Es probable que cuando se piensa en Shakespeare no se tenga en cuenta “Medida por medida”, acaso una de las mejores piezas del genial bardo. Estamos tan obsesionados con “Hamlet”, con “Otelo” o con “Macbeth”, que pocas veces nos detenemos en la genialidad de esta obra. Quizá porque la mentira, el engaño y el crimen resulten temas tan contemporáneos que al leer “Medida por medida”, o al verla representada, pueda resultarnos casi insoportable encontrarnos frente a un espejo de estas características. Porque Shakespeare, ya lo dijo Jan Kott, es más verdadero que la vida. Ángelo, uno de los personajes centrales, miente siempre. Lo hace cuando reemplaza al Duque Vicencio y pone su dudosa moral por encima de las leyes naturales. Lejos de convertirse en un hombre justo, engaña a todos con sus peroratas mientras condena a muerte a Claudio porque se acostó con Julieta, su novia. No conforme con sus leyes represivas, Ángelo le propone a Isabella –la gran protagonista de “Medida por medida”- que tenga sexo con él a cambio de salvar la vida de Claudio, su hermano. Isabella lo rechaza, pero el mecanismo shakespeariano ya ha comenzado a dar sus frutos. Las acciones se encadenan: un engaño lleva a otro y tapar una mentira necesita de otra mentira.Jacques Derrida, el filósofo francés, dictó una conferencia en la Universidad de Buenos Aires en 1995, que tituló “Historia de la mentira”, y que al poco tiempo se convirtió en un libro con un prólogo esclarecedor de Jorge Panesi. “Por definición –sostiene Derrida- el mentiroso sabe la verdad, si no toda la verdad, por lo menos la verdad de lo que piensa, sabe lo que quiere decir, sabe la diferencia entre lo que piensa y lo que dice: sabe que miente”. Ángelo, el personaje de Shakespeare, es el perfecto mentiroso. Sabemos que en la política la mentira encuentra un campo fértil. También intuimos que los mecanismos democráticos la incluyen con alarmante naturalidad, dado que no son pocos los gobernantes que hacen lo contrario de lo que prometen sin que por ellos caiga castigo alguno. Pero en el caso de Ángelo la mentira política se mezcla con sus impulsos sexuales y ellos devienen en la extorsión que le hace él a Isabella al querer canjear la cabeza de su hermano por el cuerpo de ella. Isabella rechaza la propuesta convencida de que los cuerpos no se prestan, no se profanan, no se regalan, no se alquilan. Los cuerpos están dispuestos a la caricia del amado; no a la violencia del canalla.