Parte de la atracción que tuvo la exitosa serie francesa Lupin, en Netflix, más allá de la adaptación del personaje a la época actual, con todas sus particularidades, fue la referencia permanente, en las dos temporadas, a los libros de la antológica colección de relatos de Maurice Leblanc. La adictiva serie, con alusiones y con los argumentos basados en los libros de Leblanc, hacían más «cultural» el contenido de la serie. Con Arséne Lupin, Maurice Leblanc (1864-1941) quiso emular la fama del carismático detective inglés Sherlock Holmes, creado por Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930).
Pues bien, creo que uno de los grandes méritos que tiene la nueva novela del español Arturo Pérez-Reverte (1951), El problema final (Alfaguara, 2023) es la referencia permanente a decenas de libros de detectives y películas de mitad del siglo XX, de la época de oro de Hollywood. Seguramente superan el centenar las referencias a autores, libros, relatos, actores y películas en toda la novela, escrita como un homenaje a las novelas de misterio, de detectives, de suspenso, al mejor estilo Sherlock Holmes. Y con un Holmes muy particular, protagonista del propio relato. «Quería comprobar que la vieja novela policiaca canónica, aquella que se revuelve más con cabeza que con músculo, donde hay más discusión, debate, inteligencia y deducción matemática que acción, todavía funciona con un público como el de ahora», mencionó Pérez-Reverte al hablar de su nuevo trabajo.
El título de la novela hace referencia a uno de los 56 relatos cortos de Sherlock Holmes escritos por Conan Doyle. Fue publicado originalmente en The Strand Magazine en diciembre de 1893 y posteriormente recogido en la colección Las memorias de Sherlock Holmes. El propio autor inglés colocó este relato como el cuarto en su lista personal de las doce mejores historias del detective británico.
Pérez-Reverte, ubica la acción de su novela en 1960 en la isla griega de Utakos, frente a Corfú, donde un temporal mantiene aisladas a nueve personas alojadas en el pequeño hotel local en el que aparecerá muerta una mujer, turista inglesa, Edith Mander. Uno de los alojados, varados en el hotel, es Hopalong Basil, un actor que tuvo su cuarto de hora de fama encarnando a Sherlock Holmes, pero que además es un gran lector de todos sus libros. Como la policía griega no puede llegar a investigar la muerte de la turista, lo más parecido a un detective que hay a mano, es Basil. Entre sorprendido y turbado por la tarea, Basil la acepta y cuenta con la ayuda de un escritor medio pelo de literatura policial, un español, que hará las veces del mítico compañero Watson.
El crimen de la turista, en principio tratado como suicidio, es un crimen de cuarto cerrado. Luego aparecerán otras muertes, que complicarán el camino de los improvisados investigadores. Con maestría y erudición, Pérez-Reverte escribe esta novela con la esencia de esta literatura tan popular en el siglo XX. En forma permanente, el autor va guiando al lector con pistas que lo enfrentan todo el tiempo a desafíos en busca de el o los asesinos y los motivos que tuvieron, ya que están en una isla, lejos de todo, y sin chances de que nadie pueda entrar o salir del hotel. Las referencias literarias son constantes. Una de ellas define la esencia de la misma novela que tenemos entre manos «No se trata de un desafío entre el asesino y el detective, sino de un duelo de inteligencia entre el autor y el lector.» Pérez-Reverte no subestima al lector, sino que en cada página va dejando señales y pistas, que los Basil y Foxá analizan minuciosamente, que el lector arma como un delicado y lógico rompecabezas, pero que a las primeras de cambio, se deshace, porque las pistas que vienen parecen ser más concluyentes. El problema final está redactada, con premeditación, alevosía y homenaje, al mejor estilo Agatha Christie, o el propio Conan Doyle, Leblanc, Edgar Allan Poe, Wilkie Collins. Es más, hasta renegando de lo que vendrá, que son las series policiales de televisión y la novela negra.
Se trata de una típica novela enigma, con los ingredientes precisos que el género amerita, en el que todos los personajes son sospechosos. Por si fuera poco, el personaje de Basil, que fue un popular actor en su momento, se codeaba con la flor y nata del Hollwood glamoroso, y cuenta a manera de cotilleo y chusmerío de alta alcurnia, cuestiones de personalidad y alcoba de los actores y actrices más importantes de la industria del cine.
Arturo Pérez-Reverte muestra, una vez más, su ductilidad como escritor. Se adaptó a un género exigente, con rígidas reglas, y el lector lo disfruta, porque el libro engancha y no permite un pestañeo, ni saltear ni una página, porque allí puede estar la pista reveladora que permita resolver las muertes. Tengo claro que «el personaje» Pérez-Reverte, el que aparece en entrevistas como en programa El Hormiguero o alguna otra, o en la red social Twitter (hoy X) pueda contaminar a la figura del ex periodista y hoy escritor y académico de la Real Academia Española. No debería ser así. El problema final es una perfecta novela policial de la época a la que se quiso homenajear. Es equivocado si la comparamos con los estándares de las novelas policiales de hoy, con los criterios de la literatura del siglo XXI. ¡Por Júpiter! Y esa forma de escribir, que el lector agradece, es uno de los grandes méritos de El problema final, que además, en sus últimas dos páginas tiene un giro espectacular que, explica toda la novela, mucho más allá de saber quién fue la persona que mató, porque sospechosos, somos todos.
Pd. El título de esta nota es solo para entendidos.