Ellos | Cristina Callorda

”…el hombre
regresando
con un libro,
el cazador de vuelta
con un libro,
el campesino
arando
con un libro”

Pablo Neruda. Oda al libro (II)

Son como soldados indisciplinados, agrupados es compartimentos adecuados al espacio que ocupan. Se llevan bien aunque algunos no tienen nada que ver entre ellos: ni lo que hablan, ni lo que dicen ni cómo.

Parece mentira. Me imagino que de noche, cuando todos duermen, como los juguetes de Toy Story, saldrán de sus anaqueles y harán de las suyas.

Cualquier noche de éstas, cuando me desvele, sin que se sientan mis pasos en la escalera, bajaré a mirar lo que pasa.

Tengo miedo, no hay mucho espacio para desplegar un diálogo, pero trataré de dejar unos almohadones, unas copas de vino, algún licor, lápices para subrayar ( no creo que les guste). Me imagino las primeras discusiones, más que nada de su aspecto físico “Me pusieron el rojo en la cara” “a mí el verde”, “a mí el blanco y negro”.

Algunos discutirán sus años, sus arrugas, frente a la lozanía de los más “lisitos” y de aspecto brillante. Los hay grandes y pequeños, medianos y enormes. En una lucha desigual.

Me atreví a “vichar” para sacarme la duda ante un insomnio tenaz que me atacó a las cuatro de la mañana y lo que pude ver sin que ellos lo notaran, fue la cómplice conversación entre la Señora Dalloway y El país de las mujeres, tal vez consustanciándose con sus reivindicaciones de género a pesar de las distancias. No me llamó la atención ver muy enhiesto y gallardo al Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha junto al Diccionario de la Real Academia Española, discutiendo términos aceptados o no, unos por su poco uso, otros por su nueva manera de expresarse. El Diccionario etimológico los observaba de cerca como para entrar en la conversación pero no se animó.

Encontré las Crónicas marcianas intentando colonizar un folleto de viajes por rutas argentinas, ante la sorpresa de aquellos internautas ignorantes de la tierra que estaban pisando.

Lo más extraño fue ver Rayuela con una revista de diseño muy colorida y seductora conversando de sus gustos tan dispares.

Doce libros viejos y grandotes, sin marcas del tiempo por sus impecables tapas duras, entre los que estaban las Tradiciones peruanas se fueron acercando lentamente (por su peso) a uno rojo y sugestivo por su nombre El sublevado, al que se le unió El bastardo creyendo que tenían algo en común.

El Libro de los abrazos se juntó con Las venas abiertas de América Latina y a pesar del tiempo se sentaron a divagar.

Lo que más me gustó fue la dupla Sombras sobre la tierra y Un mundo de cuentos. Imagino al “Negro” Delgado Aparaín intercambiando palabras con “Paco” Espínola referidas a los más desposeídos del mundo.

No dejaré memorias había quedado solo porque nadie se le acercaba para no contradecir su deseo de invisibilidad…mientras un montón de revistas literarias habían quedado dormidas todas despatarradas sobre un sillón. Sé que las llamaban Sic, revista uruguaya de Literatura.

Fue una noche rara. Me acosté sorprendida de la vida propia que habían adquirido algunos de mis libros y me acosté.

Al otro día, como siempre, ellos habían vuelto a su lugar, esta vez retomando el sitio anterior.

NOTA: Este relato tiene que ver con el desorden de mi biblioteca y el orden arbitrario que tienen mis libros, que se niegan a aparecer cuando más los busco. Claro, algunos ya no están, yo misma los pasé a otras manos para que siguieran su intención de buscar lectores. Otros se perdieron en oscuras y sombrías cajas, otros no volvieron después que los presté.

NOTA 2: Ante la urgencia de desarmar los estantes de mi biblioteca, por buenos motivos, reiteré estos pensamientos. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.