Redu, la ciudad de los libros | Alejandro Gamero

Hace casi 40 años los libros salvaron al pequeño pueblecito de Redu, en Bélgica. Su población se estaba reduciendo rápidamente, el trabajo prácticamente había desaparecido y las familias se estaban mudando a un lugar más próspero. Sin embargo, a mediados de la década de 1980, un grupo de libreros se mudó a varios graneros vacíos del pueblo y transformó el lugar en una suerte de imán literario y libresco. Entonces, el pueblo, de unos 400 habitantes, se convirtió en la sede de más de dos docenas de librerías, que atraían a miles de turistas.

Pero eso fue en el pasado. Ahora más de la mitad de las librerías han cerrado. Algunos de los libreros han muerto y otros se mudaron cuando ya no podían seguir ganándose la vida. Muchos de los que quedan tienen ya más de 70 años, y no están seguros de que el negocio se mantenga vivo cuando ellos se hayan ido. No es solo las librerías lo que está en juego. Es la identidad de Redu. El lugar se consideraba como una de las ciudades del libro. Hasta sus farolas y los cubos de basura están adornados en motivos bibliófilos. Pero, ¿qué sucede cuando lo que antes era la atracción principal deja de ser tan atractiva? Este es el desafío al que debe enfrentarse ahora Redu.

Redu ocupa un lugar destacado en la historia de las ciudades del libro, un título que se originó cuando un excéntrico británico trajo cientos de miles de libros a la ciudad galesa de Hay-on-Wye en la década de 1960. Richard Booth, que murió en 2019, transformó Hay en la capital mundial de los libros usados, consiguiendo atraer a numerosos libros y abriendo una media docena de librerías propias. El éxito de Booth inspiró a otras comunidades en decadencia y decidieron imitarlo con la esperanza de atraer a turistas y reactivar sus economías. Redu fue, ni más ni menos, el primer imitador.

Gracias a una visita a Hay a finales de la década de 1970, un vecino de Redu, Noel Anselot, trató una estrategia similar para su casa de fin de semana. El domingo de Pascua de 1984, unas 15.000 personas se acercaron a ver los libros usados que se vendían en establos abandonados y puestos callejeros del pueblo. Muchos libreros decidieron quedarse y después vinieron más, junto a un ilustrador, un encuadernador y un fabricante de papel. Era una multitud ecléctica y contracultural. El pueblo había renacido.

Ahora, con apenas una docena de librerías, ya ha quedado lejos el esplendor pasado. «La clientela está envejeciendo y desapareciendo», dijo el propietario de La Librairie Ardennaise Paul Brandeleer, que estuvo entre los pioneros de la Semana Santa del 84 y cuyo catálogo incluye tomos con cientos de años de antigüedad. Brandeleer, que dice poseer unos 30.000 libros, cree que cuando ya no esté irá a la basura. Para el propietario de Bouquinerie Générale, Bob Gossens, los libreros de Redu son como los galos que se resisten al Imperio Romano, que vendrían a estar representados por las grandes compañías tecnológicas. También lamenta Gossens que muchas de las visitas que tienen vienen como si vinieran a la exposición de artefactos de otra época de un museo en lugar de venir a una tienda donde comprar libros.

Lo que le pasa a Redu forma parte del ciclo natural de una población pequeña. Si se quiere que sobreviva, una nueva generación deberá tomar el relevo en algún momento. En ese sentido, uno de los intentos más interesantes para reavivar la comunidad es el museo de arte interactivo Mudia, que abrió sus puertas en 2018 y que exhibe obras de Picasso, Rodin y Magritte. Gracias a este museo, Redu ha conseguido forjarse la reputación de destino para escultores y pintores. De seguir así, finalmente la ciudad del libro acabará convirtiéndose en ciudad del arte.

Delicatessen.uy publica esta nota con expresa autorización del autor. Originalmente publicada aquí