Era muy común verlo por la Ciudad Vieja o por el centro de Montevideo con su figura desgarbada, su gacho a lo Gardel, como medio distraído o, mejor dicho, en su mundo. Un mundo lleno de dibujos, de trazos, de líneas, de macacos y monos. Un bolso tipo portafolio que colgaba de su hombro, lleno de carpetas, carpetines, hojas y cartones sueltos. En el bolsillo del saco o la camisa, según la temperatura del día, se sumaban marcadores y lápices. Escribo sobre Ombú, a la hora de firmar sus dibujos, escribo sobre Fermín Hontou (1956-2022) que falleció la semana pasada. Te lo encontrabas, te ponías a conversar con él, y pensaba más rápido que lo que podía verbalizar. Pensaba más de lo que las palabras le permitían transmitir, siempre iba más rápido que los demás.
Te lo encontrabas, dos por tres y tres por cuatro en el bar La ronda, en el que la guionista y escritora Inés Bortagaray lo describió con delicada precisión. «En todas las estaciones, ahí estaba, sentado a solas o con otras personas, dibujando. Con un sombrero de fieltro, con una copa de vino, con la mirada que oscilaba entre las ilustraciones en un bloc de hojas A4 y el rostro y el cuerpo de otros parroquianos. Si una persona se acercaba a escudriñar aquel trabajo iba a encontrar fotogramas de una película hecha de humo, cervezas, confidencia y, ocasionalmente, un cierto esplín juvenil, burgués y hasta presuntuoso»
Fermín se reiría mucho al saber que fue, por algunas horas, tendencia en la red social Twitter. Es que todos los que lo queríamos o admirábamos, teníamos algo para decir o compartir. Y quienes solo disfrutaban de sus dibujos, también. Fueron muchos los que lo recordaron espontáneamente ante la noticia de su muerte.
En 2018, el periodista Marcelo Pereira, escribió en La diaria «Fermín Hontou nació en Montevideo en 1956, pero vivió de niño en Melo. Descubrió el retrato en los dibujos de su madre, y la caricatura en los del argentino Florencio Molina Campos para los almanaques de Alpargatas. Estudió en la Facultad de Arquitectura y con docentes vinculados a la impronta de Joaquín Torres García. Trabajó en agencias de publicidad y da clases. Ha publicado en El Dedo, Jaque y El País Cultural, entre otros medios uruguayos, y en varios otros de América Latina y Europa. Busquen con Google. Con su obra como caricaturista bastaría para que le debiéramos demasiado, pero se destaca en un territorio más amplio, entre otras cosas porque posee lo que solía llamarse una sólida cultura general. Sabe cuándo y cómo conviene agregar textos, sin despreciar la posibilidad de que una palabra valga por mil imágenes; no es menos diestro con los colores que con los trazos; se interesa en ambientes y personajes mucho más allá de las celebridades, y ha incursionado con brillo en una expresión sensual poco común entre sus colegas. Claro que es, ante todo, un maestro de la caricatura.»
Hasta su muerte, fue el caricaturista e ilustrador en Brecha y durante su estancia en México, en los 80, trabajó en publicaciones mexicanas y en Cuadernos de Marcha, junto a Carlos Quijano y el recordado Carlos Vargas Quijano. Publicó libros y realizó innumerables exposiciones. Fue un artista querido, muy querido, entrañable. Si bien no coincidimos en el tiempo, con Fermín compartimos la amistad y la admiración por el Maestro Guillermo Fernández, que nos formó y alentó en la pasión por el dibujo.
El periodista Roberto López Belloso, que lo convocó para que dibujara en la edición uruguaya de Le Monde diplomatique, escribió que «es que más allá de su mano, e incluso de su dedo, la parte más importante de su cuerpo era el hojo. Así, con hache. Porque la mirada del dibujante está siempre en el terreno de la “incorrección”. Así fue que, recuperada la democracia, y tras un pasaje del manicero por las páginas de La Hora, comenzó su espacio semanal en el semanario Brecha, al que llamó “Hojo de Ombú” y que era, en efecto, potente dibujo de opinión. Sin renunciar nunca a la contaminación y el diálogo permanente con los maestros, desde Picasso a Goya, pasando por Hermenegildo Sábat, tres de sus admirados. En ese “periodismo plástico” se reflejaban sus estudios con Julio Alpuy o Guillermo Fernández, que coexistían en su bagaje con sus meses de “armador en frío” en los Cuadernos de Marcha de la etapa mexicana de Carlos Quijano. Esas vertientes múltiples están, también, en sus retratos psicológicos de figuras literarias, que no temen lidiar con la oscuridad, realizadas para El País Cultural, o en sus trabajos para el exterior (desde la edición italiana de la revista Playboy hasta Le Monde de Francia) (…) Querido en profundidad por sus colegas en todas las redacciones que habitó, ahora su fantasma seguirá siendo el azote de cualquier forma de inteligencia artificial: “La mano humana es insustituible”, decía. Ha muerto Fermín Hontou. Queda Ombú. “Mi nombre de guerra como dibujante”, le llamaba.»
En sus viñetas editoriales Fermín incluyó calaveras, esqueletos con vida, en diferentes situaciones, bautizados con nombres charrúas, en una fantástica adaptación con sentido del humor, crítica y sin prejuicios hacia la realidad de las calaveras del mexicano José Guadalupe Posada, conocida como la catrina garbancera.
En el catálogo de una muestra de Ombú en el Museo Nacional de Artes Visuales, vuelvo a Bortagaray que recordó que «La ronda gira en los trazos de Ombú, que tanto fijan (personas, atmósferas, usos, costumbres, una sensibilidad) como impulsan cierta vibración, la de la charla, el brindis, la confidencia, el sonsonete, la canción y la fábula de una juventud a punto de quebrarse, pero porfiada.»
De puro porfiado se murió nomás. Hasta luego.
Ombú en Delicatessen.uy
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* Me aburre que me digan ¿qué estás haciendo? | Fermín Hontou Aquí