El secreto de la Gioconda | Marcelo Marchese

Explicar a los pintores el secreto de la Gioconda es estrellarse con una roca, y sólo una persona ha podido entenderme, ya que asistió conmigo a esa experiencia que no puede ser definida de otra manera que con la palabra “diabólica”.

La clave es que hay un cuadro detrás del cuadro, por lo que Leonardo nos estás diciendo que todo lo que vemos es ilusión y que hay que saber ver para poder ver. Los budistas lo dirían con estas palabras: se trata de escapar de la red que Mara teje sobre nuestros sentidos.

Los críticos han adelantado sólo un preludio al conocimiento del cuadro, como si se encontraran en la primera fase de la magia de Leonardo. La profesora de neurociencia de Harvard Margaret Livingstone, en un congreso de percepción visual, explica que si miramos atentamente los labios, no vemos la sonrisa, pero si lanzamos la mirada a otras partes del cuadro, la vemos. Al parecer, la neurobióloga afirma que el ojo tiene dos formas de ver: una, fotópica, que te permite ver los detalles, y otra, escotópica o periférica, que permitiría ver las sombras y la generalidad. Según esta mujer, los artistas llevan más tiempo que los neurobiólogos estudiando los procesos visuales, lo que llevaría a que de manera “intuitiva” manejaran unos trucos que ahora tendrían base científica.

Una prueba elocuente acerca de esta mirada fotópica o central sería cuando concentrás la vista en una letra de una palabra, y de esa manera el resto de la palabra viene borrosa. Una prueba elocuente de la mirada periférica, es la de los geniales jugadores de fútbol que saben a cada instante dónde están parados los demás jugadores. Habida cuenta que tenemos una vida diurna y una vida nocturna, cada una de estas miradas se aplicaría mejor a cada espectro de la vida, y sería bien útil averiguar si las mujeres son más propendientes a la mirada de los detalles y los hombres a la mirada general, cosa que dudo que la Ciencia haya resuelto, ya que la Ciencia no se dedica a resolver las preguntas esenciales desde que no se hace las preguntas esenciales, pero al ver actuar a los hombres y a las mujeres, uno puede presumir que la mujer es más afín a la mirada central y los hombres a la mirada periférica.

El asunto es que la neurobióloga admite que los artistas se le adelantaron, pero afirma que sólo de manera “intuitiva”, con lo cual pretende establecer una mirada superior y racional de la ciencia sobre la infantilidad de los artistas, pero en rigor no hace otra cosa que confesar su inferioridad ante los artistas que conocen mediante la intuición, que no es otra cosa que la conexión del hombre con el cosmos. Cuando los descubrimientos de esta neurobióloga sean refutados por nuevos científicos, que serán a su vez refutados por nuevos científicos, allí quedarán las obras de Leonardo, Vermeer, Van Gogh y Altamira.

Los trucos que de manera intuitiva manejaba Leonardo, eran extensos y variados, no en vano Merejovski dijo que era un hombre que caminaba en la noche mientras los demás dormían. En su Autorretrato logra algo sorprendente. Es sólo un dibujo, donde aplica su técnica de lo indefinido, y es precisamente lo indefinido lo que permite que el dibujo se nos aparezca como si Leonardo diera un paso adelante. Si los contornos fueran precisos, nada de esto ocurriría. La intuición del genio le permitió saber que hay, al menos, dos obras de arte al mismo tiempo: la que él pintaba, y la que nosotros veíamos, y cuanto más indefinido fuera lo pintado, más arte deberíamos aplicar nosotros, los artistas espectadores.

El sfumato en La Gioconda contribuye a esta irrealidad, ya que las imágenes que nos presenta el sfumato son como salidas de un sueño, pero esta irrealidad tiene razones complementarias, como ser el velo que acaricia el rostro, una curiosa segunda prenda que tiene en la parte más alta de la cabeza, una serie de prendas que hacen que los hombros y los brazos tengan dos dimensiones, y el hecho inusual de que algo sucede con el cabello, del que sólo vemos una parte, por lo que el pintor nos obliga a pensar que la cabellera está reunida con un rodete. Esto que no vemos, se amplía, pues la única solución lógica a los dos planos del agua, es que hubiera una cascada, pero esa cascada está oculta por La Gioconda.

El agua, en sí, es un problema, pues no puede suceder que el agua que vemos a nuestra derecha esté fuera de nivel, como está y como nadie, creo, ha apreciado. El agua que se encuentra a nuestra izquierda, está en bajada, cosa imposible para un lago, pero posible para un agua que corre en una pendiente pronunciada, cosa que vuelve a aparecer en la zona derecha, al pasar debajo del puente. El agua, en La Gioconda, se mueve en forma ondulante de derecha a izquierda y luego de nuevo a la derecha, movimiento que acompaña el camino, también serpenteante.

Con toda evidencia, Leonardo busca algo con los juegos que hace entre la parte derecha e izquierda del cuadro. El ojo de la derecha está más alto, al igual que el agua de la derecha, pero sucede al revés con el hombro de la izquierda. Esto replica nuevamente el movimiento serpenteante y hacia la derecha, ya que el torso se encuentra inclinado, con respecto a nosotros, cuarenta y cinco grados, el rostro, menos aún y ya casi de frente, y la mirada, se dirige hacia nuestra derecha.

Esto lleva a otro efecto sorprendente que acaso sólo Ingres ha descubierto, como se puede ver en su retrato de Mme Caroline Riviere. Ingres, como es sabido, tiene algo de monstruoso, de proporciones monstruosas de molusco lunar. Esa monstruosidad lleva a que el óvalo del rostro de Caroline se proyecte hacia adelante, como salido del cuadro, un efecto aprendido de Leonardo, pero en éste, el efecto no es monstruoso, pero es crucial para el cuadro que el rostro se proyecte hacia adelante y flote.

Queda un par de cosas por decir antes de revelar el cuadro que vi en repetidas ocasiones. La primera es que, al igual que en las obras sobre Juan el Bautista, un ojo, el que se encuentra a nuestra izquierda, nos mira casi de frente y el otro, desvía su mirada hacia la derecha. Los ojos nunca son simétricos, por la sencilla razón de que cada ojo, así como cada nariz y cada mano, son expresión de una fuerza diferente del Universo, algo que ha sido descubierto por Martinho da Vila en la canción «Jubiabá«, y antes que él, por los pintores medievales de Jesucristo, que se preocuparon de representar con elocuente divergencia los ojos. Sin embargo, en Leonardo, esta divergencia está dada en el objeto de la mirada, en el lugar dónde mira.

Queda hablar del fondo de la Gioconda. La Gioconda está dividida en cuatro líneas horizontales: la balaustrada donde se asientan dos pilares; las formaciones rocosas color tierra; las formaciones rocosas y el agua; y por último, el cielo. A medida que la vista se aleja, el cuadro es más borroso, coincidiendo el tercer y cuarto planos azules con la cabeza de La Gioconda. Este fondo vago y azul incide en la ilusión de la cabeza que se adelanta y desprende del cuadro.

Antes de decir lo que vi, creo que debo hablar sobre el azul, que es el color del agua y del aire, y que se encuentra inmediatamente por encima del color tierra, y creo que el azul fue elegido pues sobre el azul se destaca mejor el rostro, pero también, porque Leonardo quiso poner el agua como símbolo de la vida, y como símbolo del origen de la vida, y además, eligió un agua calma y más abajo, en movimiento

Aquella vez que vi por primera vez el cuadro que se encuentra escondido debajo de La Gioconda, vi una sonrisa negra, abierta y diabólica, al grado que me asustó y pegué un salto atrás. Por tres veces se me dio ver esta sonrisa, y una de ellas, al mismo tiempo con una persona con la que tenía un fuerte vínculo emocional. Eso es realmente raro, pues que yo vea un cuadro detrás del cuadro más importante de todos los tiempos, es anómalo, pero que la magia se dé al mismo tiempo en dos personas, está más allá de la anomalía, y uno no puede dejar de pensar que en el fenómeno concurrió de alguna manera la telepatía.

Este efecto de La Gioconda, también lo experimenté, en la misma época, con un Juan el Bautista. No logro saber qué pretendía Leonardo al mostrar ese segundo plano diabólico, salvo que sea diabólico sólo para mis sentidos, con lo que quiero decir que no es en absoluto diabólico, y que mi mente, y la de aquella persona, al ver algo que viene de atrás, se asustó, y dominada la mente por el miedo, consideró que aquello era diabólico.

En el caso que viera lo que debiera ver, es decir, que viera más allá de la sorpresa de mi mente, sospecho que el mensaje dado por Leonardo sería que la verdad es diabólica, o mejor dicho, satánica, pero no en el sentido cristiano del término sino en el sentido primitivo del término, con Satanás como promotor de las artes.


En variadas mitologías, Satanás enseña las artes, pues las artes afectan lo sensorial, motivo por el cuál no tenemos cuadros de Jesucristo en los primeros siglos del cristianismo, y motivo por el cual San Agustín apostrofó al teatro como cosa diabólica. En ese sentido, cuando Satanás tentó a Cristo y lo llevó a la cima del mundo, le enseñó a Jesucristo sus artes.

Mi necesidad de resolver este enigma me llevó a conseguir una nueva reproducción de La Gioconda con la esperanza de poder asistir a esa revelación que no sabía qué cosas la provocarían. No tardó mucho en revelarse la magia, apenas estuviera cansado: con suspender momentáneamente la capacidad de razonar, o dejándome guiar por fuerzas interiores no meramente intelectivas, veía el cuadro atrás del cuadro, pero ahora, había cambiado por completo.

Ya no aparecía una sonrisa diabólica, sino que el cuadro se desdoblaba en un rostro masculino y uno femenino, siendo la transición, la nariz. A mi izquierda se presentaba el cuadro masculino y a mi derecha el femenino. Puedo ver esto cuantas veces quiera, lo que me ha permitido elucidar que la nariz, pintada de manera difusa, puede mirar hacia un lado y hacia el otro, y la nariz del hombre y la de la mujer, no son iguales, ya que proyectan sombras desiguales.

El ojo de la derecha de la Gioconda, prima en el cuadro masculino, y el de la izquierda, en el femenino. En ocasiones veo los dos rostros al mismo tiempo, y en ocasiones pasa uno al lado del otro como diapositivas. Para esto, es crucial el efecto por el cual el rostro se desprende, pues efectivamente, en este momento, casi que desparece ante la vista el resto, que queda de forma difusa.

En rigor, todos nosotros vemos tres mundos. El mundo que ve nuestro ojo derecho, el mundo que ve nuestro ojo izquierdo, y el mundo que nuestra mente elabora a partir de lo que ven el ojo derecho e izquierdo que, como dijimos, son expresiones de las dos fuerzas de la Naturaleza. Como cada ojo es una expresión divergente, ven mundos divergentes, y al estar separados unos centímetros, ven desde diferentes lugares. La Gioconda está elaborada según estos tres planos, lo que quiere decir que el hombre lo ve el ojo izquierdo, la mujer lo ve el ojo derecho, y las dos miradas se reúnen en esta obra mágica por excelencia, pues el autor logró reunir las dos perspectivas en una perfecta transición, que sería como si el arte del sfumato fuera llevado a la perspectiva.

Es conocida la homosexualidad de Leonardo, quien, a la hora de dibujar la perfecta flor femenina, no pudo atinar en lo más mínimo, siendo, como se sabe, un anatomista genial. Leonardo nunca vio de cerca esta flor, pues le daba asco. Pero en la homosexualidad hay algo de unión de los dos sexos, cosa difícil de objetar ya que venimos de un ser andrógino, prueba de lo cual son las tetillas en el hombre, que en raras ocasiones, pueden dar leche. Cualquiera que mire dentro de sí, reconocerá que en algún grado se encuentra el otro sexo, y sin este detalle, nos sería absolutamente imposible entender al otro sexo, al menos, entenderlo de manera parcial, que es como lo entendemos, ya que los sexos jamás se entenderán, y si lo hicieran, se extinguiría la magia del amor y desaparecería la especie humana.

Leonardo, al mostrar a un hombre detrás de una mujer, quiere decirnos que la realidad es una unión de fuerzas masculinas y femeninas, y que el Universo está dominado exclusivamente por dos fuerzas. Pero inicialmente vemos a La Gioconda, por lo que entiendo que Leonardo piensa que el Universo es una creación femenina que requirió de un principio masculino para gestarse. Sin la parte masculina, la parte femenina no pudo engendrar, pero el Universo nace de una creadora.

Así que en treinta años, había cambiado tanto que ya no podía ver el cuadro de antaño. Ahora bien, se me dio en pensar que acaso no fuera yo el que hubiera cambiado, sino el cuadro.

La Gioconda conoció más de un robo, el último, en 1911. Dos años después fue encontrada, y el ladrón debió pagar sólo unos meses de cárcel, lo cuál es en extremo raro ¿Existe la posibilidad de que este robo fuera un encargo? En ese caso, se contrató a alguien para que hiciera un réplica perfecta sobre un tabla rajada de álamo, y esa réplica es la que nosotros semi apreciamos a través de un vidrio de cuatro milímetros, a unos cuantos metros, habiendo quedado la original en manos de quién planeó el robo.

¿Con qué objeto alguien haría esta peligrosa maniobra? No creo que fuera por mero amor al arte, sino porque La Gioconda significa una gran concentración de poder, y para explicar esto tengo que relatar otra experiencia.

Entré a la sala de arte medieval en un museo de Europa, y al principio, los cuadros, con sus halos dorados, me parecieron monótonos, pero luego me dejé ganar por su belleza, como si de las paredes emanara algo que me llenaba. Cuando salí de ahí y entré a la sala del arte moderno, sentí la horrible crisis que había significado para la humanidad el fin de la Edad Media: el hombre había perdido la certeza, la serenidad. Lo cierto es que si una sala me generaba paz y la otra inquietud, el poder de los cuadros era elocuente.

No puedo saber si La Gioconda original anida en algún castillo de Europa, situado, además, sobre fuerzas magnéticas, y si junto a La Gioconda se encuentran cruciales obras de arte, pero si así fuera, en esa habitación sucede una gran concentración de poder que alguien estaría absorbiendo, pues un cuadro del Renacimiento resume el saber acumulado hasta el Renacimiento, millones de años de saber, que sería la creación de una persona excepcional, como Leonardo o Durero, una persona que sólo se da cada mucho tiempo y en circunstancias harto excepcionales. Sería aquella una habitación más poderosa que la cámara de orgón.

No puedo saber, lector, qué pensarás de mis experiencias, pero si pensaras que soy víctima de la locura, al usar ese estigma, sólo te serviría de excusa. En todo caso, como dijo Hamlet a su amigo, “hay más cosas ente el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía”. Sea que el cuadro que vemos en el Louvre fuera el original o no, es seguro que el original concentra un gran poder. De todas las cosas hermosas de la Naturaleza, nada hay más hermoso que el ser humano, e incluso para un homosexual como Leonardo, nada hay más hermoso que una mujer. La madre de Leonardo lo abandonó, y eso tal vez explique que los senos de La Gioconda aparezcan apenas insinuados, como si hubiera preferido no representarlos o ni siquiera lo haya intentado. El cuadro considerado más hermoso entre todos los cuadros, refiere a una mujer -aunque fuera una mujer que guarda un secreto- ya que la mujer es el objeto principal de la poesía y el arte. Es la mujer la que ha inspirado el arte, desde que la mujer es el arte, y los hombres, en el mejor de los casos, artistas. Una pare naturalmente una criatura, el otro, debe esmerarse para parir una criatura.

Como hemos visto, Leonardo en este cuadro nos da una dimensión nueva del espacio, pues un cuadro respira dentro del cuadro. Si ha logrado esto, si Leonardo logra manifestarse a nosotros a través del tiempo, Leonardo nos da otra dimensión del tiempo, pues Leonardo vive en tanto logremos ver el cuadro escondido. Leonardo abrió una brecha en el tiempo y siguió viviendo. Si Leonardo nos da otra noción del espacio y el tiempo, Leonardo abrió otro plano y nos dio otra dimensión de lo que hace a lo humano. Leonardo nos da la clave de la humanidad.

Ese es el secreto de La Gioconda.