Sentí los rasguños del viento muy fuertes en la cara, eran cortantes y obsesivos. Llevaba la cajita bien cerca del pecho, donde latían cenizas de cuerpos. Tuve que bajar unas cuadras; la rambla era una herida vacía, un futuro cementerio escondido. Lo que para otros es simplemente un lugar de esparcimiento, ahora se me hace un destino manifiesto muy diferente.
Le di unos besos a la caja como su fuera un juguete de madera. Le dije que no podía ser la casita de nadie porque era muy chiquitita. Fui sacando las cenizas de a poco: son como rulos quemados, retacitos grises de un pretérito imperfecto.
Las fui dejando en la orilla del estuario. Las saludé con la mano en alto. Creo que se me cayó una lágrima y dije adiós.