El ajedrez es un juego seductor. Tengo la sensación que durante la infancia y la adolescencia, nos vemos tentados a aprender a jugar. Es un juego que se transforma en una gran experiencia intelectual. Con el tiempo, muchos siguen con la práctica del juego y otros quedamos por el camino. Con las aplicaciones de hoy, es muy fácil jugar gracias a la tecnología. Algo que, en su momento fue una rareza, como competir con una máquina. Recuerdo que a principio de la década del 80, mi tío Álvaro, Cacho, viajó a Estados Unidos y su compra más sofisticada fue un maletín negro, esos “portafolio de ejecutivos”, que era una primitiva computadora para jugar al ajedrez. Traía sus fichas y todo. Aquel juego que Cacho tuvo desde EE:UU. fue una rareza, hoy aquel mamotreto es una pieza de museo, porque la tecnología arrasó todo como un tsunami. Hoy, jugar desde una aplicación es frecuente y existen torneos en línea que permite jugar en forma simultánea a nivel planetario.
Siendo un adolescente leí el libro “El hombre que calculaba”, que en su atractivo contenido, incluye una posible historia del llamado, en una época, como el “juego ciencia”. Según el libro escrito por el brasileño Malba Tahan la invención del ajedrez corresponde al sabio persa Sissa Ben Dahir. La leyenda cuenta que Sissa creó el juego para enseñarle una lección de humildad al rey Sharaman, quien buscaba un juego que lo desafiara intelectualmente. El rey, impresionado por el ajedrez, ofrece a Sissa una recompensa, y él pide granos de trigo: un grano por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, y así sucesivamente, doblando la cantidad en cada casilla hasta la última. El rey, sin comprender la magnitud del pedido, acepta rápidamente, pero luego se da cuenta de que la cantidad total de granos de trigo sería inmensa, mucho más de lo que podía pagar.” La historia, ficticia sí, pero verosímil, destaca la importancia del cálculo, la estrategia y la humildad, elementos fundamentales tanto en el ajedrez como en la vida.
Stefan Zweig (1881-1942) fue un escritor, biógrafo y activista social austríaco-judío. Es conocido por su prolífica obra literaria, que incluye novelas, cuentos, ensayos y biografía, que se edita de forma constante desde hace algunos años, con un gran interés por parte del público lector. De ser un escritor para pocos, de culto, hoy es uno de los más publicados. A más de 80 años de su muerte, Zweig se transformó en un tardío descubrimiento literario.
«Novela de ajedrez» es un relato breve escrito por Zweig en 1941(El Acantilado, traducción de Manuel Lobo), aunque en otras ediciones se la nombra como «La partida de ajedrez» o títulos similares. La historia comienza en un viaje de Nueva York hacia Buenos Aires en transatlántico. Entre los pasajeros va un prestigioso jugador de ajedrez, campeón mundial, Mirko Czentovic, con motivo de un torneo en el que habrá de competir con otros grandes ajedrecistas. En el camino conoce a un pasajero que desde que se entera de su presencia en el barco, se pone muy insistente para que Czentovic juegue una partida con él. Por varios motivos, el campeón es distante y callado, además de cobrar cada vez que juega, porque de eso vive. Pero aparece un pasajero con una increíble capacidad de predecir las jugadas. Esto cambia el tono de las partidas a bordo. Y así empiezan otros juegos. Esas partidas, entonces, se convierten en verdaderos enfrentamientos intelectuales y psicológicos. El relato es una exploración profunda de temas como la competencia, la obsesión, la inteligencia y la moral. Zweig utiliza el juego de ajedrez como metáfora para examinar las complejidades de la condición humana y las luchas internas que las personas enfrentan cada día. «Si «Novela de ajedrez» nos presenta el choque de dos naturalezas antagónicas, nos muestra también, y en buena medida, la capacidad de resistencia del ser humano sometido a una presión extraordinaria. Y todo ello con unas grandes dosis de intriga y maestría», resume el texto de contraportada.
Esta breve novela fue el último libro escrito por Zweig, pero se publicó después de que el autor se quitara la vida, en una edición limitada de 300 ejemplares que hizo el sello Pigmalión, en lengua alemana, y que, enseguida, se distribuyó en Buenos Aires. En Europa apareció al año siguiente, en Estocolmo. Por ese entonces, aún con el autor ya fallecido, se le tenía prohibida su lectura en los países germanos, por orden del nazismo.
La novela se lee de un tirón, no sólo por la brevedad, sino por la intensidad y capacidad de su autor de contar y entrelazar las vidas y las historias de los personajes. Una novela profunda, de temas fundamentales, que están en la esencia de un relato, aparentemente simple.