valores presentes y demarcar lados correctos e incorrectos de la Historia, sino entenderlo a partir de lo que somos y revelar en él, con nuevas metodologías, hilos históricos antes no percibidos o apenas entrevistos.
¿Es realmente tan falto de conexión con el presente y la actualidad repasar las miradas que contribuyeron a la construcción de imágenes y definieron formas de mirar, aún aquellas que implican la auto observación?
Los tiempos presentes renuevan, forzosamente, la consideración, a veces no de la mejor manera ni en climas de tolerancia, de cuestiones de identidad personal y cultural, de diversidad y globalización, de interculturalidad, de atención hacia los pueblos ahora denominados originarios y aún hacia las llamadas culturas reemergentes (con la discusión acerca de si es o no posible tal reemergencia) y la controversia permanente acerca de la vigencia universal de los valores o la relatividad de los mismos.
Esto lleva a una revisión del valor de los textos de los viajeros – en tanto expresión inequívoca de un proceso de relación intercultural – como fuente histórica, que lo siguen siendo, pero más aún acerca de aquello que hoy estamos capacitados para entreleer en ellos, ensayando una lectura menos plana de sus testimonios, abordando aquello en lo que, al hablar acerca de otros están hablando de sí mismos, así como en cuál es la visión de la realidad que observaron que refleja su cosmovisión (filosofía, ideología, creencias, prejuicios, estética, moral, ciencia, tecnología, etc.) y que ha dejado unas nociones que nuestra visión histórica ha recogido y tomado como base para algunos dogmas históricos que hoy quedan en entredicho.
A modo de ejemplo, la idea de Nuevo Mundo, muy cercano y emparentado con el mundo otro, lo hizo depositario de anhelos, necesidades y temores del Viejo Mundo y vehiculizó tanto su visión optimista y afirmativa de sí mismo como la visión desesperanzada e hipercrítica de la propia realidad. Así ese Viejo Mundo construyó estereotipos del Otro, tanto como de sí mismo, en un sentido a la vez que en el contrario. El impulso colonialista conquistador fue tan impetuoso como la propia crítica a ese colonialismo. El Nuevo Mundo prometió, a sus ojos, lo que el Viejo Mundo negaba o aquello de lo que carecía, en tanto, en contraste, sus representantes en América se empeñaban, a fuerza de cruces y espadas, en redimir a pueblos “todavía bárbaros encerrados en las tinieblas del paganismo”. Un mundo diferente parecía anidar en América al mismo tiempo que también parecía carecer de las Luces que iluminaran su futuro. El Viejo Mundo pudo narrar la heroica peripecia de un náufrago célebre, que sobrevivió a fuerza de inteligencia, Alexander Selkirk detrás del personaje Robinson Crusoe, tanto como contar los varios viajes de otro náufrago, imaginario pero verosímil, médico de profesión, que progresivamente se va alejando desencantado con la especie humana y su civilización, en los Viajes de Gulliver. El primero encarna la utopía que el hombre occidental podría llevar a cabo en tierras ultramarinas. El segundo muestra, a través de otras utopías, como en un espejo distorsionante, los defectos de la propia civilización. En ambos casos, América operó como acicate y ambos contribuyeron a que nuestro continente se asociara como la sede ideal de la utopía posible.
Esta visión de América fue tomando, al paso del tiempo, formas y contenidos que cristalizaron en imágenes más expresivas de deseos que de concretas realidades, pero que dieron impulso a un imaginario colectivo en el que aparece como la tierra de las oportunidades, la tierra de la riqueza, el reservorio del mundo, donde se podía hacer la América, con lugares tan idílicos como la tacita del Plata, o la Suiza de América, en un Río de la Plata donde, para más mitología, casi como en una concentración de auras y energías mágicas, sobre una de sus márgenes existen seres indoblegables de tan resilientes que son, leones que donde apoyan su garra provocan maracanazos.
Si alguna vez la utopía tuvo una geografía concreta fue América el lugar por excelencia. Nadie dudó en ubicar allí a Eldorado, o la utopía civilizatoria de los curas misioneros o el mundo feliz que el cuerno de la abundancia había bendecido con riquezas incontables. No había sido así con utopías populares medievales como Cucaña o Pomona, ni con el elusivo Reino del Preste Juan, erráticamente ubicado en África, en Tierra Santa o allí donde diera la imaginación de los peregrinos. Las Cruzadas y el viaje de Marco Polo habían sido las dos grandes experiencias occidentales recientes de contacto real con lo exógeno. Los viajes de exploración – conquista – colonización que poblaron los siglos XV y XVI acrecentaron la experiencia real con la Otredad, pero cargada de fantasías, religiosidad supersticiosa, morbosidad y afición hacia lo monstruoso (donde cabía prácticamente todo lo diverso). El desarrollo de una mentalidad científica y racionalista que se arraiga en el siglo XVII y connota decisivamente el XVIII y el XIX, motiva una nueva era de viajes, una en que el acrecentamiento del conocimiento va de la mano con afianzar el dominio colonial y aumentar el comercio; una en que la curiosidad por la Otredad va en conjunto con el horror por la diversidad extrema; una en que la profusión de investigaciones náuticas, zoológicas, botánicas, geográficas, antropológicas, geológicas o astronómicas van acompañadas por el sentimiento de posesión de la realidad a través de la sacralización del conocimiento. Hay una oscilación entre los nuevos dogmas consagrados racional y científicamente y poderosos cargos de conciencia que se manifiestan a través de un lenguaje conmiserativo y condescendiente hacia el Otro, uno de los límites del pensamiento humanista en ese entonces.
Este libro tratará acerca de los testimonios que quedan de hombres que viajaron por estas tierras cargando su civilización para contar acerca de los Otros que conocieron en su camino. También de cómo esos relatos impresionaron a sus contemporáneos y contribuyeron a la definición de unas ideas que no demoraron en ser basamento de hechos concretos, de transformaciones decisivas y de una nueva visión del mundo. Asimismo, versará sobre la formulación de imágenes de la Otredad y de cómo eso influyó inclusive sobre esos Otros y en la visualización que tuvieron de sí mismos. Y también acerca de cómo América conserva un aura de prodigiosidad que habla con desmesura sobre riquezas que quizá no sean tantas y de la potencialidad de asegurar fácilmente la felicidad de los pueblos, algo que quizá no sea tan posible. Este utopismo más reciente, a caballo de doctrinas varias, fomenta la pregunta de cómo es posible que América muestre una realidad de pobreza tan ofensiva en medio de una plétora de riqueza. Preguntas similares hicieron varios de aquellos viajeros de hace dos y tres siglos con horror acerca de que finalmente la utopía se arruinara. Hoy el utopismo pasa por índices, tasas, indicadores, porcentajes y estadísticas y deja la fantasía y la imaginación para otros mundos, algunos en una América realista – mágica, como Macondo, otros en indefinidas dimensiones como la Tierra Media, Narnia o Hogwarts, o incluso en espacios virtuales como la Matrix o el metaverso.
En las páginas que siguen se tratará acerca del relato de viajes como resultado de experiencias que se cuentan a ciertos públicos, que varían en el lapso de dos siglos y están sujetos a las alternativas tanto del mercado editorial como de fenómenos sociales como la alfabetización, la extensión de los derechos en democracias burguesas, el ascenso de los sectores medios, el acceso del proletariado a la educación y la democratización del ocio. Así también, en medio de la aceleración de la mundialización, esos relatos configuraron – desde los epistolarios de los misioneros, los gruesos volúmenes de las memorias científicas y los diarios de viaje hasta los testimonios acerca de las condiciones de vida, posibilidades de trabajo y acceso a la riqueza para inmigrantes, inversores y empresarios –, poderosos vehículos de información, por momentos acaso los únicos, y de formación de opinión e imágenes.
Luego se pondrá el foco sobre el Río de la Plata, y en especial su margen septentrional – Banda Oriental, Provincia Oriental, República Oriental del Uruguay – y las constantes que los relatos de viajes por esos territorios presentaron, revelando el trasfondo de la visión que trasuntan: etnocentrismo, estereotipación, exotismo, terminología valorizante y utopismo, como parte del Ars Apodemica, los consejos de viaje, el arte de viajar y su expresión más valorada, el llamado Grand Tour, el viaje pedagógico, de aprendizaje directo de la realidad, en la estela de las ideas educativas rousseaunianas.
Cuanto más lejos de la propia civilización, tanto más arduo el trabajo de verdadera comprensión de la otra realidad, si es que esa es la intención del viajero. Así se abordará la compleja trama de la relación de identidad y alteridad, ya que, si bien en ciertos casos la distancia entre el Yo y el Otro es nítida, habrá otros muchos en los que aparezcan también otros Otros. Los conflictos coloniales desdibujan ciertos límites: el rival colonial puede ser visto como el otro enemigo, que pervierte y corrompe al otro que se ha visto como el arcádico hombre natural que la filosofía proclamaba que existía en algún lugar, el Buen Salvaje. Será procedente, entonces, analizar la visión sobre los otros: la Indianidad, entre el infiel irredento y el Buen Salvaje; la Negritud, entre el esclavo sumiso y doméstico y el liberto promovido por la piedad humanista abolicionista; el estereotipo de los gauchos, entre el delincuente antisocial y el constructor de la Patria; la Otredad cercana, de los europeos – rivales coloniales, comerciales o industriales – con las mismas miradas cruzadas, plenas de los mismos prejuicios nacionalistas que imperaban en Europa, y de los criollos, europeos a medias, presentados con los colores de la indolencia, el atraso y el estigma de la degeneración de la raza blanca en América.
Europeos de variados orígenes – españoles, portugueses, franceses, ingleses, suecos, belgas, italianos, suizos, alemanes, checos – y algunos americanos del norte, estos viajeros tuvieron muy variados objetivos de viaje y también diversas peripecias personales, algunas bastante comunes a la mayoría, otras, con peculiaridades dignas de mencionarse. A eso se agregará lo relativo a no pocas vicisitudes editoriales, de autoría y de polémica histórica que numerosos textos atravesaron. Autores de dudosa existencia, autores de identidad escondida, autores víctimas de intrigas, préstamos no declarados, turbiedades plagiarias, polémicas de historiadores acerca de cuál texto es auténtico, todo ello corre entre la fama, la aclamación mundial y su renombre hasta el presente para algunos de ellos y la infamia del descrédito, la cárcel, el exilio o la ejecución para otros.
Finalmente, arribaremos a las tierras de la utopía, la que anidaba en los deseos frustrados y alentaba a transformar la realidad; la que se buscaba en los lugares a que habían llegado; la que vertió su crítica, entre lo galante y lo feroz, a través del relato utópico literario. A la vieja y elusiva utopía del oro, le sucedieron la utopía cristiana de curas misioneros jesuitas y franciscanos, la de las nuevas ideas económicas fisiocráticas, liberales y racionalistas, la del optimismo acerca del progreso y el evolucionismo social, y la del desarrollo de la libertad política de los estados modernos. En todo esto está el papel de América (y el Río de la Plata), y las ansias puestas en que fueran las orillas de la tierra feliz, la tierra de la utopía posible.
Notas
1 Bloch, Marc “Apología de la Historia o El oficio del historiador”, (1996 [1993])
2 Viejo y Nuevo Mundo son convenciones históricas que implican asumir un punto de vista desde el que se posiciona el observador, en este caso, la que corresponde al Viejo Mundo, imponiendo una precedencia cronológica que habilitaría el derecho de denominar al otro en relación a sí mismo, y de conferirle existencia por el acto mismo de su reconocimiento como otro.
3 Recuenta Eduardo Mendieta en su artículo “La geografía de la Utopía” (1998) lo que intelectuales americanos plantearon respecto a “la centralidad de América en la transformación del imaginario occidental”. La presencia de América como el cambio más radical del pensamiento occidental moderno (Arciniegas), América como una invención (O’Gorman), América como otra Europa (Dussel), América como el ideal de Europa (Zea), América como capítulo de las utopías europeas (Paz).
4 En las entrañas de la tierra o inexplotadas, esas riquezas lo son solo nominalmente. Una posición extractiva entra en colisión con conceptos del presente, relativos al ecologismo, el ambientalismo, el cambio climático, el equilibrio ambiental, la relación entre riquezas finitas frente a poblaciones crecientes. Y aún desde posiciones productivas (agrícolas o agroindustriales), las prácticas tradicionales y las tecnificadas, también chocan con los conceptos actuales de preservación del medio ambiente, de prevención de la erosión de la tierra y contaminación de los cursos de agua, prevención de la disminución de áreas de vegetación que equilibran el planeta o de disminución de emanaciones gaseosas de millones de animales que inciden sobre el efecto invernadero.
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