Teresa Korondi, corre corre | Laura Domínguez

Conozco a Teresa Korondi en tanto poeta y performer. Visito frecuentemente su poesía y ahora me encuentro con un texto en prosa que prefiero no clasificar.

Me enfrento pues al título “Corre, corre” y me pregunto si me invita a huir o si se referirá a ese modo de vivir a las corridas al que estamos acostumbrados. ¿Es una exhortación, un desafío? Un verbo conjugado en segunda persona invita al lector o quizás remita al yo de la enunciación en tanto aliento interior. Pienso que corremos si nos persiguen, si perseguimos una meta (perseguidor-perseguido) o, simplemente, recorremos las estaciones de la vida. Corre, corre: vive; quizás de eso se trata.

Abro el libro y, como he visto en otros textos de Korondi (en “Escandinavia”, por ejemplo), el primer enunciado es un posicionamiento subjetivo: “Hoy me levanté apurada”. Me demoré en encontrar el ritmo de la lectura como si también despertase a un nuevo día. Acaso porque el tiempo enunciado y descrito me invitaba a una lectura diferente: “No se trataba del tiempo que se estaba moviendo hacia el futuro, sino que para mí era como un cambio en el presente, como si el tiempo también pudiese tener forma y ocupase un espacio concreto y no algo que se percibía”. Por esta materialización en la coordenada espacial, no intento leer siguiendo solo una mera secuencia narrativa sino que me detengo en una experiencia poética con ritmos y parámetros que ameritan una experiencia diferente (¿acaso la poesía no es en cierta forma el tiempo espacializado?).

Recupero en este texto la lectura como experiencia musical en una dimensión vitalista que se ofrece al goce compartido de la comunicación. No me refiero solo a la recepción sino a cómo el texto es tratado y ofrecido al lector.

El libro está constituido por ciertas “estampas” concatenadas por un cuerpo que se traslada consciente de sí y se hace cargo de sus fortalezas, de sus debilidades; en fin, de sus emociones. Un cuerpo que se deja sorprender por lo que le rodea, por sí mismo y por los modos en que el universo todo se mueve. En algún momento del trayecto dirá: “Mi existencia se centraba entonces en respirar, estar viva, vibrando al compás de la redundante existencia del planeta. ¡¿Qué digo del planeta?! ¡Del universo entero!” La razón del viaje es rítmica, musical, razón poética.

Emprendí el recorrido convocada por un gesto de la voluntad: “Mi nuevo apostolado auto-infligido se hacía cada vez más poderoso en el camino. Cuantos más metros recorría más limpia me sentía.” A medida que el texto transcurre, voy percibiendo el impacto que el movimiento tiene en el cuerpo de ese “yo”. Y así como en el estado inicial expresa “sentirse soberbia”, más adelante dirá que se quiebran “involuntariamente las articulaciones de mis rodillas” y que “cansada iba arrastrando los pies”. Los talones se agrietan, las rodillas son muñones. En ese ritmo musical en distintos movimientos a manera de contrapunto, ese cuerpo, por momentos abatido, se encontrará liviano: su cabello “fresco y baboso”, las pestañas que “habían cobrado la delicadeza de la brisa”.

Transita las emociones, algunas presentes ante lo que se experimenta: euforia, decepción, rabia; otras evocadas: la ira de otros tiempos; un abanico de sentires a medida que el viaje avanza.

La voz es protagonista-testigo de una serie de “postales» en un paisaje entre las dunas y el mar. A veces, lleva la mirada interior hacia la evocación de otros viajes, como aquellos fundacionales con el padre. El texto despierta resonancias a partir de la vida que habita el paisaje en distintos planos: focas, caracoles, ballenas, pájaros; los personajes: la niña, el sepulturero, el aviador, el jinete, una muchacha juntando caracolas. El paisaje y los seres que lo habitan a veces se muestran amigables, a veces no.

La mirada se dirige tanto a lo minúsculo bajo los pies como a lo lejano, lo aéreo y hasta lo inabordable: un portal que ejerce su fuerza sobre el tiempo. Cada lector hará sus asociaciones dado que el texto se ofrece como una construcción que, en bucle, va de sí a la naturaleza, a las emociones y a la cultura para retornar al yo poético de otra manera. En mí resonaron Swift y sus liliputienses antes aún que estos aparecieran explícitamente; Carroll y su Alicia que habla de manera circunspecta a la Medusa y trata en algún momento de recuperar el cuerpo en su dimensión habitual; Murakami en una fantástica lluvia de peces; Saint – Exupery y el Pequeño Príncipe transportado por una bandada rumbo a un recorrido por diversas estaciones en las que podrá acaso detenerse pero nunca anclar.

Durante el camino sabe que no puede dejar de andar aunque se lastime, se caiga, pierda las fuerzas. Se vincula con los otros desde el desamparo o el apego que no es posesión“…sabía que no iba a detenerme ni enlentecerme para proteger a una desconocida”; siente fascinación “por las causas inesperadas que nos hacen recuperar la fuerza cuando casi nos estamos extinguiendo” y “…la posibilidad de los aciertos cuando se juntan las manos”.

Ese trayecto es también su “película privada” donde hay un director absurdo (¿un dios absurdo?) que así como dice “¡Corte! ¡CORTE!” luego dirá imperativamente “…andando, andando”. “Escuché el grito de un director enojadísimo que me dijo que me concentrara en la acción y que no dejase de prestar atención al guión…”

Las asociaciones con el cine son inevitables no solo porque en ese “episodio” se describe un set de filmación sino por las vinculaciones que este viaje tiene con el de Forrest Gump. Evoco el parlamento Forrest “mamá siempre decía que tienes que dejar atrás el pasado para seguir adelante”, y las palabras de Jenny “Corre, Forrest, corre”. Se trata de una invitación/exhortación para salvarse de quedar atrapado por el pasado, poner distancia y resignificar la vida.

El personaje de este texto, al igual que Forrest también corre. Atraviesa la noche, la tormenta, es alcanzado por el amor. El amor que es el emparejamiento, un ir a la par que forma parte del viaje.

Se hará preguntas y reflexionará en torno a ellas. “¿Qué recuerdo dejaría yo en los vivos o cómo quisiera que me recordasen?” Su respuesta enlaza el morir con el nacimiento en tanto “pérdida” inherente a la existencia “Uno no permanece para sentir el llanto de los que abandona, aún así la nostalgia se interpreta porque nacemos a partir de la pérdida”.

Si bien se hace la pregunta nacida de la angustia de la existencia “Me había dejado caer atormentada.¿Cuánto faltaba para llegar a alguna parte?”, el viaje no tiene sentido final ni clausura. De su recorrido retorna con una nueva mirada hacia lo suyo, de alguna manera extrañada y modificada por la experiencia una “mirada forastera” capaz, luego de tantas experiencias, de volver a maravillarse al ver lo festivo en lo cotidiano.

La vida es un fluir del cuerpo y de la conciencia como unidad inseparable, lo inamovible impide el encuentro con lo múltiple del mundo según planteaba Zambrano. Desde esa perspectiva leí “Corre, corre” en las tardes de playa; lentamente, sin urgencia. Me detuve en distintos momentos para contemplar el paisaje que me rodeaba, los habitantes; sentía la tibieza del sol, me regalaba baños de mar. Fue una lectura con estaciones.

Me he referido indistintamente a “estampas” “episodios”, “la voz”, “el protagonista”; esa indefinición responde a la voluntad inicial de no proponer una clasificación del texto al que solo me referiré vagamente como prosa poética. Se trata de un libro breve con imágenes, emociones y reflexiones intensas escritas con fluidez. La escritura no se resuelve en una sucesión de hechos sino en el amplio despliegue de sugerencias que, mediante símbolos, evocaciones e imágenes habilita una experiencia estética de encuentro y comunicación. Quien se acerque a él hará un viaje con resonancias propias; no le resultará indiferente.

CORRE, CORRE de Teresa Korondi Editorial Contexto Colección Iberletras, Chaco Argentina y Asociación Cultural Iberoamericana, Huelva, España. 2021

Fotografías: Laura Domínguez y Festival de Arte Activista Latinoamericana