Florencia Paglia buscaba un seudónimo, un sinónimo fiel a sus fantasías. Lo encontró oculto bajo otra lengua. Mugungwa, la flor nacional de Corea del Sur, la tierra prometida. Para atenuar el exotismo agregó una cifra, y así alumbró a Mugungwa_97. Será la “flor eterna que nunca se marchita”, nacida en 1997. Se escondió tras la combinación y encarnaba personajes de la cultura pop coreana. Bailaba embellecida, obedecía sueños antípodas frente al ojo insaciable de su webcam. La práctica del cosplay, costume y playing, disfraz y juego, comenzó como una competencia entre amigos. Luego surgió Patreon, la red atrapa-mecenas, y el rito se convirtió en trabajo. Aunque se acerca a los treinta, todavía guarda cierta fragilidad adolescente y tímidos restos de vergüenza que la vuelven más deseable. Sabe que puede beneficiarse del efecto que su cuerpo, menudo y barroco, causa en los hombres. Publica fotos estratégicamente censuradas. Otakus virginales y pornógrafos maduros pujan en subastas virtuales por las imágenes liberadas, sin áreas borrosas. Por un extra más, pueden escribirle a su correo privado. Sin obscenidades, o serán expulsados. Quienes se arriesgan ruegan melosos por la presencia de algún personaje en particular. En esos casos, la piel descubierta guarda una relación inversa con el dinero girado. El deseo es atendido solo después de que la suma aumenta su cuenta. Una mínima parte se invierte en insumos: telas, acrílicos y alambres para los exiguos disfraces. Es un círculo virtuoso, asentado en el vicio. Satisfacción garantizada.
Martín Larrosa, programador, ex payaso de oficina, está aburrido. Del trabajo, de su mujer, de llegar al apartamento todos los días a la misma hora. No tiene cómo saberlo, pero gracias al fútbol su vida cambiará. Se quiebra un tobillo. La inmovilidad forzada lo obliga a pasar varios días solo, sin su esposa Diana ni el casal. Su sobremesa consiste en navegar portales pornográficos. Se vuelve un experto en la jerga onanista: cumshot, gangbang, cuckold, milf, vintage, flashing, jerking. Solo se recupera de la fractura. Los domingos, el único día en que está solo, vuelve al vicio. Hasta que pierde atractivo. La pornografía es deprimente si uno está apagado, piensa, y yo lo estoy. Congelado en un instante. Un infartado frente a un espejo. Eso soy. Un domingo soleado encuentra algo nuevo: una chica vestida, toda una novedad, acosa entusiasmada a una criatura deforme, armada de cuernos y tridente, cuyo único parecido con algo humano acaba en el grueso pene mimado. “Hot cosplayer hungry for cock receives facial”, promete el título. Cosplayer. Replica la palabra en el buscador de imágenes. El monitor devuelve un panal poblado por cientos de chicas en distintos grados de desnudez. Cosplayer, el conjuro lo traslada a uno de los tantos suburbios sórdidos de la red, donde las adolescentes exhibicionistas medran con las fantasías masculinas. Martín ya no está aburrido. Del catálogo inabarcable de chicas sobresale una. Viste una malla negra ajustada con intención. Sus senos parecen a punto de estallar bajo la presión. Viste medias púrpura y alas violetas, coronadas por uñas negras en los vértices. En la foto, la chica lleva el cabello verde hacia atrás. Debajo, un texto aclara: Morrigan, by Mugungwa_97. Martín reconoce la pared detrás de la chica. Está en un cine convertido por la crisis en un espacio multicultural. Intuye que Morrigan es el personaje y Mugungwa_97 la chica. Cliquea el nombre y llega a su página en Patreon. Lee con expectativa el texto de bienvenida, disfruta con mirada experta las fotos audaces, los frustrantes videos demasiado cortos. Patrocíname, ruega Mugungwa_97 desde un anuncio. Seamos amigos, amplía. Este mes, sin embargo, la tarjeta está sobrecargada. La prudencia aconseja esperar.
El Innombrable trabaja como cerrajero. Desprecia su oficio tanto como a sí mismo y a su herencia familiar: una casa taperizada por años de descuido, decorada con yuyos y humedad. Mamá Innombrable murió al parirlo. Papá Innombrable, inmóvil en la cama por un ACV, recibe cada noche las pequeñas torturas con las que el Innombrable retribuye las palizas que lo crearon. La frágil carcasa senil apenas las registra. Luego se encierra en su cuarto. Las manchas en la pared bien podrían ser un mapa de su vida. Sigue a CatitaXXX, permisiva, a LUXZXX, atrevida, a GingerJob, intensa. La virtualidad lo protege. Solo una vez estuvo con una mujer real, una prostituta. Lo hizo sentirse sucio como un pucho. Su adolescencia desapareció. Ahora es un anciano de veinte años. A su modo, el Innombrable es puro, pero recibió tanto desprecio que de diamante en bruto pasó a ser cuchillo. Uno de guerra, diseñado para causar el mayor daño posible. Está enamorado de Morrigan. Solo la vio una vez. Ella subía la escalera principal en la Convención del último año. Paralizó su cerebro con una paz inusual. Las personas en general son temibles, pero las chicas bonitas convierten al mundo en una herida. Lo enfrentan al abismo. Las odia. Morrigan en cambio lo hizo sentirse niño de nuevo. Le ofreció una segunda oportunidad. Encarnaba la pureza, lo opuesto a la suciedad donde vive. El recuerdo capaz de espantar a las pesadillas que lo asustan hasta perder el control de sus esfínteres. El culto, lejano y aséptico como merece un ser de luz, se prolongó hasta la nueva Convención, cuando el cabello verde se convirtió en azul y un vestido celeste reemplazó a la malla cavada. De Morrigan solo quedaban sus ojos, llevados por una tal Mugungwa_97, la farsante que hirió de muerte al niño. Horas después, mientras aterrorizaba a papá Innombrable con un sapo, decidió vengarse.
Martín planea estrategias de asedio. Si uso mi edad real en Patreon, razona, espantaré a Mugungwa_97. Arma entonces un perfil falso en Innaku, la red social para fanáticos crónicos de lo asiático. Busca el nombre más popular y lo adopta: Maestro Roshi_43. El número es su edad. Según la descripción que escribe tiene diecinueve años, es aficionado al skateboarding y adicto a las consolas de 8 bits. Luego se registra en Patreon y se convierte en otro patrocinador de Mugungwa_97. Al principio aporta sumas pequeñas, imperceptibles. A cambio, recibe fotos y mensajes de agradecimiento genéricos, adornados con corazones. Una elevada cuota mensual le otorga acceso a los videos en vivo. Es dinero que Martín resta del presupuesto familiar, pero las sesiones lo valen. Por ese monto puede incluso elegir un personaje. Busca en Deviantart hasta encontrar una figura vestida de forma apenas nominal, y la propone. Mugunghwa_97 acepta. Por una suma extra, pues no irá a subasta. El día llega. Un domingo, como solicitó Martín, Flor se convierte en una versión desesperante del deseo. Las poses balancean los volúmenes al borde de lo explícito. Los movimientos desafían la gravedad. La resistencia de los breteles se combina con la sabiduría de los parches, para sufrimiento de su único espectador.
Martín Larrosa, sin embargo, quiere más. Sueña con un encuentro personal. Quiere saber dónde vive su amante virtual. Usa un software para ubicar la dirección desde donde salen los mensajes. Es una IP fija, necesaria para que sus patrocinadores puedan encontrarla. Un comando Whois le muestra el nombre real. Minutos después, cruzando datos, encuentra el lugar. Es un edificio, a pocas cuadras de su computadora.
Ella, un día, le pide que habilite su cámara para conocer el rostro de su mecenas más generoso. Él interrumpe abruptamente la sesión. Flor, desconcertada, contempla la línea titilante que advierte: “Maestro Roshi ha abandonado la sala.»
Él, tras horas de pánico y arrepentimiento, se tranquiliza. ¿Qué puede hacer la chica, de todos modos? Compra entonces una bata roja y una máscara en Eso Es Mío, la plataforma de ventas en línea. Unos días antes de la sesión, aclara que accede, pero solo bajo ciertas condiciones. Y éstas no incluyen descubrir su rostro. Flor protesta. No mucho. Al final acepta: “Solo porque te aprecio”, miente con instinto comercial. Inician la primera sesión con ambas cámaras abiertas. Mugunghwa_97 no lleva maquillaje. Tiene los ojos demasiado grandes, fuma y arrastra un cansancio bovino. Su rostro y el de la cajera del súper son intercambiables, piensa, y cree escuchar el regreso del hastío, su fiel compañero. Flor en cambio se olvidó de Mugungwa_97. Lo novedoso de estar hablando en lugar de bailar la reconforta. Está tentada a preguntarle por qué eligió una máscara que solo los niños usan, pero se contiene. En cambio, se desafía a vencer la timidez del extraño bajo la máscara absurda. Lo cita para el próximo domingo, le promete un estreno exclusivo.
—Solo para tus ojos —agrega.
— ¿Y cuánto me va a salir esta vez?
—Tranqui, la casa invita —dispara Flor antes de cerrar la sesión con un guiño.
Ese domingo Martín está inquieto. Irritable. Tás raro, comenta su esposa, mientras demora en irse a lo de la madre. Él la apura hasta que la mujer pierde la paciencia. ¡Ya entendí! ¡No me pongas nerviosa! Cuando queda solo, se coloca el disfraz. Luego enciende la cámara. Ella está (¿otra vez?) en bata, su rostro cubierto con un polvo blanco, el maquillaje de los ojos corrido, como si hubiera llorado. Las luces están apagadas, las cortinas bajadas. Un ramo multicolor de rayos brota desde una lámpara barata colgada en el techo. La chica se aleja un par de pasos y, con una sonrisa pícara, deja caer la bata. Se corporiza Harley Quinn frente a la cámara. Flor ha modificado el disfraz. La remera blanca está rota en el medio del pecho. El hueco entre los senos es oscuro y profundo, imposible de evitar.
Harley Quinn muestra el trasero al agacharse para levantar un bate de beisbol. Luego acosa la madera como si fuera carne. La pasa bajo el mentón, abre los brazos y el bate no se cae. Da la espalda a la cámara. Detrás de las trenzas, los costados sobresalen a la altura del cuello hasta que ella toma el bate y lo hace desaparecer. Cuando gira otra vez, está bajo la remera, con el extremo gordo pegado a la boca. Una lengua larga y húmeda gira alrededor de la superficie cóncava.
Martín mueve una mano bajo la mesa, rumbo a la creciente entrepierna. Se acaricia hasta que debe desabrochar el pantalón debido al dolor ocasionado por el encierro. Utiliza ambas manos, lento y sin pausa. La máscara oculta los ojos perdidos y la boca abierta en la agonía del placer. Mugunghwa_97 está a su lado, alentándolo, humedeciendo su mano con un beso cálido para ayudarlo. Los estremecimientos finales coinciden con los de la chica, quien acerca su boca a la cámara hasta llenar la pantalla.
Luego, descansan. Ella habla. Él escribe. Porque odio mi voz, se excusa.
—¿Te gustó, Maestro Roshi?
Flor está todavía agitada por el baile. Él flota ligero, cree que a veces la vida puede ser hermosa.
—Hermoso —responde él. —Gracias por la sorpresa.
—De nada, jiii. Tenía dudas, porque a mí no me gusta mucho DC. Pero amo a Harley Quinn. ¿No te parece tierna?
—Divina, por un momento pensé que ibas a usar el bate de otra manera.
—¡Roshi! No seas grosero nene. No hago porno.
—Concedeme que da para pensar mal.
—Si pensás eso es porque tenés la mente podrida, nenito. Y no quiero seguir hablando del tema, me pone mal. Soy una artista, no una puta. ¿Pensás que soy muy puta, no?
Él casi exclama “Jamás pensé eso, Flor”, a viva voz.
—Para nada. Sos hermosa, y muy talentosa.
—Mejor así, mucho mejor. Me daría tanta vergüenza que te bloquearía sin dudarlo. Ni siquiera conozco tu voz y ando medio en bolas adelante tuyo, nene. ¿Entendés lo díficil de mi situación?
—Ni hablar, es…
—Dame unos minutos —interrumpe Flor antes de alejarse.
El Innombrable desliza la llave maestra dentro de su corazón, a juzgar por la taquicardia que sube hasta su boca cuando un click metálico anuncia que su invasión, la primera, ha comenzado.
La pantalla está vacía. Martín espera, derramado sobre la silla. Ojalá pudiera mantenerse días así, montado sobre la vibración residual del orgasmo mientras el exterior se aleja como un sueño ajeno, retoza, mientras su mirada absorbe ociosa la imagen de la habitación momentáneamente vacía.
Por ello ve cuando la puerta de entrada se abre y una figura corre a ocultarse detrás del sillón, en la zona más oscura del living. La chica todavía no ha vuelto. La paz interior desapareció, y en su lugar ahora aúllan decenas de sirenas, gritándole que debe hacer algo pero, ¿qué?
Ir hasta lo de la chica es impensable. Tampoco puede llamar a la policía, el captor de números lo delataría. Tendría serios problemas para explicar qué hace pagándole a una chica para que baile semidesnuda frente a una cámara. Esa gente no cree en préstamos culturales y, sobre todo, tendría que explicárselo a su esposa.
Entonces encuentra otra opción para llamar al 911. Abre el navegador Tor y oculta su IP. Ahora podrá usar Whatsapp con otro nombre. La aplicación pide que coloque su celular frente al código QR para establecer conexión. Lo hace, pero algo sale mal y el programa abre sesión desde su perfil real. Rápido, debo encontrar otra estrategia antes de que la chica vuelva, antes de que los dos estén en la misma habitación, antes de que…
—¿Qué estás haciendo? –pregunta Mugunghwa_97, reapareciendo en su pantalla.
El Innombrable advirtió la presencia del otro en la pantalla apenas entró. Corrió a ocultarse aunque el contraluz creado por las luces del corredor jugara a su favor. Pero tiene la cara descubierta, de otra forma no hubiera podido entrar al edificio sin llamar la atención, y no está tan loco para exhibirse teniendo en cuenta lo que vino a hacer.
El perfil de la chica, recortado contra el resplandor del monitor, reaviva la furia. Estuvo siguiéndola durante meses en las redes. Nunca más volvió a vestir las medias púrpura adornadas con siluetas de murciélagos, el largo pelo verde suelto sobre la escueta malla negra. Cuando volvió a encontrarla en la Convención de este año, estaba preparado. Ella llevaba el traje de Chun-Li. Minúsculas gotas de sudor corrían dentro de la red que apenas le cubría el pecho. Durante la sesión de fotos el Innombrable preparó el dispositivo de seguimiento comprado en Eso Es Mío. Le solicitó tomarse una foto con él, algo a que ningún cosplayer le negaría, ni siquiera a él. Al acercarse abrazó la cintura de Mugunghwa. Cuando se separaron, un alfiler, cuya minúscula cabeza lo guiaría enviando señales de GPS, había sido añadido al disfraz. Ella, excitada por el éxito y la adoración de sus fans, nunca se enteró.
Y ahora, cuando creía tenerla para sí, un imbécil se interpone en su camino. Odió al extraño. A su riqueza. Por tipos así, ansiosos por nuevos personajes, es que Morrigan había desaparecido. Lo desconcierta un poco, sin embargo, que el hombre tenga puesta una careta de Kung-Fu Panda. Evidentemente, es un recién llegado, alguien que no merece lo que paga. Recibirá una lección al respecto.
Del morral extrae un tantō de 30 centímetros. Una pequeña katana. Como a su hermana mayor, el maestro herrero trabajó el acero del tantō hasta convertir su lámina en un instrumento exacto. Uno capaz de aplicar un corte limpio como una navaja de afeitar.
La chica mira intrigada a la máscara inquieta. No imagina la impotencia desesperada que habita el cartón hasta que Martín se la quita, y aparece el rostro congestionado de un hombre maduro. ¿Un viejo?, pregunta Flor. Y es lo último que dice. El asco y la indignación crecen a medida que la boca de Martín se abre para pedirle algo que Flor jamás escuchará.
Él quiere cerrar los ojos, pero no puede apartar la mirada de la pantalla. Desde un costado, a la mitad exacta del cuello de Florencia, comienza a dibujarse una línea brillante bajo el reflejo del monitor. Avanza hasta cubrir por completo el cuello antes de hendir la carne. La fina línea pierde brillo, se engrosa a medida que la sangre comienza a brotar de la tráquea cortada. Luego desaparece por completo dentro de la herida convertida en fuente. El corazón, estremecido por el shock de adrenalina enviado al cerebro, vomita un buche de sangre liviana.
Flor trata de morder la mano enguantada que cubre su boca, pero enseguida pierde el impulso. Se apaga. La sangre continuará saliendo unos minutos más con ímpetu. Formará un charco coagulado sobre la alfombra.
Mugunghwa_97 es reemplazada en la pantalla por la cara ensangrentada de un desconocido. Un joven. El cabello peinado con gel forma una pequeña cresta sobre la frente. El rostro del extraño está serio. Evalúa el riesgo que puede significar Martín. Lo descarta con desprecio. Luego sacude el tantō, rociando el teclado con gruesos goterones. Se acerca a la mesa del living. Con el mantel se limpia el rostro y las manos. La espada desaparece dentro del morral. El Innombrable abre satisfecho la puerta y, antes de desaparecer, dirige una extraña reverencia de agradecimiento a Martín, al charco tibio o, tal vez, a la cámara.
Desde su casa, Martín observa la habitación ahora vacía, alhajada con unos pocos muebles baratos, dos cuadros en los que antes nunca se fijó, el eco plateado del monitor en la pared, y nada más.
Espera unos minutos para quitarse el disfraz. Borra el historial de navegación y corre a vomitar en el baño, rogando que no le esté dando un infarto. Cuando deja de temblar recoge la túnica, la máscara y los pañuelos cubiertos de semen. Los incrusta dentro de una bolsa negra que tira por el incinerador de la cocina. Se queda un largo rato bajo la ducha, los párpados apretados, la mente agradecida por la ausencia de imágenes. El golpeteo sobre el cráneo ahuyenta los pensamientos. Abandona la seguridad del agua cuando escucha las llaves girando en la puerta.
Se viste con ropa colgada en el baño y sale a recibirlos. Sus rostros, los muebles, la luz miserable, la calle oscureciéndose. Todo expresa una sola verdad inapelable. Así son mis días, acepta. Un infinito atardecer de domingo. Así viviré, vacío hasta el final.
Jorge Machado Obaldía (Treinta y Tres, 1961). Licenciado en Ciencias de la Comunicación (FIC/UDELAR). Publicó «Ritos de paso» (2018) y «Juguetes desatendidos» (2019) en Amazon. Recibió, lo deja escrito antes que el tiempo se lo lleve, algunas menciones: en España (Fuentetaja) por un microrrelato, en Uruguay en el 2º Concurso Maca Figari. Fatiga otros textos, acaso para asegurarse de que los premios obtenidos no fueron errores piadosos: el de “Vivencias” del programa homónimo (2020), el del “Yo te cuento Buenos Aires, VIII” (2021) y, recientemente, el obtenido en “Suspensivos II”, el concurso organizado por la “Semana Negra 2022”, que se publica acá por primera vez.
Delicatessen.uy publica este relato con expresa autorización del autor.