El mimo que salvó a niños del Holocausto l Alejandro Gamero

Que la mayor parte del mundo sepa hoy en día lo que es un mimo se debe en gran parte a Marcel Marceau. Nacido como Marcel Mangel en 1923, Marceau creó al personaje a su personaje más célebre, Bip, para que fuera un rayo de esperanza. En un discurso que dio al recibir un premio en la Universidad de Michigan dijo que se había basado en elementos de la historia y del cine (no es difícil ver las referencias a Charlie Chaplin) y que el nombre provenía de un personaje homónimo de la novela de Dickens Grandes esperanzas.

Sin embargo, aunque Bip es sobre por lo que hoy se recuerda a Marceau, antes de crear ese personaje usó sus habilidades de mimo para otra razón: sacar a niños judíos de contrabando de la Francia ocupada por los nazis, siendo parte de la Resistencia. El propio Marceau comentó que había usado sus habilidades para mantener a los niños en silencio durante los momentos más peligrosos. De hecho, su talento para las imitaciones también podría haberle salvado la vida durante la guerra, cuando se encontró con una unidad de treinta soldados alemanes y fingió ser parte de un pelotón francés mucho más grande y convenció a los alemanes para que se retiraran.

En 1944 las tropas estadounidenses descubrieron sus habilidades. Su primera gran actuación fue en una tienda del ejército frente a tres mil soldados estadounidenses, tras la liberación de París. Gracias a que hablaba bien inglés, francés y alemán, durante ese tiempo ejerció como oficial de enlace con el general Patton. Al acabar la guerra, comenzó a estudiar para mimo en el Teatro Sarah Bernhardt de París, hasta que en 1947 creó a su personaje más icónico, Bip. La elección de un personaje mudo, también comentó, hacía referencia a la incapacidad para comunicarse de aquellos que habían conseguido sobrevivir a los campos de concentración (el propio padre de Marceau, Charles Mangel, fue asesinado en Auschwitz).

Sobre las interpretaciones que Marceau hizo de Bip, escribe la novelista Mave Fellowes en The Paris Review: «Todo lo que nos queda es el metraje, grabaciones borrosas y parpadeantes de sus actuaciones. Una figura solitaria en el escenario en un círculo de focos. Podemos ver la cara blanca debajo del sombrero maltrecho y observar cómo se mueve, pasando de una emoción a la siguiente como si alguien estuviera presionando los controles de una máscara. El atuendo es extrañamente espeluznante. El acto parece tomarse a sí mismo tan en serio que resulta ridículo. Pero cuando la figura sube por la escalera, sentimos que está subiendo. Cuando levanta la mancuerna, podemos sentir su peso ».