Los días y las noches
“Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse.
A resistir.
Aunque es seguro que habrá más penas y olvidos”.
Desde el mes de diciembre que me acompaña este poema de Juan Gelman. No hace falta explicar por qué. Pero decidí compartir mis lecturas de este verano y algunas reflexiones. En la Argentina de estos tiempos de ultraderecha todo parece una pesadilla. Eso no significa que no podamos pensar desde el campo del arte. La locura que soportamos diariamente y el placer del elenco gobernante por hacer sufrir al prójimo son inéditos en cuarenta años de democracia. El prójimo, los prójimos, somos todos nosotros.
El odio a la cultura tiene raíces e historia. Desde Primo de Rivera, cuando desde la falange decía “cuando escucho la palabra cultura saco el revólver”, hasta la quema de libros y el asesinato y persecución a los intelectuales que impuso la última dictadura militar, ya sabemos que el teatro, el cine, la literatura y cualquier manifestación artística perturba a los ignorantes que detentan el poder.
Por eso lo mejor que podemos hacer es refugiarnos en las cosas que nos apasionan. El año pasado ganó el premio Nobel de Literatura el noruego Jon Fosse. Yo conocía su teatro y me fascinaba, sobre todo obras como “El niño”, “La noche canta sus canciones” y “Variaciones sobre la muerte”, pero no había leído ninguna de sus novelas. Empecé, entonces, por “Trilogia”, un texto que pone al descubierto la vulnerabilidad de una pareja que vive acosada por la más elemental subsistencia y se encuentra con un mundo asfixiante, prejuicioso y miserable. Esa lectura me llevó a buscar “Septología”, que son siete novelas conectadas entre sí. Reconozco que atravesar las 788 páginas del libro, donde no hay ni un solo punto, no es una tarea sencilla. Mezcla de Samuel Beckett, Franz Kafka y Thomas Bernhard, lo que ha hecho Fosse es un trabajo monumental sobre la percepción. En este preciso momento, por ejemplo, mientras escribo esta columna, pienso simultáneamente en muchas cosas. Fosse pone al descubierto esos trabajos de la mente que no controlamos. Asle es un pintor viudo que vive solo en un fiordo noruego y observa su vida entera mientras mira los movimientos del mar. Lo que pone en primer plano Fosse son los mecanismos del aparato psíquico para dar cuenta de la interacción permanente entre pasado y presente. Convertido al catolicismo, Fosse ha dicho que escribe como reza, y de hecho todos los capítulos terminan con el Padre Nuestro o el Ave María escritos en latín. Pero quizá lo más importante es como esta novela monumental está atravesada por el amor. Sabemos que el discurso amoroso no tiene lugar dentro de los parámetros del capitalismo. Hay un texto de Lacan fascinante sobre el tema. Y aquí Asle ama a Ales (el nombre de uno y otro tiene las mismas letras). Y aunque ella está muerta, Asle la evoca con una letanía amorosa de rara hermosura.
Vaya a saber por qué leo y releo desde hace décadas “Fragmentos de un discurso amoroso”, de Roland Barthes. Vivir atravesado por el amor no significa tener pareja, un razonamiento así sería demasiado banal. Spinoza, ese filósofo imprescindible, sostiene: “Nadie puede desear ser feliz, obrar bien y vivir bien, si no desea al mismo tiempo ser, obrar y vivir, esto es existir en acto”. A eso apuntan, para mí, los días y las noches.