Adriana Silva y Rosas, arte entre la quietud y la tempestad | Jaime Clara

La forma en que los espectadores nos vinculamos con las diferentes manifestaciones artísticas es muy variada. Intentaré decirlo de forma simple y, admito, que carente de toda precisión académica en pos de ser claro. Un nivel inicial puede ser el camino más corto de “me gusta” o “no me gusta”. Esta modalidad abonada por los “like” de las redes sociales es una posible puerta de entrada a un cuadro, a un libro, una película o una obra de teatro. Y por supuesto que es válido. Todo se complejiza cuando se introducen ideas como las de entender, descifrar o captar la esencia de la obra o del artista. En estos casos, seguramente, sea bueno contar con algo de información previa, con elementos que permitan pisar más firme en terrenos que suelen ser resbaladizos. El espectador indagará, sobre los temas de la obra, lo que pretende contar el autor e intentar captar el mensaje, en caso de que exista una intencionalidad por parte del artista. Es una práctica que da algo más de trabajo, pero suele ser más estimulante. Y finalmente existe también la postura superficial y snob de sumarse a un coro de críticas o alabanzas, es decir, integrarse a una manada, por el solo hecho de no quedar afuera.

Concretamente -y este es el objeto de esta columna- el arte abstracto debe ser de las manifestaciones artísticas que más prejuicios genera. Es tan amplio su universo, que ante las dudas iniciales quizás se pretendió ingresar por el costado equivocado o, quizás se espera una respuesta similar a la que transmite una obra de arte figurativo. Hay que mirar mucho una obra, encontrar los códigos de una corriente o de un autor, similitudes, elementos reiterados y, desde allí, comenzar un diálogo imaginario con ese artista, un intercambio de sensaciones, que pueden ser desde las más agradables hasta otras de rechazo. Por eso es que se dice que un cuadro no nos deja indiferentes cuando lo vemos, porque algo siempre generará, aún la indiferencia. Diría Paul Watzlawick “es imposible no comunicar”. Este camino debe ser encarado sin ansiedades. Porque el arte abstracto se diferencia de la representación de elementos identificables e imágenes reconocibles, que es lo que se llama arte figurativo. De esta manera, la abstracción no necesariamente representa cosas concretas de la naturaleza sino que sugiere una nueva realidad, una mirada artística diferente más allá de la realidad.

Todo arte es subjetivo, pero el abstracto lo es aún más, muchas veces espontáneo, donde cierta dosis de improvisación adquiere otra dimensión: desde la expresividad del autor que deposita los gestos, los materiales y los sentimientos en pro de una comunicación única, personal, e irrepetible. Por todo ello, puede resultar ambiguo y cada interpretación, también es personalísima y corre por cuenta del espectador.

Barcos y cielos

Adriana Silva y Rosas (Montevideo, 1962) es una artista que se formó en comunicación social a fines de la década de 1980, a nivel universitario. Sin embargo, la forma en que eligió comunicarse es a través de la pintura y el collage. Junto a aquella formación académica estuvo el vínculo con talleres de artes plásticas que le permitieron comenzar la búsqueda de un estilo propio a través de las formas. Así pasó por los talleres de Ricardo Sánchez y Clever Lara. Con el tiempo, y en la medida en que fue sumando participaciones en muestras colectivas e individuales, logró lo más difícil en cualquier artista: encontrar ese lenguaje propio, una identidad, un estilo identificable. Esta búsqueda siempre está llena de dificultades, de prueba y error, pero sobre todo de mucho trabajo. Pero lo cierto es que lograrlo, como Silva y Rosas lo logró, debe ser celebrado como un triunfo. Y más aún en el mundo del arte abstracto, donde, como dije, la amplitud de propuestas es tan grande como la cantidad de artistas que existe.

En el caso de collage se destacó con sus muestras con figuras cercanas a los barcos, con mapas, brújulas, cartas, sobres postales, sellos, donde las formas nos acercan a la temática portuaria, y de viajes, sin alejarse de la propuesta abstracta. Esas embarcaciones funcionan como ancla para el espectador no muy atento, para que no naufrague en aguas que le pueden resultar desconocidas en el mundo de la abstracción. Esos papeles recortados, como escribió Ma. Elena Walsh en su canción Barco quieto, “no son de mentiras, son el alma nuestra, barco quieto, morada interior”. Cada una de sus obras en la serie Barcos, transmite esa paz interior, esa soledad de un puerto tranquilo, en un atardecer de otoño o de primavera, en algún puerto imaginado. Esos barcos son una belleza que navegan en perfecta armonía gracias a el trazo del lápiz que no se borra y que funciona como si fuese los remos de la embarcación .

Con los cielos es otro cantar. La fuerza, el dinamismo y el color presagian otro tiempo, diferente al de los barcos. En esta serie, Adriana Silva y Rosas arriesga mucho más, porque debe lograr surfear en mares embravecidos, pero sin embargo, mantiene el equilibrio estético de su propuesta abstracta. En este caso sí, mucho más abstracta que en los barcos. En sus cuadros nos adentramos hacia un horizonte donde predomina la paleta baja. Las nubes, el cielo, la mismísima línea que separa el firmamento del mar están presentes, las vemos, las percibimos y nos involucramos, como espectadores, en medio de la furia expresiva de la pincelada intensa. Cuando en las redes sociales se ve una foto de una de sus obras colgada en un espacio parece que hay fuera una ventana que permite ver más allá y que muestra a la naturaleza embravecida.

Sugiero seguir a Adriana Silva y Rosas en su cuenta de IG @adrianasilvayrosas y estar atentos a una producción sugerente, constante, sin prisa, sin pausa, que transita entre la paz de los collages de los barcos quietos, a la tempestad de los óleos.

Adriana Silva y Rosas
Contacto: 093 910 586
Correo electrónico: asyr@netgate.com.uy
IG @adrianasilvayrosas