Hablé con el amigo Aldo Solé (1973-2023) unos días antes de su sorpresiva muerte. Había quedado en mandarme su nuevo libro, original, provocativo y riguroso, como todo lo que encaraba. Nos reímos un poco, recordando mi último viaje a Florida, donde estaba radicado desde hacía años, y en la que su inmensa generosidad hizo que abriera las puertas de su casa para que yo pasara la fría noche de invierno, luego de una jornada en la que di algunas charlas en el liceo, que él organizó, e inauguré una muestra de caricaturas. Aldo fue un todo terreno como intelectual y como gestor cultural. No se quedaba quieto. Era una máquina de inventar temas, actividades, libros, investigaciones, libros, o lo que fuera. Su cabeza, su creatividad, su inventiva, iba mucho más rápido que la capacidad física de su cuerpo para acompañar tanto entusiasmo. Quizás fue eso lo que lo mató, casi que sin darse cuenta y con varios proyectos en marcha.
Aldo Solé Obaldía, como firmaba sus libros, fue docente, historiador, escritor de ficciones, poeta y crítico cinematográfico y literario. Si bien vivía en su Florida natal, alternaba residencia en Atlántida. Fue profesor de Historia, educador sexual y coordinador de talleres literarios y crítico de cine formado en la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay. Entre varios trabajos, fue autor de dos libros de cuentos, dos poemarios; dos novelas históricas y libros de historia, entre otros, Tierra tempestuosa: Florida, 1904, Emeterio Regunaga. El marido olvidado de Carlota y Martínez Trueba, el principio del fin. Además, fue miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Contemporánea, así como un apasionado conferencista, ensayista y columnista radial.
Nunca pudimos hacer la entrevista sobre su último libro. Y me quedé con esa espina. Hace poco, me topé en una librería con Historias de culos, otra forma de mirar la Historia y no dudé en comprarlo. Aldo lo hizo otra vez: logró sorprenderme con el tema elegido, que lo trató con una altura y erudición poco frecuente en los líquidos tiempos que vivimos. Así que esta reseña procura compartir una reseña para acercar un libro divertido e instruido sobre el de todos, sobre las posaderas.
Para la diaria, en su momento, el crítico Martín Bentancor, escribió que “esta suerte de historia cultural del culo, escrita con una erudición apabullante, acompañada por numerosas y pertinentes (y en ocasiones extensísimas) notas al pie y por una serie de cuidadas y bienvenidas reproducciones de ilustraciones, grabados y pinturas, se refuerza en el estilo particular de Solé Obaldía, que nunca abandona el humor para introducir los temas más serios, siendo aquel un elemento siempre medido, entre el apunte sarcástico y la mirada irónica, y que jamás derrapa en el remate fácil (tal como, a primera vista, podía habilitar la materia central del libro) (…) Página a página, Solé Obaldía desgrana anécdotas, se sumerge en diversas disquisiciones, ensambla en unidades plenas de sentido hechos aparentemente disímiles y se vale de una prosa que fluye con solvencia y es pródiga en imágenes, tal como ilustra este pasaje del capítulo “Las dolencias del papa León X”: “En 1513, en Italia, fue coronado como papa Giovanni di Lorenzo de Médici, segundo hijo varón de Lorenzo de Médici (Lorenzo El Magnífico I). Pasó a llamarse León X, un nombre muy rimbombante para un gordinflón amanerado que de león sólo tenía el nombre. Lo apodaron ‘El casto’ por carecer de hijos y concubinas, cosa extraña en los papas de esas épocas, pero el motivo radicaba en que su atención estaba puesta en los jovencitos bien dotados. Tenía treinta y tres años y, sin embargo, en la ceremonia de coronación no pudo mantenerse erguido dadas las ulceraciones anales que padecía como resultado de años de desbocadas prácticas sodomitas”. El tono se mantiene siempre entre el elemento anecdótico que dispara el relato, la precisión historiográfica y documental que cohesiona la trama y la conclusión o el subrayado que le otorga un cierre a cada historia del culo en cuestión.”
La palabra culo está, en los tiempos que corren, en una fase más amable y aceptada. Hoy se puede leer, como en este libro o en la prensa, con todas las letras y no, como sucedía antes, no hace tanto, donde se veía “c….”. A tal punto, al juego de cartas, el del uno de Oro, que de chicos era “el culo sucio”, lo nombrábamos familiarmente “el sucio”, para evitar mencionar esa palabra chancha. Al trasero, solemos nombrarlo como cola, en un incorrecto eufemismo, pretendidamente más educado. Los humanos no tenemos cola, carecemos de ella, tenemos trasero, culo, con todas las letras. Pero todavía, culo, no ha salido de la categoría de mala palabra, o malsonante, aunque esté algo más aceptada.
Le pregunté al chat GPT sinónimos de la palabra en cuestión y me respondió que “hay muchos sinónimos coloquiales y vulgares para referirse al trasero. Algunos de ellos son: Nalgas, Trasero, Culo, Pompis ,Poto, Cola, Cachas, Posaderas, Asentaderas, Anca. Es importante tener en cuenta que algunos de estos términos pueden considerarse vulgares o inapropiados en ciertos contextos, por lo que es recomendable usarlos con cautela.”
En el prólogo del libro, Sebastián Tomaduz Vazquez, dice que el ensayo “es un viaje por esta particular parte del cuerpo de santos, papas, faraones y poderosos monarcas como Luis XIV y Enrique VIII, y hasta del propio Dios. Pero ¿qué interés tendría ahondar en las posaderas de tan variado catálogo de figuras históricas? Pues, bien, resultaría banal, y hasta casi amarillista, la temática si no fuera que la clave radica en que el cuerpo humano es un «constructo cultural» porque no existe en estado natural, ya que cada parte de este es el resultado de una elaboración social e históri-ca. Al ser el culo una de las tantas construcciones culturales, su solo presencia puede estar implicada en otras esferas de la dinámica social como la política, la simbología, la estética, etc. No es lo mismo la imagen de un culo en un video de Tik Tok que la del culo de Dios pintada en la capilla Sixtina por el revoltoso Miguel Ángel, teniendo como resultado el repudio de las autoridades clericales.” Y más adelante se pregunte si “¿Un médico del siglo XVII tenía la misma presión si trataba de curar las hemorroides de un campesino que las de un rey? Claro que no, pues su cabeza estaba en juego si moría el monarca, mostrando de esa manera que los aspectos sanitarios muchas veces se entrecruzaban con los de la jerarquía de clase. Por último, otro aspecto fascinante de Historias de culos es que nos permite realizar un ejercicio de «extrañamiento» sobre nuestro trasero, Este recurso metodológico, sin el cual la antropología no podria existir, consiste en ver como «extraño» los aspectos más interiorizados de nuestra cultura y nos permite una amplia variedad de interrogantes: ¿Qué lugar tiene el culo en la sociedad actual? ¿Es un objeto de culto? ¿Estamos invadidos de imágenes de culos? ¿Por qué hay más imágenes de culos femeninos que masculinos? ¿Las colas hechas quedan bien? ¿Por qué John Lennon se fijó en Yoko Ono si tenía un culo feo? Quizás si respondiéramos algunas de estas preguntas podríamos acceder a ciertos aspectos que nos interpelan sobre qué lugar tiene la corporalidad femenina en las sociedades, cuál es la influencia de las redes sociales en los valores estéticos, cuáles son los límites de la medicina, qué entendemos como un cuerpo perfecto, y una infinidad de aspectos más.Lo que nos queda como opción ante esta variedad de interrogantes, es la de zambullirnos en Historias de culos para ver el lugar que ocupó este omnipresente personaje histórico en el devenir de la odisea humana, o más bien «culeana»”.
Y al final un mea culpa: no me he animado a poner la palabra culo en el título de esta nota. Me sigue pesando la educación en la que fui criado, y eso parece que todavía está marcado en mi. Vaya el título “la parte de atrás” como un homenaje a la irreverente revista de humor, publicada en los 80 en Argentina, Satiricón, cuya sección de espectáculos y farándula se titulaba Espectaculón, la parte de atrás del espectáculo.
Historias de culos. Otra forma de mirar la Historia. De Aldo Solé Obaldía. Montevideo, Deletreo, 2022, 92 páginas.