Hay casi cinco horas de diferencia entre Praga y Montevideo.
En la ciudad del Puente de Carlos hace casi un mes que no sale el sol.
Quizá por eso sea difícil diferenciar un día de otro y la diferencia con la que hablamos no parece afectarle demasiado a Juan Pablo Bertazza, el escritor argentino que reside en República Checa desde hace un par años, cuando haberse ganado una beca de “Praga: ciudad literaria” le permitió ir a instalarse un año allí, estudiar, conocer el lugar y por sobre todas las cosas, escribir. De ese primer encuentro con la ciudad devino la primera novela, “Síndrome Praga” (Adriana Hidalgo, 2019). Según Beatriz Sarlo, “una historia puramente argentina”, en la que Rodrigo, un porteño joven, viaja a una ciudad que no conoce, con un idioma que no domina en absoluto para ser guía de turismo en un lugar totalmente ajeno, aprovechando la falta de regulaciones que la ciudad de Kafka presenta.
Ahora, sin embargo, mientras en Uruguay es la tardecita y en República Checa son casi las doce de la noche, Juan Pablo me cuenta que eso ya cuenta con leyes más estrictas y que, si bien no cree que su novela haya tenido nada que ver, no puede evitar sentirse un poco culpable por el asunto.
Esta vez, la excusa para la charla es la reciente aparición de “Alto en el cielo” (Adriana Hidalgo, 2021), una precuela de “Síndrome Praga” en la que Kafka, personaje secundario del primer texto, se convierte en la protagonista y, años antes de conocer a Rodrigo, viaja a Buenos Aires con una misión secreta, tan pragmática como mitológica: descubrir la ubicación del Golem, el personaje folklórico de la tradición judeo-eslava. Partiendo de esta extraña premisa, Bertazza se sirve del conocimiento de dos ciudades para construir un espejo donde Praga y Buenos Aires se ven a sí mismas dadas vuelta, lo que en una de ellas está al derecho, en la otra está al reverso. Al igual que en la primera novela, aparecen algunos personajes clave para la misión de la protagonista. Su mirada checa hace que la ciudad porteña la atraiga tanto como le produzca su rechazo. Borgianamente, se ve unida al sur de manera fatal. Al mismo tiempo, las novelas se hermanan con la siguiente fórmula; el ser checo se construye en Buenos Aires y el ser argentino se ve en Praga. Según Bertazza, el faro de lo extraño está en esa ciudad, pero queda claro que una de sus obsesiones es El Golem.
A mí me interesa mucho la leyenda del Golem. Acá en la República Checa empecé a indagar muchísimo, ya en cosas muy desconocidas, en otro nivel, gente que investigó mucho, gente que subió a la sinagoga donde supuestamente están los restos, gente que entró en otro circuito. Pero lo que yo trabajo en la novela es la versión de (Gustav) Meyrink, de su novela “El Golem”, de 1915, que fue un éxito en su momento, está considerado como uno de los primeros best sellers… pero una de las cuestiones interesantes que inventa Meyrink, que es de él, eso sólo aparece en la novela y en ningún otro lado de la leyenda, es que el Golem resucita cada treinta y tres años. Eso únicamente está en la novela de Meyrink. Y eso es lo que me interesaba explicar respecto de la historia Argentina donde todo vuelve “cada treinta y tres año”. De hecho una de las cosas que está en la novela es la nieve, el día en que nieva, que yo recuerdo mucho ese día. Fue un 9 de julio, del 2007, creo. Porque creo que nevó tres o cuatro veces en toda la historia, es muy interesante.
¿Cómo fue apareciendo el interés por El Golem?
Creo que la obsesión del Golem me llegó estando en Praga. Y creo que también es por Borges. Me cuesta pensar cuál fue el primer contacto, pero, no. Creo que es Meyrink, por la novela “El Golem”, a la cual probablemente llegué por Borges. Hay algo que es muy interesante, porque en Praga no le dan mucha importancia al Golem. Es importante y no al mismo tiempo, esa sería la mejor definición, porque es muy importante para los checos pero, ya totalmente, y de esto estoy convencido, no tiene el costado mítico, simbólico, que puede tener para nosotros. Es una comedia, para los checos es una comedia. De hecho hay una película muy famosa que se llama “El panadero del rey y el rey del panadero”, que es una película del 50´, la hace el gobierno comunista, pero es súper interesante porque toma la leyenda del Golem en la época de Rodolfo II, que tenía en su corte a los alquimistas, que eran chantas, pero también a los científicos más grosos del momento. Y los juntaba. El tipo estaba loco, era un gran coleccionista, tenía enanos, osos, era un demente, ¿no? Y es como que, lo que hace esa película de alguna manera es mostrar… digamos… se para en el reinado de Rodolfo II pero desde la ideología comunista para mostrar que el tipo es un loquito, un rey loco, que la sangre, la nobleza, no importan nada, lo que importa es el pueblo. Porque el panadero es el mismo actor que hace del rey y en un momento todos empiezan a confundir al panadero con el rey, y el panadero empieza a gobernar, y cuando el panadero empieza a gobernar hace justicia social, le da comida a la gente, bueno, después lamentablemente era todo mentira el comunismo. Pero es interesante cómo el tipo da vuelta la cosa de la aristocracia, es una crítica a la aristocracia, y habla del Golem. Y es una comedia. Es una comedia porque Rodolfo II está desesperado por encontrar al Golem y se empieza a poner nervioso cuando nadie lo encuentra. Tira cosas, rompe cosas, es un chiste la película y el Golem es, para los checos, eso. Es una comedia de un tipo gigante que es un misterio pero que, sobre todo, hace reír. Eso me impresionó mucho, después, claro que si indagás hay otras cosas que hicieron los checos, un poco más legendarias. Pero hoy por hoy es una relación desde la comedia. Me cuesta pensar en un paralelo con nosotros, es como la frase de Borges con los camellos del Corán, está tan adentro que no necesitás mencionar el camello. Es como para nosotros… pasa que el tango sí es algo mítico. Algo que sea tan rioplatense que no tengas que mencionarlo. Es algo importante pero nadie le da pelota, de hecho es más turístico que otra cosa, se venden remeras, esas cosas. Y algo que lo complejiza más es que es una historia judía, y quedaron pocos judíos. Es una leyenda constitutiva de Praga pero de la parte judía y la parte judía ya casi no existe, es algo folkórico. Entonces también tiene que ver con eso, en realidad.
¿Se produce una situación de cruce para hablar de Buenos Aires y de Praga con las dos novelas?
Es un cruce. Es hablar de Argentina cuando hablo de Praga y es hablar de lo checo cuando se habla de Buenos Aires. Esa es la idea. Es exactamente eso. En “Síndrome Praga” yo tenía mucha expectativa en lo que podía pasar en República Checa y ninguna en lo que podía pasar en Argentina. Y me di cuenta que fue al revés, que interesó más en Argentina. Pero es lógico, porque los checos ya sabían lo que pasaba, si bien en la novela se cuenta todo lo que tiene que ver con los guías de turismo. Se vendió bien igual en República Checa. Pero tuvo más recepción en Argentina, me parece que es… y eso lo dijo Beatriz Sarlo con claridad, es una novela sobre Praga pero terriblemente argentina, porque solamente un argentino puede hacer eso de ser guía turístico de una ciudad que no conoce. Lo que mostrás es una ciudad lejana pero con la esencia de otro país. En este caso Argentina.
Incluso entre una novela y otra, los personajes parecieran tener su reverso…
Definitivamente. Al argentino, eso sí se dijo mucho, lo miraban como alguien bastante estúpido, porque lo arrastran todo el tiempo. A mí la verdad que me parece valiente irse a vivir a una ciudad sin nada, como hace él, eso me parece que implica cierta valentía, pero las críticas que hubo como que decían eso; es un arrastrado, va yendo donde lo lleva la corriente, y es verdad, y creo que eso tiene que ver con lo argentino. Y por otra parte Katka viene acá, o sea viene a Buenos Aires, y bueno, digamos, tiene su método. Después, no le gustan un montón de cosas de las embajadas donde trabaja, que creo que es algo bastante checo, eso. Esa es la esencia. Ese era el gran desafío de la novela. Vos pensá que era escribir sobre una mujer checa pero en el fondo lo que se muestra es el pensamiento checo, entonces era un triple desafío. Eso fue complicado, ¿no? Creo que lo que menos me costó de todo eso fue el tema de género, pensar como una mujer. Fue lo que menos me costó. Pero la parte checa es difícil. Cambiar el chip. Está, en algún punto, en cosas que me empiezan a pasar a mí viviendo lejos. Está, por ejemplo cuando se toma el taxi y el taxista está escuchando música fuerte. Eso es una diferencia musical muy grande. Esta cosa de que vos vas en el bondi y la gente escucha la música fuerte sin auriculares, eso acá no existe. Lamenté no haberlo puesto en la novela explícitamente, pero es una diferencia cultural muy grande, entonces ella muestra todo ese rechazo ante algunas cuestiones. A mí me daba un poco de miedo de que se leyera como una especie de bronca mía con mi cultura, y la verdad que te aseguro que para nada. Y odio la gente esa que va a vivir a otro lugar y se pone resentida son su lugar de origen. Yo para nada, sí hay cosas que no me gustan, por supuesto, pero lo que hago es mostrarlo desde la perspectiva de una checa. Yo no pienso así. Hay cosas en las que puedo coincidir, como esto del ruido, pero otras no, otras con las que no estoy para nada de acuerdo, por ejemplo esto que dice en un momento de que el faro del idioma español es España. Yo estoy totalmente en desacuerdo con eso.
En “Alto en el cielo” pareciera que Kafka está menos sola que Rodrigo, en Buenos Aires la tiene a Delfina que es originaria de ahí…
Lo más parecido a Delfina que tiene Rodrigo sería Hus, pero bueno, la verdad que el tipo es un desastre. Lo confunde más de lo que lo ayuda. Delfina es el personaje que me convenció más en su transformación. Empieza siendo casi una caricatura y me terminó convenciendo mucho como personaje. Es una mina que ve señales en todos lados, que porque vio una remera de Kafka ya piensa que está predestinada para vivir en Praga, o que piensa que Kafka escribe en checo, pero después termina siendo una talentosa con el tema de la fotografía. No es para nada menor. Me interesa esa idea de personaje… a ver, esta idea que es tan común en las biografías pero no tanto en los libros, que es eso de la persona medio estúpida en la vida cotidiana, pero talentosa en lo artístico. Vos fijate que estamos impregnados de esa idea romántica en los grandes genios de la humanidad, pero no aparece en los libros eso. O sea, no aparece en personajes así, en general. Delfina es eso, es medio una tonta, pero que tiene talento y que termina teniendo razón, porque su teoría de los pasajes entre las ciudades es cierta.
Cuando escribiste “Síndrome Praga”, ¿ya estaba la idea de “Alto en el cielo”?
No. De hecho, tuve problemas. Cuando yo escribo “Síndrome Praga”, no la escribo pensando en que va a haber otro libro y que va a suceder antes, que va a ser una precuela, para nada. Entonces tuve una serie de problemas porque había algunas cosas que no coincidían y tuve que buscar ciertas soluciones, por ejemplo, te cuento una para darte un ejemplo concreto. Había una cosa que no me cerraba que era que en “Síndrome Praga”, en una charla que tiene Katka con Rodrigo le dice que estuvo viviendo cinco años en Buenos Aires, ¿no?, y por un tema argumental no podía pasar eso en “Alto en el cielo”. No podía estar más tiempo del que está. Entonces lo que hice ahí, me rompí la cabeza para ver cómo podía solucionar eso, y lo que hice es pensar; Katka es bastante mentirosa, primero, trabaja en el Servicio de Inteligencia, se entiende que no va a decir siempre la verdad, y en un momento para hacerlo bien claro, cuando se toma el taxi para ir a Bar Sur, el taxista le pregunta “¿cuánto hace que estás viviendo en Buenos Aires?” y le dice “cinco años”, le miente al taxista, y ahí fue como buscar el truquito para salvarme de esas cosas. La idea surgió después, una vez publicada “Síndrome Praga”. Me gusto lo que pasó con la novela. Fue un libro que siento que me dio mucho, de hecho, me termina dando la posibilidad, de alguna manera, de venirme a vivir acá. Y sentía que tenía que trabajarlo más, como que me faltaba algo. Y eso lo dije alguna vez, y esto lo escuché en boca de muchos escritores de que no, de que hacer una continuación es medio de pajero, de perezoso, que hay que inventar otra cosa. Y para mí es al revés, yo creo que tenés que trabajar mucho en una continuación, porque tienen que coincidir un montón de cosas, porque tienen que ser verosímiles dos libros, no uno, y porque en definitiva seguís trabajando un libro cuando hacés una continuación.
La esencia argentina, ¿está en ese juego con el comienzo de “Aurora” que dice “alta en el cielo…”?
En realidad era más un juego, simplemente, para hablar de Chalecito Díaz, que es clave, y del Golem, porque el Golem está alto en el cielo dentro del chalecito. Pero la verdad es que mientras escribía la novela, por azar, ese azar medio raro, termino encontrando en Youtube, un video de José Cura en Praga. Es bastante conocido acá. Y me quedé muy impactado con ese video, tiene como una magia el tipo, tiene un carisma, hace una introducción hablando de la importancia de la canción “Aurora”, habla de quién la compuso, de que se presentó en el Teatro Colón, todo en inglés, porque obviamente no sabía checo y es más, empieza diciendo “les voy a hablar en inglés y no sé si me van a entender, pero en algún momento alguien le va a poner subtítulos porque lo van a pasar por la tele”, era como una botella al mar tirada a ver si alguien alguna vez le iba a entender. Y dice “aurora quiere decir la salida del sol aunque sé que en este país ustedes casi no lo pueden ver”, y todos se empiezan a reír a carcajadas con esa frase. Y ahora hace como un mes que no sale el sol, literalmente acá, y ahí me terminó de cerrar con la parte esa de José Cura. Yo creo que, en primer lugar, lo veo con las adaptaciones del libro cuando pasa al cine, tuve que hacer un ejercicio similar de selección. Con qué personaje quedarme, primera decisión, no podía poner a todos, quería poner personajes nuevos porque eran otras locaciones, no podía mover a todo “Síndrome Praga” a Buenos Aires, entonces ahí decidí dejar afuera a Rodrigo, el protagonista, que había sido un personaje muy fuerte, porque me interesaba que hubiera otra historia de amor por motivos de argumento y ahí apareció el personaje de Octavio. La única que quedó fue Kafka y esa fue la primera decisión, te diría, ver con qué personajes me quedaba. Y después ver cómo metía a los personajes nuevos en el universo de las dos novelas.
- Es difícil porque el personaje en la segunda novela es el mismo pero no tanto…
El “no tanto” es fundamental. Porque es eso, es coincidir pero “no tanto”. Lo pensé un poco como lo que dice Delfina de los parecidos, que es un poco una teoría mía, que lo que importa de los parecidos no es que sean dos iguales, sino el que tiene algo, un pequeño aire, y por ahí son dos personas completamente distintas y eso lo hace sobresalir más al parecido. Y acá yo pensé igual, pensé que el personaje de Katka tenía que seguir una línea de continuidad y también pensé que fuera lo opuesto de lo que es en “Síndrome Praga”, y eso creo que está tal cual. La Katka de la primera novela ya pasó por Argentina, entonces ya tiene la experiencia y es como una latina más, en cambio la Katka de “Alto en el cielo” no ha pasado por esa experiencia y aún es checa. Hay mucho más de lo checo, eso es clave. Y el otro ejemplo clarísimo es que en “Síndrome Praga” no coge, y en “Alto en el cielo” se la pasa cogiendo.
- Y como escritor y residente, ¿qué diferencias y similitudes ves vos entre Praga y Buenos Aires?
Me parece que tienen muchas diferencias, muchísimas. La diferencia más clara tiene que ver con el trazado de las calles, es muy simbólico eso en dos aspectos; Buenos Aires tiene una estructura que se llama damero, que son esas calles cuadriculares, que es bastante aburrido en algún punto, vos sabés adónde vas todo el tiempo, es imposible perderse. Y Praga es todo lo contrario, es más del callejón zigzagueante que te va llevando andá a saber dónde. Y otra diferencia es que Buenos Aires no tiene altura, es una estructura llana. Praga tiene muchas elevaciones, sin tener montañas por supuesto, pero tiene todo el tiempo elevaciones, es muy difícil andar en bicicleta en Praga. Esa es una diferencia bastante grande que la comento un poco en la novela. Y creo que las semejanzas tienen que ver con dos cosas; tienen que ver con cierta importancia de la arquitectura. Eso sí, Buenos Aires tiene un arquitectura del carajo, pese a todo lo que le hicieron, porque, por supuesto no está cuidado, es horrible el caos arquitectónico que hay hoy. Pero te encontrás con cosas que no existen en otro lugar del mundo, el Teatro Colón no existe, el Palacio de Aguas Corrientes. Eso te habla mucho de Argentina, primero puro fondo, pura superficie, el Palacio de Aguas Corrientes eran los tanques de agua que, para que el barrio aceptaran esa estructura construyen esa cosa palaciega alrededor, pero todo superficial. Y para mí la cultura argentina, y no porque ahora viva acá, es para afuera, es todo mostrar. Yo tengo la sensación de que no hay un mundo interior, nos completamos con la mirada ajena. En Buenos Aires vas caminando por la calle y te mira todo el mundo. Parece una boludez, pero me agota eso. El contacto visual es permanente. Acá vas caminando y vas en tu mundo, es como un abismo el otro. Y esto sí lo digo en la novela, el símbolo del Palacio de Aguas Corrientes es que es un mix arquitectónico, hermoso, pero es un mix arquitectónico caótico de estilos. Hay barroco, hay clasisismo, renacentismo, es Argentina eso. Y otra cosa es que casi todos los países hicieron algo en ese edificio, menos los argentinos. Está la anécdota que es real, de que el escudo de Buenos Aires, que lo hicieron los ingleses, está mal hecho. Eso te da cuenta de mil cosas clave de la cultura argentina. Esa es nuestra parte frívola. Todo tiene matices, porque también uno puede pensar que si se vive para afuera, en el fondo hay una vulnerabilidad que te vuelve muy profundo. Pero yo soy de pensar así, que todo es muy complejo y que no existe blanco o negro. Los argentinos somos frívolos, superficiales, y no sé si es malo eso.
- Ambas novelas están escritas desde una mirada de crónica de viaje, sin embargo, terminan siendo lo opuesto, especialmente con su parte fantástica…
La crónica, para mí es un género muy sobrevalorado. Irónicamente, en un punto, la escritura de las novelas parece crónica pero hace todo lo contrario a la crónica, o a lo que hace la autoficción. “Síndrome Praga”, parece un libro de autoficción, además es un diario, entonces podría pensarse “ah, es él que cuenta Praga ahora que vive en Praga”, pero no tenemos nada que ver el personaje y yo. Yo ni en pedo me iba a vivir a otro país sin nada como hace Rodrigo. Yo me vine con una beca y con trabajo. O sea, no soy yo para nada. Estoy completamente de acuerdo, la idea era mostrar lugares que todo el mundo conoce pero que nadie ve. Y al respecto del chalecito (el Chalecito Díaz) también es una metáfora de algo que vimos mil veces pero que pensamos que lo vemos por primera vez. Yo, la primera vez que lo vi, fue poco antes de venirme a Praga. Iba caminando por 9 de Julio, levanté la mirada y vi allá arriba algo que dije, “¿qué carajo es eso?”, era la primera vez que lo veía. Evidentemente yo lo había visto al chalecito, y me parece que es una metáfora de lo argentino, de ver cosas siempre por primera vez. Incluso lo ves en las notas periodísticas, y yo hice una nota en La Nación. Y es como que cada seis meses aparece una nota que dice “hay un chalecito arriba de un edificio”, siempre se lo descubre. Es un poco parecido, ahora, a la idea de que Kafka era humorista, y todos lo dicen como si fuera la primera vez, “no, miren que Kafka en el fondo se estaba cagando de la risa”, y hace cuarenta años se sabe eso. Tampoco todo, no creo que todo Kafka sea humor, me parece muy exagerado. El chalecito es la metáfora de eso que siempre vemos por primera vez, de que siempre nos da la sensación de que es la primera vez que lo vemos. Lo digo para entender la repetición de la historia argentina, fracasa un gobierno y parece que hubiera fracasado por primera vez. Eso simboliza el chalecito.
¿Escribís fuera de época teniendo en cuenta que tus novelas tienen un carácter fantástico y la moda es hacer crónica y autoficción?
Yo tengo la bandera de la ficción. En mis novelas se utiliza la crónica para ir exactamente al punto opuesto donde va la crónica. Y creo que sí, que son novelas fantásticas. Nadie quiere ser turista y nadie quiere ser considerado escritor fantástico, yo me la banco. A mí me interesa la zona gris entre lo que se explica y lo que no.