A Borges se le atribuye el haber calificado el paraíso como una suerte de biblioteca. Ahora bien, no es difícil intuir que el autor argentino no se refería, desde luego, a una biblioteca pública. Pero para algunas personas las bibliotecas públicas sí se han convertido en una especie de paraíso, de lugar en el que estar seguros, resguardados de las inclemencias del tiempo, o incluso en el que ducharse o dormir.
En 2015, el Washington Post publicó un artículo en el que se comentaba que aproximadamente la mitad de los usuarios de una biblioteca padecían enfermedades mentales o eran personas sin techo. Tal vez, plantea el artículo, el cierre de los hospitales psiquiátricos estatales contribuyó a que las enfermedades mentales fueran más frecuentes entre las personas sin hogar, personas que, en Estados Unidos, tienen más probabilidades de ser encarceladas que de ser enviadas a un hospital.
Una biblioteca puede convertirse en un ambiente acogedor y esto atrae a muchas personas con enfermedades mentales. Precisamente por esto, el sociólogo Eric Klinenberg denominó a las bibliotecas «infraestructuras sociales», enfatizando que además de libros y de otros materiales similares, también ofrecer espacios acogedores y de interacción humana. La Biblioteca Pública Municial de Ferguson, por ejemplo, se convirtió en un refugio seguro en medio de los disturbios posteriores al tiroteo de Michael Brown en 2014. Después del tiroteo de cinco policías en 2016, la Biblioteca Pública de Dallas también puso a disposición de la comunidad a personal humano para ayudar a los ciudadanos.
Y es que son muchas las bibliotecas que cuentan con trabajadores sociales o profesionales de la salud mental para intervenir siempre que sea necesario. Otras bibliotecas se han asociado con profesionales de la salud para que sus bibliotecarios reciban la formación necesaria para dar respuesta a esta situación. Y las hay que incluyen salas de meditación, que se usan para hacer yoga, rezar o simplemente desconectar, con recursos como cojines, hilo musical relajante o papel y lapices de colores, como ocurre en la Universidad Estatal de Carolina del Norte. Incluso existen iniciativas como las de la Universidad Estatal de Montana en la que se utilizan perros como forma de terapia.
A menudo, las personas con problemas de salud mental simplemente necesitan alguien que les escuche y ahí es donde entra el bibliotecario, que además siempre podrá recomendar algún título o algún texto que pueda servir de ayuda. A fin de cuentas, un buen bibliotecario posee una habilidad única para ayudar a las personas a encontrar respuestas y aunque es evidente que esa destreza no es ni mucho menos la panacea ante este tipo de situación, sí puede contribuir a convertir las bibliotecas en ese puerto seguro en el que arribar después de una tormenta.
Delicatessen.uy publica esta nota con expresa autorización de su autor. Originalmente publicado aquí