Los dioses grecolatinos son parte esencial de la cultura occidental. Durante siglos, fueron objeto de culto y cuando la religión pagana desapareció, sustituida por el cristianismo, esos dioses continuaron siendo una presencia constante en las artes, convirtiéndose en temas recurrentes por parte de pintores, escultores, poetas, novelistas o cineastas. Es por ello que son mucho más que meras divinidades de una religión politeísta desaparecida hace miles de años; son el depósito de una tradición milenaria que ha cambiado, se ha reinterpretado, nos ha enriquecido y nos ha hecho ser como somos hoy en día. Este es el motivo, en gran parte, de la enorme complejidad del panteón divino grecolatino. Ni siquiera llegó a morir del todo con el final de la civilización donde se gestó, sino que se ha ido enriqueciendo incluso siglos después. Uno de esos ejemplos es Crepitus, el dios de las flatulencias.
De Crepitus podemos decir al mismo tiempo que es un dios romano y que no lo es. No es un dios romano porque no es producto directo de la cultura romana. Las fuentes más antiguas que hacen referencia a esta deidad son cristianas y tienen una intención satírica. El único motivo de su oscuro origen era ridiculizar las creencias páginas. De hecho, la primera mención a un dios de las flatulencias como deidad se refería a los dioses egipcios, no a los romanos. En concreto aparece en los Reconocimientos, dudosamente atribuidos al Papa Clemente I, en un pasaje que se burla de la varidad de deidades menores adorados por los paganos. Estos proceden principalmente de una traducción latina, de procedencia griega, hecha por Rufino de Aquilea a finales del siglo IV o principios del V.
En La anatomía de la melancolía, Robert Burton menciona al dios Crepitus Ventris entre una varidad de deidades supuestamente adoradas en la antigüedad clásica. Burton cita una obra llamada Compendio de los dioses de Lilio Gregorio Giraldi como fuente de la existencia de este dios (aunque Burton probablemente se refería a Historia de los dioses paganos de Giraldi). Además, hay que tener en cuenta que la palabra latina crepitus no solo se refería al sonido generado por los gases intestinales sino a cualquier chirrido, gemido, golpe o ruido en general. En La Ciudad de Dios, Agustín de Hipona se refiere a crepitus cymbalorum como sonido de los címbalos. En cualquier caso, la palabra latina para «tirarse un pedo» es pēdere.
Pero aunque no fuera originariamente latino, Crepitus se incorporó al ecosistema de divinidades grecolatinas en algunas obras de la cultura occidental. Voltaire, en un pasaje de su Diccionario filosófico, se refiere a él cuando habla de una serie de deidades romanas reales o supuestas de un estatus menor. Baudelaire también alude a él en un pasaje de un texto titulado «La escuela pagana», en el que critica tanto la necesidad de la religión como la mediocridad de los artistas neopaganos. Por su parte, Gustave Flaubert, dando por ciertas las palabras de Voltaire, puso un memorable discurso en boca de la supuesta deidad Crepitus en La tentación de San Antonio. Si bien Flaubert supo a través de su amigo Fréderic Baudry, que a su vez había consultado a Alfred Maury, que Crepitus no existía sino que era un invento moderno, pero le gustó tanto que lo dejó en su obra.
Si bien todo parece indicar que la existencia de Crepitus sea un invento posterior a la religión grecolatina, lo que sí es auténtico es la escena inicial de Las nubes de Aristófanes, en la que se compara el trueno con el sonido de la flatulencia celestial
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