En toda generalización se esconde, por lo menos, una injusticia. Pero aún asumiendo ese riesgo de la injusticia, admito que no me gusta la casa donde no hay libros. Por lo menos en un rinconcito, algunos libros, dicen mucho del dueño de casa. Una casa sin libros, me parece fría, ajena, lejana, apática, indiferente. De la misma manera, que entrar a un hogar y ver una biblioteca, grande o pequeña, no importa, como sea, produce un gran placer y regocijo. Y en algún momento comenzar a otear los lomos de los libros, para concluir sobre los gustos o curiosidades de los lectores que viven allí. Para muchos, revisar la biblioteca es de tan mal gusto como si se husmeara en la heladera o en el ropero. Bueno, ni tanto ni tan poco, pero si, puede haber algo de eso, porque la biblioteca, su orden o desorden, dicen mucho del lector que allí vive. Aunque los libros estén solamente de adorno: los libros de la casa son el ADN de o los habitantes de esa casa.
Este hábito de libros en casa tiene diferentes niveles, en función de la cantidad de libros. Esta nota quiere mencionar uno de esos aspectos, con el que -confieso- me siento tan identificado, al punto que admito mi compulsión. Esta nota tiene que ver con el tsundoku.
Cuando conocí lo que quiere decir la palabra, me pareció un concepto amplio, complejo y certero en pocas letras. Es la reducción, a una palabra. La palabra japonesa para referirse a la acumulación de libros es «tsundoku». Esta palabra se puede traducir como «comprar material de lectura para apilarlo».
El idioma japonés tiene una gran cantidad de palabras para referirse situaciones de la vida cotidianas que vinculan a las personas. Juastametne, el término «tsundoku» proviene de la era Meiji (1868–1912). Se compone de «tsunde oku», que significa «preparar cosas y dejarlas para después», y «dokusho», que significa «leer libros». El «tsun» en «tsundoku» proviene de «tsumu», que significa «apilar». La definición de diccionario indica que se trata de un hábito vinculado con la con la bibliomanía, que es la propensión exagerada a acumular libros. Sin embargo, el «tsundoku» implica cierto grado de inconsciencia.
Debo decir que me siento absolutamente identificado con este concepto japonés. Y me encantaría que en español existiera una palabra tan bella como tsundoku que me representara de esa manera, sin que tenga connotación negativa o peyorativa. Insisto, me representa a la perfección. Al menos siento que dicha en japonés, parece no ser tan grave, ya que ojos que no ven (que no saben) corazón que no siente. Quizás lo sea y uno pueda estar a dos moneditas de sufrir el complejo de Diógenes. De todas formas estoy contento y expectante por los libros que todavía quedan por leer, aunque siempre el tiempo es poco. Los más críticos del asunto hacen mención a una cuestión más utilitaria como «para qué te sirve leer tanto» -despreciable pero respetable por cierto- o lo que significa en términos económicos esa acumulación libresca.
Mundo biblo
El investigador español Juan Morillas identificó nueve palabras, fobias y filias sobre los libros que me parece oportuno compartir al cierre de esta nota.
La biblioterapia es una disciplina que inicialmente utiliza la relación de las personas, con la forma y el contenido de libros, como recurso terapéutico. La biblioterapia, así basada en la poesía y otras palabras escritas, es combinada usualmente, con la terapia a través de la escritura. Como una práctica general sanadora, la biblioterapia asume que la lectura tiene buenas propiedades.
La concepción biblioterapéutica se ha ampliado con el tiempo. Están documentados sus orígenes como práctica bibliotecaria en EE.UU., desde 1930. En especial, debido a la Segunda Guerra Mundial, se aplicó en el cuidado médico de los soldados, porque disponían ellos de mucho tiempo mientras se recuperaban. Los soldados experimentaron que la lectura les era de mucha ayuda y curativa. Por ese tiempo, creció la implementación de grupos biblioterapéuticos, en ámbitos de internación psiquiátrica. Los libros resultaban ser buenos para el estado de bienestar de los pacientes, se entretenían con ellos, los ayudaban por varias razones.
En su práctica básica, la biblioterapia consiste en la selección de material de lectura relevante para la situación vital de una persona o grupo. Por ejemplo: para un niño que está en duelo por la pérdida de sus padres, la lectura de historias donde haya una situación similar, haría que ese niño comparta y compare su trance, y así se sienta menos solo en el mundo.
La bibliofilia es el amor por los libros; un bibliófilo es un amante o aficionado a las ediciones originales y más correctas de los libros, así como un estudioso y entendido sobre sus libros o el tema sobre el que se basa su colección.
La bibliofilia, en el sentido específico que hoy se atribuye a la palabra, de amor al libro como objeto de colección, surge propiamente con el Renacimiento, en los siglos siglo XIV d. C. y XV d. C., época en que los humanistas, reyes, príncipes y grandes señores se dedicaron directamente o por medio de agentes especiales, a recorrer países de Europa en busca de manuscritos, cartas, autógrafos, incunables, y otros tipos de libros raros.
El bibliófilo clásico, ejemplificado por Samuel Pepys, es un individuo que ama la lectura, así como el admirar y coleccionar libros, que frecuentemente crea una gran y especializada colección. Sabe, además, distinguirlas e identificarlas ya sea por la pureza de su texto, su tipografía, la calidad del papel y la encuadernación. Los bibliófilos no necesariamente buscan el poseer el libro que aman; como alternativa tienen el admirarlos en antiguas bibliotecas. Sin embargo, el bibliófilo es frecuentemente un ávido coleccionista de libros, algunas veces buscando erudición académica sobre la colección, y otras veces poniendo la forma por sobre el contenido con un énfasis en libros caros, antiguos o raros, primeras ediciones, ediciones príncipe, libros con encuadernación inusual o especial, ilustres procedencias y copias autografiadas.
La bibliomancia es un método de adivinación que consistía en abrir un libro en una página al azar e interpretar su contenido contextualizándolo o adaptándolo a la circunstancia presente. Aunque históricamente La Biblia ha sido el libro preferido de los bibliomantes, actualmente se utilizan también libros clásicos o con los que el interesado tiene cierta afinidad.
La bibliomancia tiene su origen en el Imperio romano, pero resurge con vigor en la Edad Media, donde era usada la Eneida de Virgilio.
La bibliosimia puede definirse como la sensación que produce en las personas el olor de los libros antiguos. Un efecto singular que puede generar cierto placer en algunos lectores y que convierte al libro en algo aún más especial para los mismos. Es más, para estas personas, el olor se convierte en una añadidura fundamental para la lectura que genera amplias dosis de relajación.
La bibliofobia es la respuesta de miedo exagerado e irracional a los libros, o a la lectura de textos específicos. Esta clase de fobia es causada por experiencias negativas con los libros, o la lectura, que pueden generarse por falta de comprensión del texto, trastornos neurológicos desarrollados en la infancia temprana, burla o algún tipo de maltrato físico y psicológico por no leer correctamente…
Esta fobia produce síntomas diversos como sudoración excesiva, ansiedad y temblores que causan malestar y dificultades significativas en los ambientes donde se desarrolla el individuo.
El término bibliofobia es conocido desde la antigüedad. Se encuentra en textos desde el siglo XVIII, dónde se creía que el miedo irracional a los libros provenía de múltiples factores como: las restricciones, ausencia de lectura, supersticiones, mojigatería, aprendices celosos, pedantería y miedos políticos.
La bibliomanía es un trastorno obsesivo-compulsivo que consiste en coleccionar libros. La bibliomanía puede ser considerada un tipo de síndrome de acaparador compulsivo. La condición se caracteriza por coleccionar muchos libros que no son útiles para el coleccionista, ni tienen ningún valor para un coleccionista verdadero. Por ejemplo, un bibliómano puede tener copias múltiples del mismo libro y edición.
La bibliocastia es la destrucción de libros. Esta destrucción de libros puede ser de dos clases: natural, por un lado, o bien provocada intencionadamente por el hombre. Las causas son las siguientes: 1) la acción del tiempo; 2) el maltrato natural; 3) la ignorancia y el fanatismo; 4) la destrucción casual o intencional; 5) las catástrofes naturales: incendios, inundaciones, etcétera; 6) el polvo y la humedad; 7) las guerras y revoluciones; 8) los insectos.
Por otro lado también, la biblioclastia es un término de origen griego utilizado para denominar a la destrucción de bibliotecas por acción de la naturaleza (huracanes, inundaciones, tornados) o, principalmente, por acción o inacción del ser humano (guerras, exterminio bibliográfico intencionado). A la biblioclastia se le asocia él término «memoricidio» que consiste en la destrucción de manera deliberada del tesoro cultural y la memoria de un grupo o sociedad con el fin de censurar una idea o hecho, o someter una cultura.
La bibliofagia sería una alotriofagia (de “alotrios”, extraño, y «fagia», comer) o pica (de «Pica pica», denominación científica de la urraca), un trastorno alimentario consistente en la necesidad (por motivos físicos, psíquicos o incluso culturales) de comer cosas no aptas para el consumo humano (desde pelo, yeso o tiza hasta detergente, plásticos o cosas peores). La bibliofagia se limitaría a libros y revistas.
Bibliofagia viene a designar cierta conducta nutricional con propensión hacia los libros. Es decir, coger un libro y comértelo como un solomillo. Y aunque los casos son de clínica, lo cierto es que se recogen hasta en la Biblia.
La bibliopegia antropodérmica es la técnica de encuadernar libros con piel humana. Aunque en la actualidad es una práctica extremadamente inusual, alcanzó su momento de esplendor en el siglo XVII.
Existen numerosos ejemplos de libros encuadernados con esta técnica que han llegado hasta nosotros, entre ellos se encuentran algunos tratados sobre anatomía forrados con la piel del cadáver diseccionado, testamentos forrados con la piel del testador y copias de procesos judiciales forradas con la piel del condenado, como el de William Corder (el asesino de Red Barn). La mayor parte de estos libros están en bibliotecas, museos y colecciones privadas.