La otra belleza | Alva Sueiras

La fuente de la eterna juventud

Fotograma de And Just like that

Hace algunos meses, en el marco de una reunión amistosa, alternando temas trascendentes y triviales saltó el nombre de Nicole Neumann. Por supuesto, no tenía ni la más pálida idea de quién estaban hablando. El caso es que según estas personas tan queridas, la doña estaba “hecha bolsa”. Picada por la curiosidad, recurrí a San Google y para mi sorpresa fui a tropezar con las fotos actuales de una mujer despampanante de pies a cabeza. Asombrada por la afirmación peyorativa de mis secuaces, le di la vuelta al celular para mostrarles las fotos diciendo: «¿En serio esto es estar hecha bolsa? Ya quisiera yo a mis cuarenta y cuatro tener un diez por ciento de la belleza que tiene esta mujer de cuarenta y uno».  La respuesta fue algo así como: «Claro, es que tú no la viste cuando empezó a modelar, era un bellezón». Lo sorprendente es que estas dos personas, de amplia solvencia intelectual, estaban comparando a una mujer de cuarenta y uno con la niña que pisó la pasarela por vez primera a los doce años, ¡a los doce! Paradójicamente, las personas expulsando del Jardín del Edén a la Neumann tienen sobrepeso y no destacan por el cuidado de su aspecto. 

Mas recientemente, en otra reunión, se habló con dureza del aspecto actual de Victoria Abril a raíz de su paso por MasterChef Celebrity en su edición española. Nuevamente estaban comparando a la Victoria de treinta primaveras que actuó en Átame en el año 1989, con la Victoria que hoy disfruta de sus sesenta y dos. ¿En serio? En todo este tiempo ha duplicado su edad y además, está estupenda. Tampoco, en esta oportunidad, alzaba la voz ningún modelo de estilo y belleza. 

Hace pocas semanas se estrenó And just like that, la segunda vida, veinte años después, de la mítica serie Sex and the city, protagonizada en su edición original por un grupo de treintañeras. Lógicamente, tras veinte años, las protagonistas andan en los cincuenta, con sus canas, sus patas de gallo y otras muestras naturales del paso del tiempo. La reacción en redes sobre el aspecto físico de las actrices fue brutal. El amparo del anonimato en redes alimenta esa misma crueldad con la que se despelleja en privado a terceros por su carácter de públicos, aun siendo para quienes critican, completos desconocidos. ¿Por qué nos empeñamos en esperar que por otros no pase el tiempo siendo tan autocomplacientes con nuestro propia condición física y emocional? Cuanto menos es para hacérnoslo mirar. 

Casos como el de Jennifer Aniston, Brad Pitt o Isabel Preysler, que parecen haber tropezado de bruces en la mismísima fuente de la eterna juventud, son a todas luces algo excepcional. Además, se trata de personas que viven, en buena parte, de su imagen. Parece descabellado usar esos modelos como objetivo personal y peor aún, pretender como mandato que los demás lleguen a los ochenta con el garbo de Jane Fonda, no way. En algunos casos puntuales se podrá llegar a la mediana edad hecho un adonis de revista, pero no va a suceder lo mismo con una aplastante mayoría de la sociedad. Invisibilizar las múltiples virtudes de la madurez a golpe de expectativas inalcanzables es un error que deja víctimas a su paso. Burlarnos del otro ridiculizando o cuestionando su aspecto aviva al monstruo de la frustración, los complejos y la insatisfacción. Nadie elige tener arrugas, celulitis, alopecia, presbicia, canas o un ingobernable aumento de grasa corporal. 

La belleza

Fotograma de Delicious

Los cánones de belleza socialmente incorporados atienden a criterios estéticos de espectro estático. Al menos así ha funcionado en las últimas décadas. El cine, la televisión, la publicidad y las revistas nos han invadido con aparentes mundos posibles que, en la mayoría de los casos, nunca se parecen en nada al nuestro. Nuestra casa, nuestra ropa y nuestro aspecto no están a la altura. Sin embargo, en los últimos años y muy especialmente en 2021, aquel mensaje que Dove lanzó hace décadas sobre la belleza real –y que además de mantenerlo lo ha convertido en su principal causa– parece estar calando. Grandes y no tan grandes marcas de moda están incorporando entre sus modelos a personas de distintas razas, estaturas, tallas y complexiones, diversificando el espectro social del concepto de belleza y fomentando la cultura de la autoestima, la confianza y la aceptación. 

En ese marco de un aparente nuevo paradigma que avanza desde distintos ángulos, me tropecé con Delicious, una entretenida serie británica en la que, Dawn French interpretando a la cocinera Gina Benelli, resulta irresistible en sus conquistas amorosas. Adoré el hecho de que la actriz tuviera sorprepeso, no por el hecho en sí, que a nivel de salud no es deseable, sino por la normalización de esa “deseabilidad” en condiciones fuera de los cánones de belleza tradicionales. El movimiento conocido como body positivity creado para empoderar a personas con sobrepeso cuestionando las fórmulas de percepción del cuerpo humano, se abre paso en el imaginario colectivo. En algunas marcas de moda, grandes y pequeñas, internacionales y de corte nacional, se empiezan a ver personas con complexiones distintas al modelo tradicional. Es importante que las personas con distinto talle, además de mostrarse de forma integrada en la publicidad, encuentren en esas marcas disponibilidad de talles. Al igual que con el greenwashing en materia de sostenibilidad, también existe, o al menos yo percibo, un body positivity washing: te lo muestro en la publicidad, pero luego no lo tengo disponible en tienda. 

En ningún caso este texto pretende ser una apología de la obesidad o del descuido del cuerpo, sino un reconocimiento a bellezas que se escapan del común denominador. Buscar nuestra mejor versión no debe significar forzarnos a ser quien no somos.  Encontrar y afianzarnos en nuestra singularidad, cuidando de nuestra salud física y emocional debería ser suficiente para nosotros y también para los demás.