Entrevistas imposibles: Carlos Gardel en Medellín | Hebert Abimorad

Carlos Gardel por Hermenegildo Sábat

Estoy en el vestíbulo del aeropuerto de Medellín para entrevistar a Carlos Gardel, en paso por la ciudad. Al fin, después de tanto insistir, me concedieron solo unos minutos, por eso me traje la grabadora para que todo quede documentado.

Estoy a la espera, veo que va llegando gente, que seguramente se embarcarán en alguna de las dos aeronaves estacionadas en la pista. Una es de SACO (Sociedad Aérea Colombiana) y la otra de SCADTA (Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos). En la primera viajará Gardel, al mando del primer piloto, el número uno de la aviación colombiana, Ernesto Samper. En el otro avión, el alemán Ulrich Thom, se dice que es miembro del Partido Nacional Socialista en su país. Para todos es conocida la rivalidad entre estas empresas, y hay quienes rumorean que los dos pilotos no hace mucho tiempo, se retaron a duelo, y que el alemán alcanzó a herir a Samper en un brazo. 

En el momento que veo a un hombre, más bien gordo, morocho y engominado, rodeado de un séquito, mi primera impresión es la de un grupo de mafiosos sicilianos. Pero no, porque Gardel me distingue y se me acerca, como si hubiera encontrado en mí al periodista uruguayo que lo va a entrevistar, cosa cierta. Mientras se va acercando, sus compañeros se quedan conversando, pero sin perder de vista al artista. Creo que tiemblo al ver aquella masa de hombre y una voz que me dice: ”Sólo tenés unos minutos para preguntar. Así que empezá nomás hermano”.

Enciendo mi pequeña grabadora, y me mira entre desconfiado y cachador, pero su seguridad es tal que no comenta nada. No hay donde sentarse y parado, le pregunto:

¿Don Carlos, usted es uruguayo?

Mira pibe, empezamos mal, pero igual te voy a contestar. Pero antes te voy a decir que tenes la opción de sólo de tres preguntas. Así que ya gastaste el primer cartucho. 

¿Pero, es usted uruguayo?

 Te puedo decir que mi país es Argentina.

¿Pero nació usted allí? 

 No creo que eso le interese a nadie. Gardel sonríe, como que no quiere que le toque el punto. Pero yo vuelvo a la carga

¿Es usted entonces francés?

 No amigo, soy rioplatense.

El pibe Piazzolla dice que usted habla como un uruguayo.

Mirá, dejá que ese crezca un poco más. 

¿Sus amores, señor Gardel? 

 Mirá que sos pesado yorugua. Te metés en todo. 

Si querés un nombre de mujer, mi vieja Berta. Si querés dos, te podría agregar Isabel del Valle, todo el mundo lo sabe. Pero terminamos. 

¿Por qué? 

 Para ella soy un viejo y un trotamundo. 

La última, Don Carlos. ¿Por qué su enemistad con Razzano?

 El oriental siempre será mi amigo. Mi nuevo apoderado se llama, Armando Delfino. Aquí está su tarjeta, si tenés más preguntas arreglate con él. ¿Tá?

Bueno, chau botija, que te vaya bien. 

Lo veo irse y ya se encamina al avión. Me quedo para mirar su despegue. Encienden los motores y comienza a deslizarse por la pista. Miro mi Seiko, y son las 15 horas y 16 minutos del 24 de junio. Cuando ya ha recorrido el avión unos doscientos metros, de repente, hace un giro de 30 grados y se va contra el otro. Doy vuelta la cara para no mirar, solamente oigo la explosión. Gritos y gente que corre, pasajeros que saltan por las ventanas, del avión en llamas. Una tea viviente se me acerca, se tira al suelo y rueda. Lo trato de ayudar tirándole agua con un balde que encuentro a mi lado. Me mira desesperado, mientras su cara quemada busca el contacto con el agua derramada en el suelo, unos enfermeros lo recogen y se lo llevan en una ambulancia. En el instante que me mira, reconozco a mi entrevistado. 

Me quedo unos días más en Medellín para saber qué fue de Carlos Gardel.

Busco y pregunto, y nadie lo vio. Excepto yo.

Corro, corro, me apeo al 156, que me lleva al Cerrito.