Tú me preguntas qué es Navidad.
Navidad no es más que “el día después”; pregúntame mejor qué es Nochebuena, promesa, preludio y prólogo de todo el Misterio.
Nochebuena es humito de fogatas, concierto de grillos y ranas, olor a sal, a pino y eucalipto, susurro de mar, chillido de gaviotas. Es rojo, verde, blanco y oro en manteles, en adornos, en velas, en puertas y en ventanas. Es búsqueda del Lucero en el cielo enrojecido de un crepúsculo. Es niños recién bañados, con el pelo mojado y sandalias nuevas, soportando estoicamente las primeras quemaduras de sol en sus hombros y en las mejillas como manzanas y en la punta de la nariz. Es risas y alboroto y silencio maravillado mientras se enciende el Árbol y todos salen a esperar que los regalos aparezcan, mientras no pierden de vista la chimenea y se preguntan cómo hará Papá Noel ¡tan gordo! para entrar por allí con su enorme bolsa de juguetes.
Nochebuena es una mesa larguísima llena de abuelos, de padres, de tíos, de primos, de hermanos, de hijos. Es trabajo de mujeres pelando frutas y verduras mientras se cuchichean sus cosas. Es enormes fuentes de pollo frío y ensalada rusa, de vithel tonné con alcaparras, de ensalada de frutas. Es pelea feroz de los niños por conseguir la mejor pata del pollo o la porción más grande de helado. Es chasquido de cáscaras de nueces, almendras y avellanas que el tío más complaciente parte y reparte entre las manitos ávidas que parecen picos abiertos de pichones en el nido. Es descubrir con un poco de nostalgia y un poco de tristeza que hoy somos nosotras las que servimos a los abuelos y a los hijos cuando, hasta ayer, lo hacían nuestras madres.
Nochebuena es familia y es tradición que sobrevive de generación en generación y año tras año, por la sola necesidad de recrear momentos felices. Es reencuentro de gentes que comparten raíces y quienes –al día siguiente, “el día después”- volverán a dispersarse por el mundo, llevando de vuelta a casa en el corazón la dulzura de unas horas compartidas.
Nochebuena es “esperar las doce”, la hora mágica en la que el Niño nace y aparece como por milagro en el pesebre que le habíamos preparado; es entrechocar de vasos y copas; es abrazos con sonrisas en los labios y lágrimas en los ojos.
Nochebuena es también chistes verdes que los mayores empiezan a contar cuando el champagne destraba las lenguas y después que los niños chicos se duermen en la falda de sus padres o en algún sillón apartado, con la barriga llena, la boca pegajosa y las manos aferradas a sus regalos. Es niños grandes que se esconden para escucharlos, muertos de risa y sin entender nada, detrás de las esteras del porche, que la brisa de la madrugada mece suavemente.
Nochebuena es dejar atrás los fracasos del año y soñar con que hoy la vida es nueva y hay que estrenarla. Es olvido de ofensas y diferencias. Es propósito de enmienda. Es reanudar lazos, es retomar la frase que quedó flotando en el aire un año atrás. Es agradecimiento por los que están rodeando la mesa y recuerdo imborrable de los que ya decidieron irse. Es sentir que el tiempo se detiene, que el mundo se calma y que somos niños otra vez. Que podemos decir a los demás, sin timideces, cuánto los queremos y cuánto nos hacen falta.
Nochebuena es promesa, preludio y prólogo de todo el Misterio; es real, pero también es mágica; es hoy y será siempre; es familia, raíces y encuentro.
¿Y tú me preguntabas que es Navidad? ¿No es mil veces más dulce saber qué es Nochebuena?