La bacanal de la grasa | Inmaculada Rodríguez

La Bacanal de la Grasa es una fiesta que se celebra el domingo de carnaval en mi pueblo, Zafra, situado al sur de Extremadura, al suroeste de España. Se trata de una fiesta muy popular, icónica para la ciudad, que cada año es más visitada por turistas. Pero antes de explicar en qué consiste la fiesta, debo analizar lo primero que llama la atención: el nombre y el origen de esta fiesta tan peculiar.

La palabra bacanal se refiere a “ciertas fiestas de la Antigüedad celebradas en honor al dios Baco” y en otra definición, a una “orgía con desorden y tumulto». 

Hace más de cinco mil años, en el mundo griego y romano, durante el mes de febrero se celebraban fiestas en honor a sus dioses, Saturno, en el caso de los romanos, y Dionisio, o Baco, en el de los griegos. En la época de transición del invierno a la primavera era cuando se realizaban ritos de purificación coincidiendo con el despertar de la naturaleza. 

Los romanos celebraban la abundancia de la tierra con banquetes y bailes, vestidos con ropas y máscaras que personificaban a su dios. Por unos días, dejaban a un lado las obligaciones y jerarquías.

En Grecia se celebraban las bacanales y las Dionisias. Estas últimas con procesiones y representaciones de teatro, con la burla y el sarcasmo como referencia a su dios Momo, el dios de los escritores y poetas. En las bacanales se bebía sin medida. El culto primitivo era exclusivamente de mujeres, organizadas por las sacerdotisas bacantes, nombre que ha permanecido asociado a las orgías romanas, y procedía del culto al dios Pan. 

En la Edad Media, con el cristianismo, la fiesta tomó el nombre de Carnaval, procedente de “carnem levare”, que significa “quitar la carne”. El Carnaval precede a la Cuaresma, periodo de abstinencia y ayuno, por ello durante esta fiesta se permitía todo y, para salvaguardar el anonimato, la gente utilizaba máscaras y disfraces. El dios Momo, continúa, hasta hoy, vinculado a esta fiesta, fundamentalmente en Latinoamérica.  

En España, tras las prohibiciones durante la dictadura de Francisco Franco, el carnaval retomó su notoriedad en diferentes zonas del país. En Zafra, grupos de vecinos se unieron para poner en marcha la fiesta. Con el tiempo, mientras en otras ciudades como Cádiz, Tenerife y Badajoz, el carnaval aumentaba su convocatoria, en Zafra corrió otra suerte y se fue apagando.

En el año 1988, tras una reunión de amigos y colaboradores de la Universidad Popular de Zafra, Juan Santos Rincón Morales, con referencia al libro “El carnaval”, de Julio Caro Baroja, propuso organizar una fiesta de convivencia y participación ciudadana en el entorno de las plazas más populares de la ciudad, conocidas como La Grande y la Chica. Una fiesta donde la propuesta sería compartir “lo más nuestro”, el cerdo ibérico, en el marco del carnaval y su simbolismo. Una original manera de despedir a “Don Carnal” antes de la llegada de “Doña Cuaresma” y sus limitaciones culinarias.

El día de la Bacanal, en Zafra, es el día grande. Después de los desfiles y concursos de disfraces de los días anteriores, vecinos y visitantes nos disponemos a pasar un domingo de campo en el centro de la ciudad. 

El domingo de carnaval, desde bien temprano, los vecinos de Zafra acudimos, con nuestras barbacoas y utensilios, a las plazas Grande y Chica para ocupar los espacios habilitados y comenzar con los rituales que exige el evento.

Carnes y chacinas de cerdos criados en la zona, cuelgan de improvisados colgaderos entre las centenarias columnas de los soportales. Llenamos las mesas de viandas y las botas de vino pasan de mano en mano para calentar el paladar. El olor a los asados impregna el olfato y el ambiente es animado por la charanga con sus canciones populares. Al medio día es cuando el evento está en su máximo esplendor. 

En los últimos años, el toque dulce a la fiesta ha ido de la mano de la asociación Zafra Solidaria. En su puesto se pueden degustar bizcochos jugosos, magdalenas, perrunillas, bollos de chicharrones y otros dulces típicos y artesanos cocinados y donados por las voluntarias, que son acompañados por cafés, aguardientes y licores.

Y es durante la tarde, después del festín de carnes grasas y vinos de la tierra, cuando llega el momento más esperado, la procesión de “San Guarrín”. Una figura de cerdita adornada con volantes rizados y otros abalorios, que es paseada por las plazas abarrotadas de gente al ritmo marcado por la charanga y acompañada por sus “fieles”. La fiesta continúa hasta entrada la noche, hasta que el cuerpo aguante.

Con los años, la Bacanal de la Grasa presume de mantener buen pulso y contar con el apoyo de los vecinos y visitantes. Una fiesta que este febrero ha cumplido 34 años, que ha superado la pandemia y que simboliza la puesta en común y la armoniosa convivencia de un pueblo. 

Fotografías José Víctor Pavón Lorenzo