La hospitalidad, seña de identidad rayana | Inmaculada Rodríguez

El pueblo de Barrancos

Cuando era pequeña, ir a Portugal era una verdadera aventura. Así me lo hacían creer mis padres. Más de una vez al año solíamos ir a pasar el día a Elvas, población portuguesa fronteriza con Badajoz, con toda la familia: tíos, tías, primas, primos y hasta mi abuela. Recuerdo a mi madre entusiasmada por el viaje. Las toallas, sábanas y mantelerías que vendían en Elvas eran famosas y ella, como la mayoría de las madres de esa época, se desvivía por juntar el ajuar para sus hijas: mi hermana y yo, que aún disfrutábamos de nuestra infancia sin reparar en qué significaba aquella palabra que, de alguna manera, parecía dibujar nuestro futuro.

El contrabando había finalizado, pero estaba prohibido pasar la frontera con café, aunque estuviese legalmente comprado. El café portugués siempre ha sido muy valorado por los españoles. Los guardinhas no solían registrar los vehículos que salían de su país, pero al otro lado, la Guardia Civil controlaba uno a uno todos los que entraban en España. Era el momento en el que entraban en acción los padres. Escondían los paquetes de café debajo de los asientos o los envolvían con nuestros abrigos, que colocaban cuidadosamente a modo de cojín para que nosotras nos sentáramos encima. ¿Qué guardia se atrevería a registrar a unas niñas de mirada angelical?

Castillo de Noudar

El recuerdo de la sensación de peligro, del miedo que generaba ese momento de cruzar la frontera, ha estado latente en mí desde entonces. Nunca me sentí más aventurera que cuando cruzaba La Raya. Así que me dispongo a revivir parte de mi infancia, a salir de casa sin planes, con la mente abierta a lo desconocido y preparada para observar la realidad de otras personas, de otros pueblos diferentes, pero con tanto en común.

Y es hacia esa zona cercana a donde me dirijo, bien acompañada, para explorar de sur a norte La Raya extremeña, motivada por la riqueza natural que la nutre, por su cultura ancestral y su gastronomía popular.

Muy cerca de Zafra, a tan solo una hora en coche, se encuentra Barrancos, un pueblo portugués rayano. Nos acercamos a esta población por la carretera de Encinasola, población andaluza que dista 9 km de nuestro destino. La estampa de Barrancos en lo alto de la montaña llama la atención. Sus casas blancas, escalonadas por el terreno, se extienden por toda la cima y reflejan la luz del sol, que hoy brilla en un cielo limpio de enero.

Aparcamos el coche en la calle que da acceso a la población, queremos recorrer sus calles, conocer sus rincones. Y es el silencio el principal protagonista de esta visita. Un silencio interrumpido por algún cencerro que suena a lo lejos, perdido en los rebaños de ovejas y cabras que pastan libremente por las laderas de los cerros. Unos pajarillos, pequeños, revolotean entre las encinas y olivos que observan pacientes. Respiras y huele a pueblo. Un pueblo que comienza a dar los primeros pasos este viernes frío, aquí es una hora menos que en España, y que invita a entrar a calentarse en una de sus pastelerías, pequeña, sencilla, donde encontramos a un grupo de tres mujeres tomando su té o café y charlando entre ellas en barranqueño. Enseguida advierten que venimos del otro lado de La Raya, y nos muestran su amabilidad. Allí, en ese pequeño espacio, formamos un corro de sillas alrededor de una mesa y, mientras degustamos una bica con sus ricos pasteles de hojaldre y bizcocho rellenos de crema, la conversación se torna alegre y suave. Nos hablan de su pueblo, de su historia, la que les ha hecho ser como son, de naturaleza acogedora. Porque Barrancos es, sobre todo, un pueblo hospitalario y solidario. Ya en el siglo XIX acogió a numerosos españoles que huían del ejército francés, y en 1936, a carabineros franquistas que huían de la Huelva republicana y a 1020 extremeños que escapaban de la represión de las tropas de Franco mandadas por el teniente coronel Yagüe. Todo gracias a la intervención del teniente Antonio Augusto Seixas, conocido como el Schindler portugués, oficial al mando de las fuerzas en la zona, quien habilitó un campo de refugiados en la finca barranqueña de Coitadinhas, donde se instalaron 616 huidos. Pero seguían llegando extremeños aterrorizados y el teniente Seixas tuvo que crear un campo de concentración clandestino en la finca Russianas, donde llegaron a refugiarse 404 personas. Seixas consiguió salvarlos a todos. Partieron de Lisboa en un barco rumbo a Tarragona. Pero a Seixas le costó cara la hazaña. Fue acusado y condenado por crear campos de concentración y ocultar su existencia. Fue encarcelado 60 días y cuando salió, contaba 45 años de edad y fue degradado.

Molino da Pipa

Nuestras amigas barranqueñas, en la cafetería, nos dicen que son todas nacidas en Barrancos y hablan su lengua desde niñas, es la que hablan en casa y entre los lugareños. Pero a nosotros, en principio, se dirigen en un español puro, con un acento muy parecido al extremeño. Y es que el barranqueño es una mezcla entre portugués y español, con términos muy propios, resultado de la cercanía con la frontera y la amistad que siempre han tenido los pueblos de La Raya, por su historia en común. La universidad lusa de Évora, nos dicen concernidas, prepara una gramática del barranqueño para evitar que se pierda. Es un dialecto hablado, no escrito.

Situado al sur de Extremadura y norte de Andalucía, prácticamente aislado del resto de Portugal hasta los años 40, la hermandad de Barrancos con las poblaciones extremeñas más cercanas, Valencia del Mombuey y Oliva de la frontera, y la andaluza Encinasola, ha alimentado durante siglos esta lengua.

Como dato anecdótico de esta lejanía con las principales poblaciones portuguesas, la investigadora Victoria Navas recogía en una comunicación científica a un congreso de historia en 1991, que Barrancos, en 1974, tardó seis meses en enterarse que en Lisboa había triunfado la Revolución de los Claveles (revolución que dio fin a cuarenta años de la dictadura de Salazar, restaurando la democracia en Portugal).

Antes de despedirnos de nuestras amigas barranqueñas, les pedimos que nos recomienden algún lugar donde almorzar y degustar la famosa cocina rayana. Es un pueblo pequeño, supuestamente el menos poblado del Portugal peninsular, pero su actividad comercial es bastante alegre. Recorriendo sus calles y plazas, nos encontramos con varios restaurantes y cafeterías-pastelerías, entidades bancarias, comercios y oficina de correos. Y desde lo más alto del pueblo, pudimos divisar una de las fábricas de jamones; producto local con denominación de origen protegida, que se asemeja mucho al jamón ibérico extremeño o andaluz, y que es el único lugar del país donde se elabora.

La ventaja de la diferencia horaria nos permite conocer los alrededores antes del almuerzo. Así que decidimos ir a visitar el Castillo de Noudar, silencioso vigilante de la frontera y de las riberas de los ríos Múrtigas y Ardila, a unos 8 km de Barrancos. El castillo se levanta aislado en una elevación escarpada en pleno corazón del Parque de Natureza de Noudar. Fue construido en 1308 por D. Frei Alonso, de la Orden de Avis, en el antiguo pueblo del mismo nombre. Dentro del recinto puede verse la cisterna, algunas casas en ruinas, la iglesia de Nuestra Señora del Destierro (s.XVII) y las “cañas”, pasos subterráneos desde el castillo hasta la Ribeira de Murtega y el río Ardila. Fue testigo de los contínuos enfrentamientos entre Portugal y Castilla. En 1295, Noudar recibe una carta de foro y se crea el primer Couto de Homiciados, es decir, un lugar donde las personas perseguidas por la justicia podían vivir en paz, pero en exilio, sin poder salir del área. Barrancos se desarrolló a partir del siglo XIV, coincidiendo su crecimiento con la disminución de las poblaciones de Noudar desde el siglo XVI. En 1774 Barrancos comparte con Noudar la sede del condado, pero en 1836 el condado de Noudar deja de existir.

De regreso a Barrancos, paramos al pasar el puente que cruza el río Múrtigas. Desde allí, a la derecha, podemos acceder fácilmente al Molino da Pipa; un buen ejemplo de los diversos molinos de agua existentes en el sur de Portugal. Molino de dos piedras y con las características principales de un molino de inmersión (molino que funciona a través de la velocidad de las aguas), consta de una estación de molienda de cereales y la casa del molinero. También está equipado con un azud (pequeño dique artesanal). Junto al molino, encontramos un manantial de agua natural en el que fue colocada en los años 60 del siglo pasado, una imagen de Nossa Senhora da Conceição. Un rincón donde tomar unos minutos para conectar con la naturaleza y con una misma.

Ya en Barrancos, aparcamos el coche en el mismo lugar y siguiendo la calle, casi en el centro de la población, encontramos uno de los lugares que nuestras amigas de tertulia nos habían recomendado para almorzar. Un mesón sencillo, amplio, decorado con cuadros taurinos (gran tradición de esta población son las corridas de toros, siendo la única donde se produce la muerte del animal con estoque de todo Portugal). Sus regentes, una pareja encantadora, nos recibieron amablemente y nos recomendaron un revuelto de espargos selvagens (espárragos trigueros) con jamón y huevos de campo para empezar, y el lagarto de porco preto (cerdo ibérico barranqueño) a la pancha, como segundo plato. Todo regado con vino tinto de la zona. De postre, no pudo faltar mi preferido, el más típico de toda La Raya, la serradura y un buen café portugués, pequeño, concentrado, la bica.

Con el hambre saciada por manjares de la tierra y cocinados al estilo tradicional, continuamos nuestro viaje rayano por la zona portuguesa, en dirección a Moura, donde pasaremos la noche. Por el camino, nos paramos en el pueblo de Safara, una antigua freguesia del municipio de Moura. Mi único interés por esta pequeñísima aldea no es otro que su nombre; Safara proviene del idioma árabe, (quienes estuvieron aquí asentados en el pasado) y que se parece a Zafara, palabra de la que se creyó durante mucho tiempo que venía el nombre de mi querida Zafra, pero eso ya es otra historia.

Esta nota de Inmaculada Rodríguez, especial para Delicatessen.uy, tiene una primera parte que encuentra aquí