Según la RAE una palabra es “unidad lingüística, dotada generalmente de significado, que se separa de las demás mediante pausas potenciales en la pronunciación y blancos en la escritura”. Las palabras tienen sabor, podemos morderlas o chuparlas mientras las pronunciamos, poseen temperaturas —hay unas cálidas y otras frías—.
Solemos juzgar y adjetivar a las palabras. ¿Qué culpa tienen ellas si están para nombrar cosas, ideas, asombros, enojos, emociones y amores? Las “buenas palabras” son corteses, las decimos con la intención de agradar y convencer. A veces nos quedamos a “medias palabras” y no las pronunciamos enteramente —las insinuamos, las dejamos mochas o incompletas—. También utilizamos “palabras clave” en complicidad con alguien o las manejamos para hacer arqueología en una base de datos. En la “palabra de honor” nos entregamos como garantía de lo dicho —así de fuerte—. Hay “palabras ociosas” que no tienen un fin determinado y se dicen al viento para divertir o pasar el rato. ¡También les hemos puesto peso! Las “palabras pesadas” son injuriosas o dejan a la persona que las recibe en un estado de sensibilidad. Las “palabras al aire” ya se fueron y ni siquiera dejaron huella, fueron arrastradas cual hojas secas. Las “palabras mayores” a veces injurian y ofenden. Las personas poco comunicativas “ahorran palabras”, se las comen o se las guardan en las vísceras. “Cruzamos palabras” o se las damos a alguien para que se explaye en alguna materia. Las “palabras preñadas” —perdonará usted que entremos en terrenos resbaladizos— traen en el interior más sentido que el que manifiestan y pueden ser interpretadas de manera diferente por quien las recibe.
Yo quiero traerles palabras que pican, aquellas que de tan calientes pueden ruborizarnos o llevarnos del enojo al alivio o al desahogo, a veces vienen fecundas y al escucharlas podemos inferir varios significados dependiendo del contexto, la región, la entonación y la manera de expulsarlas de nuestros labios, son las chicas innobles del cuento: las malas. ¡Pobre de ellas si es tan rico decirlas! Saben a desahogo, satisfacción y alivio. Hay personas que nos las regalan y es una delicia escucharlas: nos causan hilaridad y descanso pero si el emisor las escupe con rabia nos dejan un reguero de bilis. Pero volvamos a las sabrosas: no es lo mismo una chaqueta en España que una en México. Las conchas chilangas no son las mismas que las paraguayas o las argentinas. En Hispania todo se coge en público mientras que en Centroamérica o en México se hace de manera privada. El palo horizontal que sostiene la vela de un barco no es un lugar adonde irse. En Nicaragua las palomas se resguardan debajo de los pantalones. En Argentina y en Uruguay la cajeta no es de leche y azúcar.
Querido lector, ¿tiene usted palabra?, ¿falta a ella o la mantiene? Si la toma no la tuerce, y, si la deja salir, hágalo coquetamente. Si con las mías le he sacado la sonrisa que aparece al escribirlas, podemos ser amigos
Delicatessen.uy publica esta nota con autorización expresa de su autora. Originalmente aquí