Tinta del deseo: “Amores prohibidos” | José Arenas

La escritura puede configurar una forma de la autoconstrucción. Las palabras, en su condición de omnipotentes, pueden tejer punto por punto la historia personal con una exactitud, un cuidado digno de tejedora mítica. Casi como una Parca que da vida y que la quita con su maraña llena de sentido, el tejido de las letras crea un telar donde dejar estampada la historia. Cuando la historia es la de uno, ese telar es la piel, y esos hilos son las venas meticulosas donde anida cada punto del pasado de donde vendrá el futuro.

Graciela Mántaras Loedel (1843-2008) escribió su historia familiar a modo de saga –como dice Ana Inés Larre Borges en el prólogo del libro- con la fórmula antes mencionada; caminando las playas íntimas de la memoria y recogiendo de allí las historias que formaron su épica, su línea histórica hasta conformarse a sí misma. No cualquier historia, sin embargo. Desde sus lejanos parientes hasta la actualidad, la narrativa que Mántaras construye se basa especialmente en modos vedados del erotismo, secretos que se caen del telar oficial de su tejido familiar y que la autora retoma en una nueva forma de construcción donde toda esa mítica amatoria es rearmada a través del lenguaje. Desde el abuelo de su abuelo hasta la construcción de un diálogo de la diosa griega Afrodita con el Dios cristiano, donde se produce, en esa estratagema, una dialéctica del eros occidental de su presente.

Amores Prohibidos, esta novela póstuma donde la red amatoria es la centralidad, está escrita con el tono sensual de un secreto misterioso que se devela en susurro. Su técnica narrativa es compleja, trabajada con la minuciosidad de quien conoce un jardín donde las flores requieren un cuidado extremo y su devenir narrativo sobrevuela la crónica íntima y la ficción (por momentos explosiva).

Hay un orden en los géneros donde el foco narrativo está puesto desde el inicio, “la escriba”, como se denomina a sí misma la autora, empieza hablando de las figuras masculinas que empiezan dando los primeros pasos en la acción de estos erotismos vedados para que aparezcan las verdaderas protagonistas de estas vedas, las mujeres. El erotismo femenino es la niebla de la que se desprenden las diferentes partes del libro armado por la escriba. Al mismo tiempo, estas diferenciaciones entre autora y escriba proponen un juego de roles simbólicos y semánticos en relación al texto. Quien escribe no necesariamente es quien narra, ni quien recuerda, y esta clave está planteada desde el inicio en una serie de “advertencias” que preceden la lectura, allí, Mántaras desarrolla cuatro voces para hablar antes de ingresar al texto; de la autora, de la cronista, de la escriba y la de la profesora. A partir de esos planteos irá la tónica del texto.

Gracierla Mántaras Loedel logra con Amores Prohibidos algo así como lo que logró Aurora Venturini (1922-2015) con Las Primas, una sorpresa reveladora. Si bien la autora argentina vivía cuando Las Primas fue premiado y editado, el hecho de que la novela de Mántaras se publicara de manera póstuma crea un sinsabor performático; su último libro es realmente una gema de la literatura femenina uruguaya en tiempos en que las lecturas feministas han logrado un rescate inédito en creaciones del universo de nuestras escritoras. Su voz, antes de apagarse, cantó una saga viva y encendida al erotismo con un nivel deslumbrante.

MÁNTARAS LOEDEL, Graciela, “Amores prohibidos”. Tusquets, 2022. Montevideo, 327 págs.