“Rostro sereno, cabellera blanca,/ ojos profundos, tierna la mirada, una sonrisa apenas insinuada/ y su figura de nobleza franca./ Tan padre y tan pastor que esta su forma/ no basta para darnos su retrato; firme en la convicción, bueno en el trato/ que escucha, que consuela, que transforma…”
Así lo evoca en un soneto Ramón Cuadra Cantera, pero es difícil tarea aprisionar la carismática personalidad de Jacinto Vera en breve lapso. ¿Recordarlo en su faceta de hijo, estudiante, campesino o primer Vicario Apostólico del Uruguay? ¿Abordar su preocupación por la formación del Clero o detallar su espíritu renovador que crea la Comisión de Socorro a los pobres, el Club Católico -centro social y de formación cívica y cristiana- y funda el diario El Bien Público? ¿Bucear en su oficio para lograr la paz en los conflictos bélicos o recordar sus reflexiones en momentos difíciles donde comienza la secularización del Estado? ¿Detenernos en su prudencia para predicar con libertad sin deponer convicciones? ¿Quizás hablar de su participación en la epidemia de cólera o de su servicio en el ejército del Gral. Oribe quien, al enterarse de su vocación sacerdotal, lo libera de obligaciones? ¿Recordar su generosidad, semejante a la del poverello de Asís, del que Juana de Ibarbourou decía que “tenía la beatitud de dar”?
Libros, hechos, anécdotas testimonian su labor ante un pueblo que hoy venera su sabiduría, templanza, entrega y capacidad de organización. Con su nombre acuden también a la memoria los versos: “¡Qué barrio Jacinto Vera! / Ranchos de lata por fuera/ y por adentro madera…”. Singular loteo con el que Piria honró al admirado obispo amigo. Allí los inmigrantes levantaron precarias casas con madera forrada de latas de querosén partidas al medio, hermosa conjunción para quien trabajó por los necesitados de pan y techo.
“Ranchos de lata por fuera/ y por adentro madera./ De noche blanca corría, / blanca corría la luna /y yo corría tras ella…” dice Falco, pero otra luna persiguió Jacinto, la de la luz que afirma la superioridad del espíritu y por la fe lo llevó a ser, como expresó don Juan Zorrilla de San Martín ante su féretro: “Padre, Maestro, Amigo, Providencia, Apóstol, Patriota y Santo.”
Honor, destierro, aplauso y lucha forjaron su vida. En momentos difíciles, fortalecido en su fe, pedía: “Necesario es que acudamos a Aquel que es fuente inagotable de infinitas misericordias” y consagró Uruguay –en la Cuaresma de 1875- al Sagrado Corazón de Jesús. Quizás hizo suyas las palabras: “No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido, /ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte./ Tú me mueves, Señor, muéveme el verte/ clavado en una cruz y escarnecido…”
Vera, fiel a su misión, mantiene el equilibrio entre un Estado que se confiesa católico, una grey numerosa y los avances sociales y pedagógicos. No se opone a la Reforma Escolar, que abrirá nuevas puertas, se opone a la exclusión de la enseñanza religiosa en las aulas. Afirmaba que “la religiosidad, es el carácter esencial del espíritu humano” y “sin el cual nada es el hombre, nada la sociedad, nada la humanidad”.
Abunda en razones Mariano Soler, quien sería primer Arzobispo de Montevideo, cuando expresa en las exequias: “Monseñor Vera salvó de la ruina a la Iglesia Oriental y levantó su espíritu profundamente menoscabado en el Clero y en el Pueblo.” ¿Cómo? “Renovando la abnegación de los tiempos Apostólicos, convirtiéndose en misionero incansable y permanente.” Para defender los derechos de la Iglesia, respetando la autoridad, enseña a “ser libres sin licencia y súbditos sin servidumbre”.
Vivió como aquel pastor de Lope de Vega que “con sus silbos amorosos despertó” conciencias e hizo exclamar a su agonista: “no te espante el rigor de mis pecados/ espera pues, y escucha mis cuidados, / pero ¿cómo te digo que me esperes / si estás para esperar los pies clavados?«
Y ese pensamiento me lleva a la exposición Un vecino cercano (Edificio Artigas, Montevideo, 2023) donde dos piezas retuvieron mi atención, entre las muchas, valiosas y bien seleccionadas por los curadores Roxana Pallotta y Ramón Cuadra. Una, la cruz, magnífica obra de orfebrería en oro y amatistas, con la que fue enterrado y es complejo símbolo de amor, sacrificio y redención y por el otro, uno de sus zapatos. ¿Un zapato, me pregunté? Un zapato sí, humilde, común, sencillo. No era la zapatilla de Cenicienta ni la bota de siete leguas, pero con acierto representaba el paso de Jacinto Vera por la Tierra, el peso material que lo contuvo y el otro, inmaterial y más significativo, que marca su pasión evangelizadora cuando su palabra luminosa hacía más fáciles los ásperos caminos del Uruguay de fines del siglo XIX. Hoy, la mano amiga del padre Eliomar Carrara me trajo el libro de Gonzalo Abadie, Con los zapatos al cielo, obra que desconocía y alude a un dicho popular que Raúl Montero Bustamante pone en labios de su madre. Y en ese viaje, y en el de todos los días, hay más que un traslado físico, porque viajar implica trasladarse en el espacio, pero también viajar en el crecimiento del espíritu.
Y, cómo no ubicar a Jacinto Vera en nuestro mapa y en mi querido Tacuarembó. Afanosamente busqué datos y una cristiana, familiar y muy lectora, me acercó el libro de Laura Álvarez Goyoaga (Don Jacinto Vera.El misionero santo). Allí se narra que el 15 de abril de 1874 nuestro obispo predicaba en Las Piedras desde donde parte en diligencia a Tacuarembó. Lo acompañan los jesuitas Manuel Martos y Antonio Pou, coincidencia con el apellido de nuestro presidente, pero he consultado a la familia y no hay grado de parentesco. Seis días le lleva el ¡rápido! viaje, pero algo extraño acontece. En el rancho que oficiaba de templo se había celebrado la Resurrección de Nuestro Señor y estaba decorada para la festividad de Semana Santa. Antes de arribar los visitantes estalla un incendio de proporciones sin causa conocida y, cuando se acercan el párroco y los feligreses, el fuego se extingue súbitamente. Entre las cenizas permanecieron, intactos, el Santísimo y una imagen de Cristo, así como objetos religiosos. Solo volvió al polvo la ornamentación, lo que tenía un destino de esencia y crecimiento del alma, permaneció. Milagroso hecho, comentaban los pobladores que concurrieron emocionados a las actividades litúrgicas de Monseñor Vera. Y, antes de partir, algunos llevaron en hombros una cruz que dejaron instalada en conmemoración de esa visita. Y por ella evoco de la Oración de las horas: “Pastores del Señor son los ungidos,/ nuevos Cristos de Dios que son enviados/ a los pueblos del mundo redimidos,/ del único Pastor, siervos amados.”
Entre el cielo y la tierra, sea nuestro bienaventurado Jacinto Vera el héroe de lo doméstico, el santo de las virtudes naturales y de ese simbólico zapato que marca con su destino de conductor y se convierte, con la cruz, en cáliz contenedor de una luz que enciende otras para lograr el mejor destino de hombres y mujeres que, crecidos en la fe, hermanan esfuerzos.
Delicatessen.uy publica esta nota con expresa autorización de la autora, la generosa Dra. Sylvia Puentes de Oyenard. Se trata de una conferencia dictada en el Palacio Legislativo, Montevideo, el 5 de mayo de 2023, en ocasión de la aparición del sello por la beatificación de Monseñor Jacinto Vera.
Bibliografía consultada
ABADIE VICENS, Gonzalo- Con los zapatos al cielo. Montevideo, editorial Arquidiocesana, s/f. 2022?
ÁLVAREZ GOYOAGA, Laura-Don Jacinto Vera. El misionero santo. Montevideo, Doble Clic, 1914.
FERNÁNDEZ SALDAÑA, José M., “Jacinto Vera”, Diccionario uruguayo de biografías. 1810-1940, Montevideo, 1945.
GONZÁLEZ MERLANO, José Gabriel – Libre sin licencia y súbdito sin servidumbre. Mons. Jacinto Vera: Hechos y Palabras. Montevideo, Ed. Tierra adentro, 2014. Fotografías de Roxana Pallotta