La frontera hispano-lusa (frontera entre España y Portugal), conocida como La Raya, o A Raia en gallego o portugués, es la frontera más antigua de Europa. Una frontera que se creó a lo largo de los siglos a partir de diferentes tratados y pactos que delimitaron, en lo esencial, la frontera tal y como la conocemos hoy. A lo largo de sus 1214 km de longitud, podemos encontrar, a ambos lados, un enorme patrimonio de arquitectura defensiva. Fortificaciones a un lado de la raya a las que les corresponden sus opuestas al otro lado. Se trata de una frontera de ojal y botón, un territorio que queda abotonado mediante la sucesiva oposición de plazas fuertes y poblaciones españolas y portuguesas. Históricamente, este territorio no siempre fue un lugar especialmente atractivo; prueba de ello son los diferentes apelativos con los que aún se la denomina: la Costa del Luto, el Telón de Corcho, el Muro Ibérico, la Frontera del Subdesarrollo (La Raya de Portugal, la frontera del subdesarrollo, ensayo de Antonio Pintado y Eduardo Barrenechea, 1972).
Pero La Raya va más allá de una línea conflictiva de reyertas o contiendas marcada políticamente. La Raya es un territorio permeable, de intercambio cultural y de mestizaje, lleno de encuentros y oportunidades. Es un tejido de conexiones entre los pueblos y habitantes de esta franja fronteriza; su columna vertebral, frontera mágica y festiva, del entendimiento y de las alianzas tácitas, la frontera de la vida cotidiana. Umbral de interacciones humanas y comerciales entre las personas de uno y otro lado. Una frontera de convivencia y complicidad derivada de las urgentes necesidades cotidianas, donde el contrabando durante el franquismo, se convirtió en el modo de subsistencia para las familias de campesinos que trataban de hacer frente al tormento del hambre y la pobreza.
En este territorio fronterizo, la lengua constituye un elemento diferenciador fundamental, a pesar de que existen, en determinados enclaves, numerosos fenómenos de hibridación, bilingüismo y singularidades lingüísticas como el barranqueño, la fala, el mirandés, etc. Aquí se producen además mezclas originales de uno y otro idioma (portugués y castellano), un lenguaje de intermediación llamado portuñol que, curiosamente, es utilizado más por los visitantes de zonas más alejadas a La Raya que los propios nativos, quienes se expresan en su lengua materna o bien en el idioma del otro.
El escritor Luis Bello, tras su visita a esta zona a finales del siglo XIX, de su paso por El Pino, pedanía de Valencia de Alcántara, en Cáceres, dijo:
«Toda esta sierra, como una gran parte de los sesenta y tantos agregados de Valencia de Alcántara, ni está dentro de España, ni está dentro de Portugal. Aparece el alcalde; un hombre alto, fuerte, con su gran capotón pardo, de corte portugués. Habla con sus gentes en portugués por la razón que él mismo nos explica: “Falamos mucho portugués, porque, ya comprenderá usted, el portugués es más fácil.” Su vida está, como se ve, fuera de los convenios y de las ficciones internacionales.»
La Raya, en su tramo extremeño, une la Extremadura española con el Alentejo portugués (región situada en el centro-sur de Portugal, cuyo nombre significa “más allá del Tajo”) y la Zona Centro del país vecino. En sus 300 km, que van desde Valverde del Fresno, en la provincia de Cáceres, con su paralelo en la ciudad portuguesa de Penamacor, hasta Valencia de Mombuey, en Badajoz, con su referente en Barrancos, el pueblo más español de Portugal, encontramos una gran cantidad de pueblos llenos de encanto y cientos de leyendas que han cautivado al visitante durante siglos.
Esta parte de la frontera hispano-lusa ha sido testigo del mayor movimiento de contrabandistas de toda La Raya y, en consecuencia, de carabineros y guardinhas. Un mundo complejo donde la carencia de recursos hizo del contrabando fronterizo su principal industria, un apoyo económico para las familias rayanas, con productos tan variados como el café, la harina, el pan, el corcho, las telas y el tabaco. Con la emigración y el aumento del nivel de vida, esta actividad clandestina comenzó a disminuir. Después, la frontera se abrió y el contrabando se desvaneció. Pero su práctica quedó impregnada en las costumbres, leyendas y tradiciones de La Raya.
A los extremeños nos encanta transitar por La Raya. Es un territorio que nos traslada en el tiempo, que nos llena de nostalgia. La historia de nuestros antepasados, transmitida de generación en generación; sus tradiciones, legados patrimoniales, que podemos disfrutar contemplando el paisaje y la arquitectura y, por supuesto, la gastronomía; muy parecida a ambos lados, que presume de una notable evolución con el paso del tiempo, sin perder el carácter recio y austero que le viene de herencia, y que continúa con el cerdo en la posición central de la misma.
La Raya extremeña es uno de esos territorios que merecen ser descubiertos, donde el turismo aún no es excesivo y se puede disfrutar de su belleza natural y de sus gentes, acogedoras y serviciales. Uno de los viajes más recomendados dentro de mi región, Extremadura, y que iré mostrando aquí, en Delicatessen.uy.