Acababa de ordenarme y pensaba conseguir mucho renombre en las letras; pero una mujer dio al traste con mis esperanzas. Llamábase Nicolasa Pigoreau, y era dueña de una librería, La biblia de oro, en la plaza, frente a mi colegio. Yo frecuentaba la librería donde hojeaba constantemente los libros que la dueña recibía de Holanda, así como las ediciones bipánticas, ilustradas con notas, glosas y comentarios muy eruditos. Yo era muy agradable, y por mi desgracia no dejó de inadvertirlo aquella señora. Había sido bella y aún conservaba cierto atractivo. Sus ojos eran parleros. Un día los Cicerón y los Tito Livios, los Platón y los Aristóteles, Tucídides, Polibio y Varrón, Epicteto, Séneca, Boecio y Casiodoro, Homero, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Plauto y Terencio… arrastrando consigo a Ferri, Lenain, Godefroy, Mezeray, Mainbourg, Fabricius, el padre Lelong y el padre Pitou, todos los poetas, todos los oradores, todos los historiadores, todos los padres, todos los doctores, todos los teólogos, todos los humanistas, todos los compiladores alineados en las estanterías de aquel establecimiento fueron testigos de nuestras caricias.
—No juzgues muy severamente mi debilidad —me dijo la señora, mientras manifestaba su amor en inconcebibles ansias.
Mi fortuna se prolongó hasta que me vi desbancado por un oficial.
Anatole France (1844-1924) fue un escritor francés de pluma satírica y un humanismo teñido de escepticismo. En 1921 ganó el premio Nobel. Publicó una veintena de libros de relatos y novelas, así como crítica social y literaria, piezas de teatro y Vida de Juana de Arco. Caricatura: Jaime Clara