Un réquiem para el teléfono | Jaime Clara

Si les digo la palabra “teléfono”, todos sabemos a qué me refiero. La imagen del aparato que nos venga a la mente, podrá variar según la edad y la formación de las personas. Quizás muchos piensen en el clásico con el disco y el cable enrulado que conectaba el auricular, o aquellos en el que se tomaba por la base, se le hablaba a una suerte de bocina y el auricular con la mano, se colocaba en la oreja, o para los más jóvenes el celular o móvil será la imagen inmediata.

¿En este siglo XXI, qué es un teléfono? Porque en realidad, la comunicación entre una persona y otra, es una de las funciones del equipo que llamamos “teléfono celular” o “móvil”, es una mini computadora que cabe en la palma de una mano.

A partir de esta cuestión inicial, el escritor argentino Martín Kohan realiza un interesante y divertido ensayo que tituló ¿Hola? Un réquiem para el teléfono. Se trata de una cantidad de grajeas, reflexiones y entradas sobre el mundo de la comunicación a distancia, que marcó los vínculos personales desde que se inventó, hasta ahora, con la cantidad de variantes tecnológicas posibles. Por ejemplo “Lo que perdura en lo esencial es la palabra. Porque si bien a veces se lo llama “celular” y a veces se lo llama “móvil”, lo más normal entre nosotros es que se lo siga llamando “teléfono”. Teléfono: ese invento colosal que patentó Graham Bell habilitó para la humanidad la posibilidad de una conversación sincrónica en ausencia (no solamente a distancia, sino también en ausencia). Hablar con otro (con otro, y no solamente a otro), aunque no esté, haciéndolo estar en cierta forma. Ahora bien, al teléfono ya casi nadie le sigue dando ese uso. Adquirió otros usos, diversos y distintos: máquina de fotos, filmadora, grabadora, agenda, navegador de internet, radio portátil, equipo de música, televisor, reloj. Ya no exactamente un teléfono. Pero se lo sigue llamando teléfono. Como instrumento de comunicación, se lo emplea mayormente para enviar o intercambiar mensajes escritos (a la manera del viejo telégrafo), para dejar mensajes grabados (a la manera de los viejos contestadores automáticos) o para hablarse alternadamente a través de mensajes de voz (a la manera de los viejos walkie-talkies y su “cambio y fuera”). Pero no para hablar sincrónicamente con otro (con otro y no a otro, en sincronía y no diferidamente); es decir, en resumen, no para hablar por teléfono. Y, sin embargo, se lo sigue llamando teléfono. O quizás precisamente por eso, porque ya casi nadie usa el teléfono como teléfono, es que se lo sigue llamando así. Para retener al menos el nombre. Para compensar de alguna manera, manteniendo pese a todo el nombre, el hecho inexorable de su evidente declinación; para que cierto empeño nominalista sirva de consuelo o de contrapeso a la tendencia por demás notoria, y acaso irreversible, a la desaparición del teléfono, cuanto menos a su puesta en crisis.”

Aunque ya desde el título del libro, Kohan pregunta y desafía por el “Hola”. ¿Qué quiere decir? ¿Es una pregunta? ¿Una afirmación? ¿Es un “estoy aquí”?

“Entre las tantas formas de atender el teléfono (“Hable”, “Bueno”, “Diga”, “Mande”, etc.), la más frecuente, y acaso la más persistente, ha sido y sigue siendo “¿Hola?”. No “Hola”, sino “¿Hola?”; es decir, no un saludo, sino una pregunta. Se trata claramente de la función fática que definió Roman Jakobson, esa en la que el lenguaje se utiliza para verificar que el canal de la comunicación esté en efecto funcionando. De hecho, si se produce una interferencia en la línea o se teme que la comunicación pueda haberse cortado, esa fórmula reaparece: “¿Hola? ¿Hola?”, y no se trata de saludarse. El dato es que las conversaciones telefónicas empiezan ritualmente así, diciendo “¿Hola?”, deteniéndose antes que nada en el propio canal de la comunicación, constatando una y otra vez, y antes de empezar la conversación propiamente dicha, que el canal efectivamente está y que anda perfectamente bien. Como si un resto de asombro ante el hecho mismo de que el teléfono exista no pudiese sino aflorar ante cada llamado y ante cada respuesta, como si cada conversación telefónica no pudiese sino verse antecedida por una especie de homenaje implícito ante el prodigio, nunca asimilado del todo, de poder hablar con otro aunque el otro no esté ahí.”

El libro incluye un inmenso popurrí de citas y reflexiones desde las más cultas hasta las más populares, desde Walter Banjamin, Jacques Derrida, Georg Simmel, Roman Jakobson hasta Manuel Puig, Charly García, Susana Giménez o el humorista Tangalanga.

Mandar audios de whatsapp, ¿es hablar por teléfono? Porque esa parece ser una de las formas de comunicación a distancia mas practicada en estos tiempos. Usar el teléfono celular para una videollamada, o un zoom, o skype, ¿es una comunicación telefónica?

Dice Kohan “estoy pensando principalmente en el viejo teléfono de línea, el del discado y la campanilla, el que había en una casa; ese que el teléfono móvil reveló como teléfono fijo (porque antes la oposición se establecía entre particular y laboral), ese que entendimos en su carácter de interpelación indefinida o incierta a partir de la existencia del teléfono celular o personal. Hablar por teléfono: una combinación singular y acaso irrepetible de presencia y ausencia (el otro no está ahí, pero está ahí); de lejanía y cercanía (lejanía: la del “tele”; cercanía: la máxima cercanía del que nos habla directamente al oído, más cerca incluso por ende que en la conversación presencial); de intimidad y de ajenidad (intimidad: estamos solos; ajenidad: hablamos con otro); de afuera y de adentro (hablamos adentro: de nuestra casa, o incluso más: de nuestro cuarto; o incluso más: de nuestra cama; pero con un afuera, el afuera del mundo, que está adentro en cierta forma).”

El libro es entretenido, provocador, por momentos divertido y permite transitar la historia del teléfono y de la comunicación a distancia, sin ser un libro de historia. Es hasta un ejercicio antropológico sin proponérselo.

EL AUTOR Martin Kohan nació en Buenos Aires, Argentina, en 1967. Es escritor y docente universitario. Recibió el premio Herralde de Novela por su novela Ciencias morales, la cual fue llevada al cine tres años más tarde en el filme La mirada invisible. Escribió libros como Confesión, Fuera de lugar, Bahía Blanca y Los cautivos, entre otros.