La seducción de la violencia | Jaime Clara

“Me encerraron muchos años en la sórdida gayola
Y una tarde me libraron… pa’ mi bien… o pa’ mi mal”
La gayola
Tango de Armando Tagini y Rafael Tuegols

Vivimos en una sociedad violenta. La afirmación no es nueva ni sorprende a nadie. Nos lo recordó el cineasta Stanley Kubrick en el primer cuarto de hora de su película 2001: odisea del espacio  (1968) que se conoce como “El amanecer del Hombre” cuando un simio levanta un hueso como si fuese un trofeo, cuando comienzan a sonar los primeros acordes de “Así Habló Zaratustra‘ (1896) del Richard Strauss”. Eran tiempos de la prehistoria, en los que se luchaba por sobrevivir y casi por casualidad, ese hueso, ese trofeo, se transforma en un arma mortal, perturbadora para el resto de la comunidad y para el espectador de la película. El primate entendió que ese hueso, que hasta el momento era un objeto inerte, con su acción y voluntad, podía castigar, dominar o matar y así comenzó a usarlo en su beneficio.

La escena, que aún hoy es un mensaje incómodo, pero real, permite reflexionar que poco ha mejorado la especie humana. Más bien todo lo contrario: ha dedicado tiempo, dinero, recursos, inteligencia para desarrollar y afinar la industria de la violencia, o de “las violencias” en todas sus manifestaciones, que, a decir de Jean Paul Sartre, “sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso”. 

Como contrapartida, justo es decirlo, también cuando el arte, la literatura, el cine o el teatro, la televisión, muchas series de streaming de hoy hasta el hartazgo, o cualquier otra performance arman su propuesta sobre hechos violentos, eso causa cierta fascinación en el espectador. Cuántas veces hemos escuchado a críticos académicos intentar explicar el morbo del espectador frente a las noticias policiales, por ejemplo. La violencia, el delito, el crimen, la guerra, la muerte, el enfrentamiento es un género en sí mismo. Desde Robin Hood hasta Philip Marlowe, pasando por Tarantino, El combate de la Tapera,  la mismísima Biblia o Pier Paolo Pasolini, por nombrar algunos de millones de ejemplos.

La violencia ,en sus diferentes formas está presente en la vida cotidiana y siempre existieron análisis que indagan en los orígenes, formas y consecuencias de esas formas de violencia, a veces más sutiles y otras tantas, absolutamente explícitas. 

En una entrevista, cuando estrenó su primera película como director, el actor español Raúl Arévalo -Tarde para la ira (2016)- dijo que “como a todos, pero es cierto que a mi me ha atraído la violencia. Creo que es algo inherente al ser humano y tengo una relación curiosa con ella: me fascina estudiarla pero me horripila verla en el día a día.” Fascinarse, sentirse atraído o atisbar en la crónica roja, en relatos violentos -o Relatos salvajes, para aludir a otra película (2014)- es parte de la condición humana. 

Entre los tantos relatores -escritores, cineastas, dramaturgos, juglares, tradición oral de generación a generación, comentaristas más o menos rigurosos y chismosos de todo tipo-  los periodistas tienen una suerte de lupa para identificar hechos e historias, investigan y cuentan esos hechos o describen a sus personajes, sean víctimas o victimarios. De esto va este libro que Ud. estimado lector, tiene entre sus manos.

Raúl Ronzoni (1943) es montevideano de nacimiento pero hijo de la ciudad de Carmelo por adopción. Siempre defiende con orgullo el pago fundado por José Artigas. Tiene una larga trayectoria periodística que comenzó en la sección deportes del diario. También escribió en Hechos, Ahora, Sur, El Debate y tuvo una destacada actuación en El Día y en el semanario Búsqueda. Desde 1991 se dedica al periodismo judicial y ha sido corresponsal de diferentes medios internacionales como la agencia de noticias Inter Press Service o las publicaciones Clarín, Folha de São Paulo, entre otros. Tiene varios libros publicados, muchos de ellos surgidos de su estudio de expedientes judiciales y diferentes causas que los emparentan con este libro que el lector tiene entre sus manos. Vive en España desde hace algunos años, pero está tanto o más enterado de la realidad uruguaya que muchos que viven en Uruguay.

Eduardo Barreneche (1965) es oriundo del departamento de Artigas. Llegó a Montevideo y pasó, casi que indefectiblemente por la Facultad de Derecho, hasta recalar en el diario El Día, donde conoció a Ronzoni, que le regaló su primera corbata. Desde aquella época. “Barre”, como se le conoce en el ambiente periodístico, le dice «amigo corbatero». Barreneche pasó por La República, revista Tres y desde hace 25 años está en El País. Aparte del vínculo personal, de tantos años, desde el periodismo, lo que une a Ronzoni y a Barreneche es que son dos sabuesos del mundo judicial. Han logrado, con profesionalismo, tenacidad y mucha paciencia, penetrar en los laberíntico mundo de los expedientes judiciales. 

En este libro el leiv motiv es la presencia de argentinos en Uruguay, una importación no tradicional, pero más frecuente de lo que se suele suponer. Están aquí relatados casos como el del mítico edificio Liberaij, tan llevado y traído por la literatura, las crónicas y el cine, hasta casos actuales. La diferencia entre los de antaño y los actuales, son los modus operandi: ya no hay armas, ni escopetas de caño recortado ni bombas molotov, sino que hoy los delincuentes utilizan algoritmos y computadoras. Aunque algún fanático de la vieja guadia pueda quedar, muchos de los de hoy ya no son pistoleros, son hackers

Aparecen personajes que formaron parte de la cultura popular, gracias a los diarios y las crónicas de otros tiempos, donde los periodistas investigaban los casos a la par que la policía. A tal punto estaban en boca de la gente que muchos de ellos hasta eran parte de los viejos cuplés de carnaval, como “Varelita”, “el Mincho”, Néstor Guillén Bustamante, entre otros. También está la nueva historia policial, con casos que, para muchos están en la memoria fresca, como los asaltos a los peajes, al Géant, al Casino Carrasco, y otras estafas hechos por narcos, un perfil que ya pisa fuerte en el país. 

Si bien la información del mundo del hampa y el delito, el de antes y el de ahora, más o menos sangriento, puede ser denostado, como dije, ver, escuchar, saber y conocer sobre quien está fuera de la ley, seduce y atrae. El éxito de las series de televisión y la literatura negra y policial, son prueba de ello. La diferencia con este libro, es que todo lo que aquí se cuenta, está ajustado a lo que dicen los expedientes judiciales, los testimonios, las crónicas de la época y el trabajo de investigación de dos periodistas rigurosos y responsables. Lo cierto es que estos temas siguen siendo historia de nunca acabar. 

Los colegas Ronzoni y Barreneche tuvieron la enorme generosidad de pedirme este prólogo para su libro, que acaba de salir, editado por Banda Oriental. A ellos y a la editorial, mi agradecimiento. JC