La incertidumbre | Osvaldo Quiroga

Todos los días nos despertamos con noticias sobre la pandemia. Algunas mañanas los títulos de los diarios y portales apuntan al aumento de contagios; otras prefieren centrarse en la cantidad de muertos y, casi siempre, nos cuentan las amenazas que se ciernen sobre nuestras vidas. Así vivimos. Y así todos los días morimos un poco. Porque convengamos que el daño psicológico ya está hecho. Llevamos casi dos años contando los muertos del día por la peste. Vemos con espanto que las nuevas variantes surgen de los países a los que el capitalismo no les envía vacunas. El egoísmo y la angurria suelen producir catástrofes.

Mientras tanto leemos. Y en lo personal celebro terminar el año con la lectura de “Contacto. Un collage de los gestos perdidos”, de Edgardo Scott, publicado por Ediciones Godot. Scott, escritor de una rara erudición y dueño de una prosa precisa y deslumbrante, escribe sobre los besos, las manos, la saliva, los abrazos, los cuerpos, el aliento y la palabra. Es decir, Scott reflexiona, casi como en un diálogo con el lector, sobre las cosas que fueron y son afectadas por la pandemia.

Reconozcamos que ya no besamos, ni nos abrazamos, ni vivimos como antes del covid. En el bellísimo capítulo dedicado a la palabra, Scott sostiene: “…la incertidumbre que se convierte cada vez más en algo temido, amenazante, incomprensible o insoportable; más que algo temido, la incertidumbre parece que genera horror, parálisis, el más completo anegamiento”.

Yo diría que nos queda la poesía. Porque los poetas siempre supieron construir poemas que daban cuenta del horror con belleza. Tal vez por eso coincido tanto con el autor de “Contacto”, cuando se anima a decir lo siguiente: “Pero en verdad no hay un virus en la palabra, la palabra misma es un virus; el lenguaje es el virus. Actúa como tal. Hoy, que estamos acorralados por un virus, tal vez convenga recordar que lo único que podrá salvarnos es la palabra. Y debo confesarlo: es en lo único que creo”.

Es verdad: sin palabras tampoco hay encuentros ni pensamientos ni deseos. La palabra es el erotismo que nos abre la puerta a la vida. No lo dejemos escapar. Que ningún instante nos sorprenda sin ese soplo vital, algunas veces desmesurado, pero siempre imprescindible, que es ser fiel al deseo propio.

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