Botiquín de primeras auxilios en caso de pandemia | Rosario Infantozzi

Hay días en los que esta pandemia me puede… Hoy, por ejemplo… y entonces necesito inventar estrategias para conjurar tanto caos y tanta incertidumbre y curarme del síndrome de abstinencia que me produce la falta de amuche y de abrazos.

Casi siempre mi caja de herramientas la encuentro rebuscando en mis recuerdos de infancia, en la que siempre tuve las respuestas a todo, aunque no fuera consciente de tenerlas.

Mi hermana menor –mujer sensata, científica y práctica- siempre me cuenta que, cuando éramos chicas, yo la aterrorizaba.

  • ­Tú me decías “¡escondete que ahí vienen los piratas!” y lo decías con tal convicción que yo no dudaba en meterme debajo de la cama, aunque no viera ni el menor rastro de piratas.

O… mucho peor. Dormíamos las tres hermanas en un mismo cuarto. A las nueve de la noche mamá nos apagaba la luz y solamente dejaba prendida una veladora, una minúscula lamparita con pantalla de seda con un diseño escocés en rojo y verde, que inundaba el cuarto en penumbra con una mínima aunque maravillosa luz rojiza.

Nuestra hermana del medio se dormía como una bendita en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada pero la menor… ¡pobre!… se quedaba con los ojos abiertos como dos platos escudriñando las sombras y vigilándome mientras yo seguía jugando, muy lejos de aquilatar el espanto que le ocasionaban los vuelos de mi imaginación.

Teníamos un tocador con un espejo de tres lunas, dos de las cuales eran móviles. Según el juego que yo estuviera jugando, podía pintarme la cara con talco y los labios con betún de zapatos para conversar con las mil Rosarios que aparecían en cuanto me metía en el hueco que formaban esas tres lunas. O fabricarme un vestido de cola con la colcha de mi cama rodeándome la cintura, sostenida por un enorme alfiler de gancho que le había robado a mi abuela de su costurero y que yo atesoraba en la misma cajita en la que guardaba mi primer diente. Diente milagrosamente recuperado después de que el Ratón Pérez me hubiera dejado la moneda de un peso. Fue el único; los demás se los llevó quién sabe adónde y quién sabe para qué, aunque me gustaba pensar que los usaba como ladrillos para construirse un castillo. En fin, cuando me ponía mi vestido-colcha, me transformaba como por encanto en una princesa. A veces era simplemente lo que llamábamos “una dam’antigua”. Creo que nunca me dio por encarnar ninguna plebeya, se ve que tenía mis berretines.

¿A qué vienen todos estos preámbulos? A que, desde muy niña, mi bendita imaginación ( que luego me permitió convertirme en escritora, guionista y cineasta) me preparó, tanto para enfrentar el aburrimiento o los nervios de una simple espera en el dentista como para transitar una cuarentena como la que estamos viviendo. Es más, mi estrategia me permite evadirme mientras el dentista me pincha la encía para ponerme la anestesia.

La cosa funciona así… no importa si estoy tomando sol en mi balcón o picando cebolla en la cocina… mientras este mundo real caótico y amenazante sucede afuera de mi cabeza, ¡YO SUEÑO DESPIERTA!

Puedo escuchar en mi cabeza los emocionantes acordes del Himno Nacional mientras recibo una condecoración por haberme transformado en la primera astronauta uruguaya, o imaginarme como una princesa medieval, esperando a que llegue mi príncipe azul a rescatarme. Da igual. Mis personajes y mis aventuras pueden ser infinitamente ricas y variadas, lo único inmutable en todas ellas es que siempre soy mujer, joven y flaca… ¡ah!… y que puedo bailar y cantar como los dioses.

Pero lo más importante es que YO ME LAS CREO… YO ME CREO TODO porque, para que tengan efectos terapéuticos… HAY QUE CRÉERSELAS…

Recomiendo fervorosamente esta estrategia para sobrellevar la crisis que nos aqueja, aunque… con una única pero imprescindible precaución… de vez en cuando hay que acordarse de que nada de esto es real.

Porque puede suceder que venga mi vecina a pedirme una taza de harina y yo, que estoy pasando revista a la guardia en el Palacio de Buckingham… le conteste en inglés. O en francés… si me pesca subiendo a un bateau-mouche en el Sena, del brazo de Alain Delon.