El mindful travel o viaje consciente es una forma de viajar que implica una atención plena hacia el entorno y las experiencias, y uno mismo, durante el viaje. En lugar de solo moverse de un lugar a otro, el mindful travel se centra en la conexión con el presente, en experimentar cada momento y en ser consciente de cómo afecta a uno mismo y al entorno que lo rodea. Este viaje empieza en el proceso de decisión, y después fluye a través de la experiencia y la posterior satisfacción. El mindful travel puede implicar actividades como la meditación, pero también la observación de la naturaleza o la participación en la cultura local.
A esto se debe añadir la desconexión de dispositivos electrónicos para estar presentes en el lugar y en el momento. Para entender el significado de las palabras, para escuchar el sonido de los pájaros, para probar un pan recién horneado. Las narrativas locales, textuales y visuales, tal y como se observa en las imágenes, ofrecen una aproximación a los valores que son característicos de una comunidad (el arte de cocinar) o la región (los viñedos), para apreciar una combinación de elementos donde la amabilidad y la hospitalidad acentúa el significado de las relaciones entre los aspectos culturales y sociales que configuran la identidad local.
El viaje consciente en el turismo representa una conexión entre la autenticidad, el movimiento slow y la filosofía del JOMO, es decir, la alegría de perderse algo, en contraposición al FOMO, el miedo a perderse algo. La autenticidad se refiere a la búsqueda de experiencias que nos permitan entender la identidad local (que a la vez es compleja y está formada por varias identidades) y participar en actividades que reflejan el ADN del lugar que se visita, de las personas que encontramos y de las tradiciones que tienen siglos de historia.
El slow travel, o viaje lento, complementa el viaje consciente y aboga por desacelerar el ritmo del viaje, a través del cual poder absorber y apreciar el entorno. En el paisaje gastronómico, el entorno se refiere al contexto en el que se desarrolla la experiencia desde los espacios de producción hasta los espacios de consumo. Este entorno incluye varios aspectos, por ejemplo, la localización geográfica, el medio físico (la naturaleza) y humano (la cultura), así como las tradiciones que nutren el patrimonio material (un ingrediente) e inmaterial (una receta) de la gastronomía, así como las interacciones sociales. A través de las conversaciones con los actores locales (un pastor o un chef), con otros visitantes (del mismo país o de otro) y de la participación en eventos relacionados con la comida (por ejemplo, una clase de cocina), la experiencia culinaria fomenta el intercambio cultural y el conocimiento de los aspectos plurales que conforman la identidad gastronómica que nosotros también nos apropiamos cuando viajamos.
La atención plena, sin prejuicios, por parte de anfitriones e invitados, es imprescindible para poder entender el viaje auténtico, lento y consciente. La atención plena también es ser flexible para explorar el presente. Es entender que lo que nosotros entendemos no es lo mismo que lo que otra persona entiende. Es entender que la diferencia es riqueza. Es entender que el viaje no es solo un proceso de relación con el entorno cultural y natural, sino también un proceso de transformación personal y social a través de experiencias que sirvan para proteger y promover la conexión plena entre personas, prácticas y lugares.