Levantando la sábana | Omar Adi

Hay almas en pena y hay almas que dan pena, queridos lectores.

Y por acá hay mucha almita en oferta y pocas almas grandes, aunque éstas nunca estén en pena.
Y también hay desalmados, que es peor.
En estas crónicas intentaremos escuchar esos rumores que se mueven en el aire sin importarnos demasiado si pertenecen a un prócer o a un amigo, que estamos ayunos de próceres en la barra.

Pascal Quignard, seguramente temblando, decía que el espanto es el signo del fantasma. Pero en verdad los que andan en la vuelta por este pueblo no asustan a nadie.
Son como el pobre fantasma de Canterville a quien no tomaban en serio aunque fueran hombres buenos si hay alguien bueno en este lugar.

Hay muchos gasparines jodones, algunos triviales, que hacen que el café con leche se revuelva solo, con su energía menor.
Si focalizamos el objeto fantasma con cierto rigor, debemos estar de acuerdo en que su poseedor debe estar muerto porque de no ser así, está de vivo.
Y han existido asusta viejas al cabo de los años, cuya única herramienta era una sábana y un buuu emitido con un salto en la penumbra.
Por definición, el fantasma es difuso. Si se le ve bigote, moco en la nariz o carencia de un incisivo, puede ser Tito, el vecino, pero nunca fantasma.

Veamos el fantasma como sujeto y objeto.
En estos pagos, la característica distintiva es la sábana.
Nada de resplandor, sombra, plasma, cadenas que se arrastran, gaitas en la noche del castillo sombrío. Si no hay sábana, aquí no hay fantasma.

La sábana del fantasma de pueblo tiende a desmejorar con el paso de los años. Fantasma trajinador se conoce por su sábana gris, raída y sucia. En su arrastre, lleva puchos, tierra, escupidas de mate, hojas secas, algún condón.
Esos son los fantasmas viejos y pobres que más que asustar dan pena.
Después están las sábanas estampadas, venidas del Chuy en tiempos pretéritos, pero se trata de espectros poco serios.
Con respecto a lo que hay adentro de la sábana, existen diversas opiniones. Algunos dicen que no hay nada y otros replican que si no hay nada debemos dejarnos de joder con este tipo de conversaciones.
Pero en verdad hay fantasmas de diversas complexiones: altos, gordos, flacos. El que menos asusta es el fantasma enano siempre que uno se percate de que no es fantasma de niño, que ése sí pone los pelos de punta.
Hay otra variedad de apariciones invernales que viene con acolchado. No son creíbles.

Está también el fantasma que se asusta a sí mismo. Vive gritando y ya casi nadie le cree.
Fantasma que emite gases es inefectivo porque se delata: la sábana se infla en la zona del trasero y los niños se ríen y las ancianas se burlan.
Otro fantasma risible es el fantasma en moto, de sábana al vuelo sin presencia alguna debajo. Si lleva casco, pueden aplaudirlo los paseantes.

No es fácil ser fantasma y gozar del respeto de la comunidad.
Y en nuestro pueblo, a poco de observar con atención, se adivina casi siempre en algún lugar de la sábana el logo de la Colonia Etchepare.
Entonces, muchos escépticos dicen que fantasma puede ser, pero loco fantasma es demasiado. Porque el fantasma suele ser regular en sus apariciones en cuanto a lugar, hora y circunstancias y lo que tiene el loco es la imprevisibilidad.
Se sabe también de quienes no califican para fantasmas y habitan en algún limbo de olvido.

Lo que eriza la piel es cuando se te acercan todos juntos lentamente, te van rodeando y emiten un sonido quedo, susurrante y luego un primer grito apagado y otro y al rato un repentino alarido que luego, rodeándote, son dos, tres, cien y así.
Henry James decía: si no puedes creer en ellos, no los molestes.
Me estoy sintiendo rodeado.
Algo estoy haciendo mal.