Andrés Echevarría: Lamer la luz de un jardín | Laura Domínguez

Hace algunos días se presentó en Maldonado el último libro de Andrés Echavarría: “Lamer la luz de un jardín”. Fue también el lanzamiento de la editorial Versolari, junto con Ana Laura Lissardy.

La calidez del encuentro contrastó con la noche gélida. Gerardo Ciancio, poeta, crítico literario y amigo del autor, nos introdujo no solo en este libro sino en el conjunto del universo poético de Echevarría. Destacó entre otras cuestiones de relevancia, el erotismo presente en la obra y es allí donde me detendré.

Eros asoma en “Lamer la luz de un jardín”. Ya desde la tapa se aprecia un gesto: una mano señalando hacia la altura y dos enormes alas que aparecen parcialmente (escultura Psyché et L´amour de Rinaldo Barbetti). El mito se hace presente.

El título se refiere a un acto. El yo se dispone a saborear las delicias de un jardín. La sinestesia conmueve los sentidos al permitirnos evocar un intento y su imposibilidad: lamer la luz. Se ofrecen gestos que anuncian algo que el lector, como sujeto deseante, es capaz de evocar: la latencia de Eros que luego se desplegará en los poemas.

Todo deseo que se insinúa implica una búsqueda, un rastreo y una interrogación: ¿Dónde, cuándo y cómo el deseo se colma? Acaso, ¿puede colmarse?

El trayecto no es lineal y se bifurca permanentemente. En la búsqueda del imposible, la voz poética evoca la infancia, recorre otras geografías, convoca a otros poetas (compañeros de ruta), se acerca al ser amado.

En ese jardín hay algo muy valioso que proteger y así queda plasmado en el epígrafe (Tanka del Man’ yöshü S. VII y VIII) con el que se inicia el libro:

si los relámpagos
resuenan en el cielo
y se encapota
aunque quizás no llueva
yo quiero guarecerte

El erotismo atraviesa el libro y en esa clave podrían leerse la totalidad de los textos.

LXIII
lamer la sombra
y la noche infinita
como el insomnio
de una hoja que escribe
en un tiempo perpetuo

XXX
……………..
lamer la luz
con la fruición de un hambre
desobediente
hasta que acabe todo
en un fundirnos juntos.

El jardín es un símbolo poderoso porque se encuentra tanto en la cultura occidental como en la oriental. Su potencia se expresa temáticamente y en las formas estróficas elegidas entre las que Echevarría se desplaza con la fluidez de un escritor maduro. Estudioso de poetas que han marcado su sensibilidad, sabe también recurrir en cada ocasión a las formas adecuadas para el tratamiento temático.

En tanto símbolo, el jardín no es una imagen unívoca: es el lugar íntimo y al mismo tiempo la extensión, el Yo rastrea lo Otro (vida/muerte; luz/oscuridad) 

Decía Huidobro en sus Manifiestos: “El arte del sugerimiento, como la palabra lo dice, consiste en sugerir. No plasmar las ideas brutalmente, sino esbozarlas y dejar el placer de la reconstitución al intelecto del lector. Esa es la Belleza que debemos adorar. La estética del sugerimiento.”

Por la sugerencia, principio fundamental del arte, los poemas de Echevarría pueden desplegarse en más sentidos. Hacemos una invitación a que el lector descubra en ellos otras dimensiones.

Versolari, la editorial

            Versolari se identifica con una imagen a modo de caligrama del poema VI de este libro de Echevarría. Con “Lamer la luz de un jardín” se inicia este proyecto editorial.

En la presentación, Ana Laura Lissardy abordó el símbolo-eje del libro desde la perspectiva del niño que el poeta fue. Se refirió al autor como un “Un hombre bueno”.

Eros, Belleza, Bondad parecen ser, desde la Antigüedad clásica, claves para sostener la pulsión de vida. Las palabras de Lissardy me transportaron al poema Retrato de Antonio Machado.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero…

En ese libro están presente, la infancia, España, poetas y un yo que cuida amorosamente ese jardín hallado/recuperado.

Fue una presentación cálida, hubo un ambiente especial. Soledad (de florería Casa Castilla) realizaba arreglos florales (el arte del ikebana) y un jardín de invierno surgió entonces ante los asistentes. El grupo Son de sierra acompañó con su música.

Las sensaciones que despertaron la música, el color y los perfumes pusieron en escena la sinestesia que se proponía desde el título del libro. Una experiencia para recordarnos que Eros asoma si estamos dispuestos a realizar el gesto que nos dirija hacia él.