Desde pequeña, el otoño ha sido mi estación favorita. Recuerdo ir al colegio cubierta con un chubasquero rojo que me tapaba hasta las rodillas. Y las botas katiuskas, con las que atravesaba todos los charcos que encontraba en mi camino sin miedo a mojarme los pies. Porque “antes”, el otoño llegaba cargado de lluvias que formaban charcos en las calles, muchas de ellas estaban sin asfaltar. Chapotear en ellos es una experiencia que ningún niño debería perderse.
El otoño tiene ese olor a infancia, a libro nuevo, a tierra mojada, a crisantemos y a pucheros de legumbres con coles y calabazas. Ese sabor a uva recién vendimiada, a mandarina, a frutos secos y a granada. Y no existe fiesta más otoñal que recuerde a la niñez, a los pueblos y a lo tradicional, que la fiesta de las castañas. Una fiesta popular que se celebra alrededor del día uno de noviembre, día de Todos los Santos.
Cuenta la leyenda que antaño, durante la noche de Todos los Santos, vigilia del día de los difuntos, las campanas de las iglesias no paraban de sonar. Era el aviso a todos los vecinos del pueblo que había llegado el momento de rezar por todos los difuntos. Los campaneros, para no desfallecer en tan enérgica labor, tomaban castañas durante toda la noche acompañados de sus familiares.
Pero como todas las leyendas que se transmiten de generación en generación, de padres a hijos o de abuelos a nietos, a la fiesta de la castaña se le han ido añadiendo elementos característicos de cada zona, manteniendo siempre en común el fuego y la castaña. Tradicionalmente, esta fiesta se realizaba con la recogida de este fruto y servía de agradecimiento por la cosecha recibida.
La fiesta consiste en hacer una hoguera (magosto), alrededor de la cual se reúnen vecinos y familiares, y una vez haya brasas, se colocan sobre ellas un cilindro metálico con agujeros en su base llamado tambor o, en algunas zonas, tixolo. Sobre este recipiente se extienden las castañas, a las que previamente se les ha dado un corte en un extremo para que no salten o exploten. Una vez asadas, se pelan y se comen acompañadas con vinos, sidras u orujos recién destilados después de la vendimia.
Existen celebraciones muy similares donde las castañas se asan con miel, o se cuecen con leche, y se acompañan con otras frutas y dulces de temporada como boniatos, higos, nueces, bellotas, granadas, castañas confitadas, dulce de membrillo, pastel de calabaza, huesos de santos y panellets.
Es una fiesta de raíces paganas, que proviene del Samhain o “final del verano” que celebraban los pueblos celtas. Fue absorbido por los romanos y transmitido por éstos al cristianismo. Existen muchos rituales tradicionales tanto para purificarse, curarse, recordar a los antepasados, asistir a misa o visitar al curandero del pueblo.
El nombre más extendido con el que se conoce a esta fiesta es el de Calbote o Calbotes, con sus variantes de Carbote, Calbotada o Carbochá. El nombre de Magosto (o magosta, magostu, magüestu o amagüestu) se da más en el norte de España y zonas de Salamanca y Cáceres. Y en Canarias se conoce como Los Finaos. En el País Vasco se llama Gaztainerre, en Cataluña se denomina Castañada y en Cádiz recibe el nombre de Tosantos. En algunos enclaves de Ávila, Salamanca y Cáceres se utiliza el nombre de Moragá. Y el término de Chaquetía, que originalmente hace referencia a una costumbre concreta en el marco del Calbote, en algunos lugares se utiliza indistintamente para denominar a la celebración en general. Es el caso de muchos pueblos de la provincia de Badajoz, como Zafra.
La Chaquetía es una merienda que se hace en el campo y en la que se consumen frutos de temporada, como higos pasos, nueces, bellotas, granadas, castañas y preparados como el dulce de membrillo. En muchos pueblos era costumbre gratificar a los niños, que darían los toques de campanas el día de los difuntos, con estos frutos. Para ello, recorrían casa por casa de vecinos y familiares con una cesta de mimbre donde depositar el estipendio, o sea, la chaquetía. Aún se mantiene este ritual y los niños visitan las casas cantando diferentes cancioncillas.
Tía, tía, dame la chaquetía, que si no no eres mi tía.
Tía María deme usted la chaquetía, que mañana vengo y le doy los buenos días.
Tía, la chaquetía,
los pollos de mi tía,
unos cantan y otros pían
y otros piden
¡castañas cocías!
Es una costumbre que recuerda mucho al truco o trato (travesura o dulce) de la fiesta de Halloween, y a la Calaverita de México o la fiesta iraní Chaharshanbe Suri, o noche de fuego. Fiestas que, por muy diferentes que parezcan, radican en tradiciones ancestrales celtas o se remontan al menos a 1.700 a.C.