Variaciones sobre «El fascinante olor a libro viejo» | Marcelo Marchese

El estimado Marcelo Marchese, librero, librero de libros viejos, de la librería Babilonia, escribió esta nota a partir de la publicación de Delicatessen.uy del periodista español Alejandro Gamero «El fascinante olor a libro viejo». Aquella nota la puede leer aquí

El olfato tiene como característica sobresaliente que no tiene memoria. Uno puede pensar en el aroma de la madreselva, o en el hiriente olor del amoniaco, pero no logra representarlos con la misma exactitud con que puede representar una canción que adora o el rostro de la mujer amada. El recuerdo de esos olores es una sombra reflejada en un espejo empañado de la mente. Es como si, a la hora del reparto de dones a los sentidos, llegado el turno del olfato, las hadas los hubieran gastado todos y en la improvisación, exclamaran: “tu don será tan delicado, que nadie que no esté en tu presencia podrá atesorarte”.

Estoy haciendo un elocuente plagio a Baudelaire, pero así como es mentira que tenemos cinco sentidos, es mentira que el plagio es un pecado, y siguiendo a mi amigo Baudelaire, digo que el olfato se sintió ofendido y reclamó algo más digno, pero las sabias hadas contestaron: “¡No seas necio! Tu don será tan precioso, que las personas, al encontrarse contigo, sufrirán una andanada de sensaciones que los llevará a revivir el momento en que te encontraron por primera vez ¡Oh sentido sutil, enemigo y hermano de la memoria!”

Si bien un plagio no es pecado, dos plagios ya son otra cosa, pero todo pecado, si uno se confiesa, se evapora en la nada, así que confieso un abierto plagio a mi otro amigo, Hudson, que escribió “Una cierva en el Parque Richmond”, un ensayo, precisamente, sobre nuestros sentidos, que según él, son, por lo menos, diecisiete.

Pero volvamos al olor del libro antiguo, que nada tiene que ver con el olor del libro nuevo, y según la tesis de Alejandro, nada tiene que ver porque el libro viejo ha incorporado, en años, el olor de las cosas que lo rodearon, siendo el libro nuevo, digamos, virgen a este respecto, lo que nos lleva a pensar que las librerías de nuevo huelen todas igual, y las librerías de viejo, todas diferente.

Alejandro tiene razón, lo que nos lleva a reconsiderar nuestra opinión sobre el tiempo, que es falsa, así como es falsa nuestra concepción de los cinco sentidos y nuestra concepción del plagio, ya que plagiamos de nuestra madre la lengua materna.

Creemos que el tiempo es algo que pasa, pero podríamos pensar, según Unamuno o Borges, que el tiempo no es algo que pasa, que el tiempo no es un río que transcurre, sino que es algo que viene hacia nosotros, y si fuera un río, sería un río que viene. Vaya uno a saber si el tiempo es un río que viene o un río que va, y de hecho, no creo en una cosa ni en la otra, y creo, más bien, como otro amigo mío, Tarkovski, o como los japoneses, que el tiempo es un espíritu que labora sobre las cosas.

Imaginemos a una persona a la que se le da un libro nuevo y un libro del siglo XVI encuadernado en pergamino, un pergamino hecho con cuero de oveja, y en ocasiones, con cuero de hombre ¿Qué libro abrirá primero? Sin dudas, los siglos donde ha trabajado el espíritu lo llamarán como llama el bosque a un pájaro enjaulado.

Siguiendo a Alejandro, si las librerías de nuevo huelen igual, y las de viejo, diferente, en las de nuevo se encontrará siempre lo mismo, y en las de viejo, cosas diferentes, pues en las de nuevo uno encontrará, con el sello del propietario, lo que la industria editorial ha creado en los últimos años, y en las de viejo, el sello personal será mucho mayor, pues a su disposición tendrá parte de lo creado desde Fausto a la fecha, e incluso antes de Fausto, si tuviera en sus manos uno de aquellos libros iluminados y dispuestos por sacerdotes que, debemos suponer, descargaban todo su erotismo en esos libros maravillosos. La conclusión es que en una librería de nuevo uno sabe qué puede encontrar, pero en una librería de viejo puede asaltarlo el milagro.

Bien, amigo lector, quisiera seguir escribiendo sobre estas cosas, pero el tiempo, lo sé, es tirano. Dicen que al principio el reloj fue nuestro esclavo, cosa que dudo, mas ahora, lo sabemos los dos, somos esclavos del reloj, así que apretaré el paso.

No sé bien qué es el polvo, pero en una casa, gran parte del polvo se desprende del cuerpo de quien la habita, pues en ocasiones, al entrar, sentimos su olor, pues ese olor, esas partículas de polvo, están impregnadas en todas partes y danzan en el aire. Así que, con toda certeza, un libro que ha pasado por tres generaciones, absorbió el olor de esas tres generaciones. Pensá ahora en diez libros, son treinta generaciones, y ahora pensá en una librería, como la mía, con cuarenta mil libros.

He aquí en todo su esplendor la tesis de Alejandro: hay mucha humanidad en una librería de viejo, mucha humanidad olorosa, pues el papel, que viene de la madera, así como nosotros venimos de la madera pues bajamos de los árboles, absorbe nuestro olor, y el hilo y la tinta, la goma y el cuero, también absorben los olores de los hombres que los hicieron.

Tiempo llegará en que no habrá libros y en el que se perderán aquellos aromas. Serán suplantados por libros digitales, sin olor, sin textura. Esos libros no ocuparán un lugar en el espacio, y lo que es más triste, no ocuparán un lugar en nuestra intimidad. Acaso me equivoque y logremos impedir esa tragedia ¿Quién lo sabe? Creo que un artículo como el de Alejandro se opone a ese futuro espantoso, y que una página como Delicatessen, que defiende los placeres mundanos y que debe respirar en este espacio virtual tanto como nosotros, desde el momento en que defiende los placeres mundanos, se opone también a ese futuro espantoso.

¿Sabías que en el pasado, aquel pasado denostado, el sudor de los cuerpos era el vehículo del amor? ¡Cómo han cambiado los tiempos!

Ahora sí me despido con un agradecimiento a Alejandro, y con un agradecimiento a Jaime y Alva, pero con un agradecimiento especial a ti, querido y oloroso lector, sin el cual no existiría este artículo, ni el de Alejandro, ni Delicatessen, ni la librerías de viejo, ni existirían los libros que debemos defender, creo yo, más con la pluma que con la espada.