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Apenas damos doble vuelta a la llave los problemas del mundo se esfuman y llega la calma, no importa si vivimos en un palacio o en una colmena de apartamentos. Es algo que llevamos en la sangre.
Cierta vez vi descubrí las crías de una perra salvaje. Había cavado una cueva en el borde de un tajamar o había aprovechado una cueva de nutria. Los gatos salvajes deben aprovechar cavidades de los árboles, pues apenas un gato ve una caja, se mete dentro. Es algo que lleva en la sangre.
La pregunta que, apuesto mi vida, nunca te hiciste, es cómo era el nido del antecesor del hombre primitivo. No me refiero al Neanderthal ni al Australopithecus, me refiero al nido del animal del que venimos o si querés, al nido que hacíamos en el exacto momento en que empezamos a ser hombres, el momento del inicio del habla.
Los animales sobrevivientes más parecidos a lo que fuimos son el chimpancé, el gorila y el orangután, pero no venimos de ellos, sino que, aparentemente, ellos y nosotros venimos de un mismo antecesor. Somos primates como ellos, pero éramos más pequeños, presumo, y vivíamos en los árboles, pues nada cuesta imaginarlo y la caverna, por ahora, debes descartarla: el hombre bajó del árbol, y con ver jugar a un niño, con ponderar la importancia que el árbol tiene en nuestra vida, y con advertir su significado como símbolo del Universo, pocas dudas podrían quedar.
En cuanto al tamaño, fuimos creciendo desde los treinta centímetros, al menos, hasta el Homo Erectus y el Neanderthal, desde allí, disminuimos algo, pero crecimos, adoptamos el andar erguido, nuestro cerebro se incrementó, y al mismo tiempo, en rigor, antes, nuestros órganos sexuales ganaron en tamaño y complejidad.
Las causas del crecimiento devienen de que somos un animal en expansión, un animal que se convierte en el verdadero rey de la selva, se perfecciona, domina diferentes geografías, amplía su dieta, y en suma, desarrolla sus capacidades al máximo, o al menos, más que el resto de los animales, y al incidir la cultura, esto es, al incidir el habla, se amplía la capacidad de desarrollo físico de la especie y podemos organizarnos para sostener a la hembra preñada, que puede destinar nueve meses a la gestación, y nos organizarnos para defender al niño durante esos años en que se encuentra indefenso. Con ver cómo camina un potrillo apenas nace, nos hacemos una idea de la indefensión del cachorro humano.
Los chimpancés, gorilas y orangutanes hacen con hojas sus nidos en los árboles, y el pigmeo hace con hojas su choza en la tierra. Cuando bajamos de los árboles nos enseñoreamos de la tierra, fue la primera conquista geográfica del hombre. Para ese momento ya habíamos creado toda una estructura de defensa, sobrevivencia y ataque, pero en los primeros tiempos, saltando de rama en rama, no teníamos la menor protección contra el leopardo.
Este asunto del leopardo, sospecho, junto a aquel otro asunto de cómo sacarse de encima al macho dominante de la manada, debe haber sido el primer problema que trató la palabra. En la noche, de súbito llega el silencio, prueba de que se acerca el leopardo, si es que el olfato no lo había anunciado antes. Vendrá por uno de nosotros y el único escape es que devore al otro. Ya se ven los ojos que relumbran en la oscuridad. Es el merodeador nocturno.
Nos cuesta creerlo, pero por millones de años dormimos acechados por el merodeador nocturno y eso quedó impregnado en la memoria de la especie. Un día nos cansamos del leopardo y lo cocimos a pedradas cuando ascendía, o lo llevamos a una trampa y ahí lo masacramos, vaya uno a saber, pero luego de derrotado el enemigo, el auténtico Satán, no costó mucho encarar al otro enemigo, el que se creía dueño de las hembras. Nos cuesta creerlo, pero por millones de años dormimos acechados por el merodeador nocturno y eso quedó impregnado en la memoria de la especie.
Ya lo sabemos, creamos leyes. Decidimos poner límites a nuestra humanidad, a nuestra animalidad. Somos la única especie que para su beneficio, se limita. Somos polígamos, un hecho evidente, pero para nuestro beneficio, decidimos ser monógamos, aunque nos cueste. El leopardo fue vencido, el padre abusador fue derrotado, todo aquello que había generado innumerables conflictos, todo un pasado sanguinario, crímenes originados por los celos y un estado de guerra permanente, fue declarado prohibido al establecer lo que estaba más allá de lo humano, lo humano que estaba más allá de lo humano, como cosa del Diablo.
En cuanto a la impronta de este merodeador nocturno, ahí tenés a Drácula y a los vampiros que aparecen en variadas mitologías, y como prueba más cercana, la maravillosa canción de Bon Scott «Night Prowler», y sin embargo, la prueba más elocuente la tienes en ti mismo y en tus miedos, y más que nada, en tus desafíos.
No es por azar sino como resultado de una fina investigación, una fina investigación en la que le sirvieron sus pacientes, la historia del arte, y una sensibilidad maravillosa, que Sigmund Freud concluye que el origen de todo trauma no es otro que un complejo de Edipo mal resuelto. Cada hombre, en su vida, debe repetir lo que la humanidad ha hecho en su Historia: vencer a su padre, y salir a buscar a la hembra, es decir, a la vida, por fuera de su manada.
Conquistada la hembra, o atraído el macho por la hembra, ya que no sabemos quién es el cazador y quién la caza, sea como fuere que sea esta danza en la tierra que reedita la danza en el cosmos, una y otro irán al nido, pues todo lo que existe desea perpetuarse.
Hoy, lo que existe se perpetuará en una cama de espuma en la tierra, o si vivís en un apartamento, en una cama de espuma en las alturas, pues la vida en el árbol no se olvida ¿Cómo sería aquel nido de hojas? ¿Cuándo fue que se lo cubrió con la primera piel del animal cazado? ¿Lo habrá construido el macho o, con toda seguridad, la hembra?
De aquel amoroso nido viene la especie y toda la Historia del Hombre.