Hasta el surgimiento de la abstracción en el siglo XX, el arte se preocupó en representar la realidad, de contar una anécdota, en fijar un momento histórico, un personaje relevante o un dogma religioso. Los temas no sufrieron demasiadas variaciones, han sido siempre los mismos. La investigación de los artistas, sus búsquedas y variaciones se pueden percibir en el campo formal. El tema o la anécdota literaria no han sido más que una excusa para desarrollar diferentes discursos formales. Donde lo que se articula son los elementos pictóricos o escultóricos, siempre abstractos, siempre concretos.
La maestría y aportación de los artistas no estuvo dada por la temática elegida, que muchas veces era impuesta por tratarse de encargos de la nobleza, la burguesía o el clero. No era el tema la materia de trabajo del artista. Aunque se puedan citar ejemplos donde el tema está tratado de manera novedosa, quebrando dogmas religiosos o valores morales, son siempre excepciones, interesantes y valiosas, pero no hitos fundamentales en el desarrollo del arte. Si en ellos nos centráramos, dejaríamos fuera la casi totalidad de la producción y evolución artística.
Con esto no pretendo afirmar que el tema y la anécdota no sean materia de estudio. Sin duda aportarán mucho al entendimiento de momentos históricos, ideologías, contextos socio económicos, etc. Son las aproximaciones históricas, sociológicas o antropológicas las que toman ese aspecto de la obra, el que menos la define como obra de arte. A esta literatura que ronda a la obra de arte, sin meterse en su esencia, podemos sumar las notas biográficas. Los estudios biográficos de los artistas pueden ser interesantes para entender una trayectoria, conocer fuentes e influencias, comprender el proceso creativo individual. En ningún caso estas cuestiones dan valor a una obra, desde el punto de vista artístico. Una vida más o menos agitada no genera interés plástico.
Estas aproximaciones serían enriquecedoras si no olvidaran el aspecto plástico, definitorio de una obra de arte. Al realizarse un análisis puramente exterior, cualquier obra es valorada por elementos accesorios. Este camino equivocado nos lleva a destinos errados. Así, muchas obras sin valor plástico alguno, son consideradas relevantes por una lectura historicista, sociológica, psicológica, etc. pero no por una lectura plástica.
Cualquier elemento o acción de la vida del hombre puede aportar información sobre su época, la ideología dominante o las costumbres o valores sociales. Como cualquier álbum familiar nos brindará información biográfica de un individuo, pero no por ello debemos considerar obras de arte a las polaroid del primer baño en la playa.
Las vanguardias del siglo XX batallaron por obtener mayor libertad creativa. Una de las zonas liberadas, fue el tema. La propia pintura pasó a ser el tema principal. Sin necesidad de ocultarse detrás de relatos literales, los elementos formales tomaron el protagonismo a cara descubierta. El arte abstracto es el ejemplo más contundente.
Se hizo evidente la separación entre la sustancia y lo accesorio, lo determinante y lo anecdótico. Si bien esta división amplió las posibilidades de investigación formal para muchos artistas, otros optaron por usar el tema, la narrativa, el concepto, como materia de trabajo. Liberados en este caso de los elementos formales, se dieron y se dan a divagaciones y propuestas sin ningún interés plástico.
Separados el trigo de la paja, se han quedado con la paja.
Los análisis literarios, psicológicos o sociológicos encuentran en estas propuestas mayor posibilidad de desarrollo. Comparten el lenguaje y la materia de trabajo. En un proceso de retroalimentación, críticos y artistas contemporáneos se necesitan. Por un lado, las propuestas herméticas o mudas, necesitan de traducciones, interpretaciones, justificaciones que les den voz. Por otro, son la excusa para crear discursos literarios, divagaciones de pretendida trascendencia, crítica social, reflexión pseudo psicológica o filosófica. En algunos casos, las obras no son más que ilustraciones o herramientas que el curator utiliza para crear un discurso.
En una entrevista, el humorista Juceca (Julio César Castro) regala a su entrevistadora una pequeña cajita:
“Te regalo esta cajita, es algo muy valioso, es increíble la cantidad de cosas que se guardan fuera de ella.”
Como fuera de la cajita, son interminables los conceptos, reflexiones y discursos que pueden crearse fuera de las obras vacías.
El artista contemporáneo delega la tarea de transformar la realidad en obra de arte. Le basta con señalar lo que se quiere transformar en obra de arte, para que el trabajo sea realizado por el espectador o por el crítico. El artista ya no es creador, apenas recolector o Rey Midas, una firma-marca.
“El arte vivo es la aventura de lo real. El artista enseñará a ver no con el cuadro sino con el dedo. Enseñará a ver nuevamente aquello que sucede en la calle. El arte vivo busca el objeto, pero al objeto encontrado lo deja en su lugar, no lo transforma, no lo mejora, no lo lleva a la galería de arte. El arte vivo es contemplación y comunicación directa. Quiere terminar con la premeditación, que significa galería y muestra. Debemos meternos en contacto directo con los elementos vivos de nuestra realidad. Movimiento, tiempo, gente, conversaciones, olores, rumores, lugares y situaciones. Arte Vivo, Movimiento Dito. Alberto Greco.”
Si el artista no es creador, no transforma la realidad, abandona el lenguaje plástico y con él su materia de trabajo, ¿por qué es considerado artista? Las obras de arte deberían ser las que definieran a su creador como artista. Sin embargo en el arte contemporáneo es el artista el que define qué es obra de arte. No se es artista por producir obras de arte y al mismo tiempo cualquier cosa es obra de arte por ser producida, cuando no encargada, recogida o simplemente señalada, por el artista. La paradoja es evidente.
En 1961 Piero Manzoni enlató su propia mierda en 90 latas y tituló a la obra “Mierda de artista”. En 2007 una de esas latas se vendió por 96.774 euros. Otras de las 90 latas se conservan en las colecciones de museos como la Tate de Londres o el MACBA de Barcelona.
Todos estos elementos se llevan al paroxismo en la obra “La artista está presente” de Marina Abramovic.
En la exposición que el MOMA organizó en 2010, cada día la artista permanecía durante 7 horas y media sentada en una silla. En otra silla frente a ella el público se sentaba durante unos minutos. Eso es todo. Cientos de páginas, minutos de cine y televisión se han dedicado a esta performance.
La nada absoluta, ni forma ni tema. La artista no necesita ni siquiera señalar, recolectar o firmar algo. No necesita hacer nada, ya ni siquiera tirarse de los pelos frente a una cámara, como en alguno de sus videos, le basta con estar. Su sola presencia es una obra de arte.
Los elegidos
A Marina Abramovic el MOMA le pagó la friolera de 1.000 dólares por cada hora de performance. Una recompensa muy considerable por no hacer nada, por estar sentada.
El estado español gastó 400.000 euros para llenar su pabellón en la Bienal de Venecia con escombros. Con seguridad la artista española Lara Almarcegui no tuvo que coger con sus manos una pala.
Si el artista no necesita realizar obras de arte para ser artista, ¿qué lo hace artista? ¿Qué diferencia a un artista de otro? ¿Cómo muestra su talento, su maestría? Enviar embalsamar un tiburón, contratar un transporte de escombros o sentarse en una silla sin hacer nada, son acciones que la mayoría de la población puede realizar sin mayor dificultad. No es necesario ningún talento, ningún oficio, ni siquiera se ha de ser muy imaginativo. ¿Por qué entonces estas acciones son valoradas y pagadas a algunas personas con título de artista y no a otras personas con o sin ese título? El capricho de algunos académicos, la astucia de grupos de especuladores, el azar, son los determinantes, no el talento y el oficio. Basta repasar las obras de muchos encumbrados artistas contemporáneos para encontrar la total ausencia de talento, la repetición hasta el hastío de propuestas vacías.
Las obras no tienen valor intrínseco, propio. Necesitan ropajes, pátinas y oropeles para ser consideradas valiosas. Sin la majestuosa puesta en escena en museos y fundaciones, sin los textos tan pretenciosos como vacíos de académicos y críticos, sin los suntuosos catálogos donde se reproducen, nadie los reconocería como objetos valiosos si los encontrara en la calle o en un desván.
La paja los ha alimentado, los curators han aumentado de peso. Son ellos las hadas madrinas de algunos elegidos, tocan con su bolígrafo mágico las calabazas propuestas por artistas contemporáneos para transformarlos en carrozas. Son mesías capaces de emular el milagro de los panes y los peces, hasta llenar los museos y bienales de lo mismo.
En este mercado del arte tan cercano al capitalismo financiero, tan alejado de la economía real y del arte verdadero, los mercaderes no necesitan artistas. Pueden inventarlos según sus necesidades. Ya no dependen del trabajo creativo de un individuo con talento, con oficio y experiencia. El volumen de producción es fácilmente controlable e inagotable, cualquier caprichosa reunión de objetos e incluso una simple acción puede ser considerada una obra de arte. Siguiendo la comparación con el capitalismo financiero podríamos decir que se trata de “obras de arte suprime”.
Reacción
Como reacción a este desolador panorama, algunos han visto en el arte figurativo, imitativo y hasta hiperrealista el remedio a la enfermedad. La amputación del arte abstracto o no imitativo es considerado el tratamiento ante la peste. No parece importarles que en esa amputación se pierdan los mayores aportes de las vanguardias del siglo XX a la historia del arte.
Para defender valores plásticos quieren volver a encerrarlos en corsés figurativos. Se ahorran así la tarea de afinar la mirada, la sensibilidad y la inteligencia. En el ansia de encontrar la tranquilidad y la seguridad de la certeza, confían en que la capacidad imitativa de la pintura o la escultura son garantía de calidad artística. Pero la belleza, la armonía, la magia es alquimia que se genera con elementos abstractos, con manchas, colores y líneas, con formas y con vacíos, con elementos formales más allá de lo que esos elementos puedan representar o no.