Este es el título del grabado número 43 de la serie “Los Caprichos” que Francisco Goya publicó en 1799.
La serie de 80 estampas es una crítica a costumbres, creencias y valores opuestos a las ideas defendidas por la ilustración y la razón.
Quizás hoy estos grabados cobran nuevamente especial vigencia.
La pandemia ha impuesto la renuncia a la lógica, por lo tanto a la razón y al entendimiento.
Sólo es posible el intercambio de ideas, la búsqueda de la verdad, el avance de la sociedad o la ciencia, si los discursos, ideas y propuestas se hacen siguiendo los preceptos lógicos. Si los planteos que se realizan no son coherentes desde el punto de vista lógico, no podemos rebatirlos, discutir sobre ellos y llegar en último caso a alguna clase de acuerdo, resulta imposible, porque la comunicación se hace inviable si no obedece a la razón y la lógica.
Pueden existir otras formas de comunicación, en especial en el arte, más vinculadas a aspectos sensoriales o emotivos. Pero en ningún caso podemos adoptar estas formas de comunicación para expresar ideas, discutir la realidad o llegar a acuerdos. El mundo de la razón y la inteligencia se mueve dentro de parámetros lógicos, renunciar a la lógica es abolir el pensamiento racional.
Un razonamiento, debe ser primero que nada correcto en su forma. Una deducción debe cumplir con las reglas que la lógica establece para los silogismos. Lo mismo sucede con el método científico, es necesario cumplir con determinados pasos y con la formalidad exigida, para proponer como válido un resultado o una conclusión.
La locura, la pérdida de la razón, que vivimos desde hace más de un año puede comprobarse en diferentes aspectos de la pandemia.
A continuación propongo un intento por mostrar la repetida ausencia de lógica en todos los aspectos de la pandemia, ordenando los ejemplos en diferentes temáticas.
Por empezar por lo más reciente: Las vacunas.
Todas las voces oficiales, la ortodoxia Covid, está de acuerdo en que las vacunas no evitan que los vacunados enfermen o transmitan el virus. Es decir, que es una premisa por todos aceptada. Por obvio que resulte, vale decir que quienes no reciben la vacuna también pueden enfermar y contagiar.
¿Qué sentido tiene entonces la exigencia de un pasaporte sanitario?
Si el sujeto “A” no está vacunado podríamos plantear el siguiente silogismo:
Las personas no vacunadas pueden transmitir el virus.
“A” no está vacunada.
“A” puede transmitir el virus.
Para el otro caso, donde el sujeto “B” está vacunado, diríamos:
La vacuna no evita el contagio.
“B” está vacunado.
“B” puede contagiar.
Si en los dos casos la conclusión deductiva es la misma, qué sentido tiene el pasaporte sanitario? Resulta lógico ver que el sentido NO es sanitario y nada tiene que ver con los contagios.
A partir de esta misma premisa, podemos ver lo incoherente que resultan otras afirmaciones o definiciones. La OMS, cambió la definición de inmunidad de rebaño y estableció que la misma se conseguía mediante la vacunación masiva. Otra vez, no resulta lógico afirmar que con la vacunación se obtiene inmunidad de rebaño si la vacuna NO inmuniza.
Por agregar otro ejemplo al abandono de la razón en relación a las vacunas, ¿qué sentido tiene vacunar a las personas que ya pasaron la enfermedad y por lo tanto adquirieron una inmunidad natural?
Los valedores de las vacunas son además firmes defensores de los test PCR como prueba diagnóstica de Covid19. Bajo la premisa que los test son fiables y detectan la presencia del virus, se diseñaron todo tipo de estrategias y un sin fin de medidas fueron y son de obligado cumplimiento. En esta serie de medidas impuestas, lo único que no se impone es la lógica.
Veamos:
Los test PCR son fiables.
“A” tiene un PCR positivo.
“A” ha sido infectado.
Por otra parte:
Las personas infectadas que sobreviven (a propósito son más del 99.8%) generan anticuerpos.
“A” tiene PCR positivo
“A” está inmunizado.
¿Bajo qué premisas o siguiendo qué razonamiento podemos afirmar que “A” debe ser vacunado?
Ampliando la visión sobre las vacunas, también podemos pensar qué sentido tiene que en muchos países se vacune a los niños contra la Hepatitis B, siendo esta una enfermedad de transmisión sexual. Como veremos, el abandono de la razón y la lógica no ha comenzado en el año 2020, pero sí ha llegado a su paroxismo, o no, ya veremos.
Varas de medir
Para que los datos sean comparables es necesario establecer pautas que nos permitan mesurarlos con el mismo criterio. Otra vez el sinsentido pandémico desecha una mínima lógica es y abandona la razón. Por una lado, se cuentan como muertos Covid a todos los fallecidos que hayan dado positivo a una PCR en los últimos 28 días, sin importar la cusa de muerte. Por otra parte, no se establece ninguna relación entre la vacuna y las muertes que suceden después de la primera dosis, pero que se producen antes de los 14 días posteriores a la segunda dosis.
Por ser más claros: para considerar que una muerte puede estar vinculada a la vacuna debe producirse después de 14 días posteriores a la segunda dosis. Si alguien muere atropellado por un camión 28 días después de haber sido positivo en un test PCR, es muerto Covid, pero si muere luego de recibir una primera dosis de sustancia experimental, ni siquiera se considera la posibilidad de que la inyección esté vincula a ala muerte del inyectado.
Tampoco guarda ninguna lógica la realización de test PCR por encima de 22 ó 24 ciclos de amplificación. Los propios fabricantes de los test advierten que la fiabilidad de los mismos decae notoriamente a medida que se aumentan los ciclos de amplificación. Si lo que de verdad se persigue es la detección de los infectados cuál es la razón para utilizar un test de tal modo que se obtengan resultados NO fiables?
En medicina siempre ha sido decisivo el diagnóstico clínico. Sin embrago, frente a esta enfermedad los médicos parecen renunciar al conocimiento acumulado durante la historia de la medicina. Ya no existe el diagnóstico clínico, sólo un test realizado de tal manera que la única certeza es que el resultado será incierto. No parece que la razón guíe esta decisión.
Correlación y causalidad
La vacunación masiva en muchos países se ha visto acompañada por un incremento en las muertes e internaciones por Covid.
Con buen criterio lógico, la ortodoxia Covid, afirma que un hecho puede darse al mismo tiempo que otro, pero que ello no implica que sea su causa. Afirmación, esta vez sí lógica y por lo tanto atendible. Lo que parecen olvidar es que la correlación no implica que NO haya causalidad, muy al contrario cuando la correlación se detecta en diferentes países del mundo de forma reiterada, debe ser considerada un indicio y por lo tanto ser examinada.
Al hilo de esto, sólo con la razón dormida se es ciego a la evidencia de que si esos dos hechos se suceden, vacunación masiva y aumento de muertes y contagios, la vacuna no está funcionando. Aunque se quisiera descartar a la vacuna como causa, por un acto de fe, aún así la razón y la lógica nos harían ver que no son efectivas.
Frente a este razonamiento se dice que hay que esperar para ver los resultados. Esto es tan válido como decir que las muertes generan inmunidad y son la solución, ya que en todos los países después de los picos de muerte, la gráfica desciende. Tan absurdo es pensar que las muertes son el remedio como afirmar que las vacunas son efectivas.
La correlación sí les resulta ser causalidad si se trata de un test PCR positivo dentro de los 28 días anteriores a un deceso.
Correlación y causalidad son utilizadas también para explicar la desaparición de la gripe.
La causa de esa desaparición se explica por las medidas anti-covid. Esa correlación se vuelve causalidad, sin mayor necesidad de prueba. Sin embrago esas medidas también se corresponden en espacio y tiempo con los aumentos de casos, la circulación comunitaria del SarsCov2 y la muerte de personas.
Las medidas resultan 100% efectivas para el virus de la gripe y otros virus respiratorios, pero parecen ser ineficientes para el Sars-Cov2. Este hecho no merece ninguna explicación racional de los ortodoxos covídicos.
El sueño de la razón produce monstruos y es así que vemos a personas conduciendo solas en su automóvil, con las ventanillas cerradas y utilizando una o dos mascarillas. Monstruoso.
Medidas
Con un virus desconocido y una enfermedad supuestamente nueva, por recomendación de la OMS las autopsias se prohibieron. Justamente la especialidad que podía ofrecer información sobre las causas de las muertes y por lo tanto orientar los tratamientos adecuados, fue prohibida. Merecería una estampa de Goya, quizás de la serie de Los Caprichos o de Los Disparates o dado el costo en vidas humanas de tal decisión sería más adecuado un grabado de la serie Los Desastres.
Sin ninguna evidencia o indicio científico, se conjeturan posibles vías de contagio completamente disparatadas y caprichosas. En Barcelona se prohibieron los baños en las playas, porque no había prueba de que el virus no se transmitiera por el agua del mar. La lógica más elemental y el más básico método científico indican que lo que se debe probar es lo que se afirma y no al contrario. Si aceptamos esta transgresión a la lógica, infinitas actividades o conductas podrían ser prohibidas porque no se han demostrado seguras.
La lista de ocurrencias es larguísima, si además de las medidas adoptadas por los gobiernos sumamos la de los comercios, supermercados y cualquier empresa o entidad que establece sus protocolos sanitarios, tan absurdos como creativos. Por poner un ejemplo más: las bibliotecas en España ponían en cuarentena a los libros, medida que huele a Edad Media e Inquisición, los libros pueden ser peligrosos.
El más reciente disparate e insulto a la razón se ha dado en el proceso vacunatorio. En España, a los vacunados con una dosis de AstraZeneca se les ofrece la posibilidad de recibir una segunda dosis de otra vacuna. No importa que se trate de sustancias y tecnologías diferentes, sea una de ARN mensajero y otra de adenovirus vectorizado. Huelga decir que ningún estudio se realizó sobre las posibles consecuencias de este cocktail intramuscular. ¡Salud!
Un inciso aparte merece el trato que se le ha dado a los niños. Ha quedado más que demostrado que no enferman ni son importantes contagiadores. Esto quedó en evidencia desde el principio, así lo indicaban todos los datos en China o Italia, y hoy ha quedado demostrado por la experiencia mundial. Sin embrago se les ha destratado con saña. En España confinados durante 45 días, con menos derechos que los perros, los perros podían salir a la calle a dar un paseo. Se les niega el derecho a la educación, se les obliga a llevar durante horas una mascarilla, se fomenta la culpa (“por tu culpa puede morir la abuela”, se les adoctrina en “la nueva normalidad”. Ninguna razón epidemiológica, ninguna razón científica, nada de lógica y lo que es peor nada de empatía y humanidad
Censura vs. verdad.
En un ensayo reciente, Fernando Andacht relataba y analizaba un programa radial en el que los periodistas acababan admitiendo orgullosos que censuraban de modo consciente y sistemático cualquier voz disidente al discurso oficial. Lo más increíble es que se justificaban diciendo que realizaban esa censura para preservar la verdad.
Otra monstruosidad que este mal sueño produce: la censura es celebrada como protectora de la verdad.
La libertad de expresión, la pluralidad de opiniones, los derechos de las minorías, eran aceptados hasta hace no mucho como garantías de la democracia y de la verdad. La verdad era el resultado de la contraposición de ideas, del intercambio de opiniones, el enriquecimiento de visiones. La censura siempre estuvo asociada al autoritarismo, a la manipulación y la mentira, a dictaduras o dogmas inquisidores.
Con total desparpajo, los medios de comunicación, las redes sociales, los colegios de médicos, las autoridades políticas, se arrogan el derecho de determinar qué es verdad y se complacen en el aplauso recibido por ejercer la censura a modo de escudo sobre esa supuesta verdad.
Ninguna verdad que surja de la imposición, de la censura, puede ser considerada verdad. Mucho menos la verdad científica.
Qué débiles son los argumentos que necesitan de armas como la persecución, la censura, la difamación. Enclenques razones tienen quienes expulsan de los colegios médicos, multan, despiden, silencian a los críticos, para conseguir una verdad indiscutible. La verdad resultante es indiscutible, pero sólo porque se prohíbe la discusión.
Tampoco esta imposición de un discurso único surgió por generación espontánea con la pandemia. Hay importantes antecedentes que han preparado el terreno.
Otros discursos únicos se imponen sin permitir la más mínima desviación. Es así, que cuestiones loables como la igualdad de género se vuelven discursos dogmáticos que condenan el mínimo matiz. Se censura, se condena públicamente a cualquiera que ose apartarse del discurso dogmático. Se pretende borrar de la vida pública a quien sea acusado o exprese una opinión diferente o se pretende juzgar el pasado con valores del presente para reescribir la historia, descolgar cuadros, impedir la exhibición de películas o modificar cuentos clásicos.
La censura ejercida por la prensa y las redes sociales es tan monstruosa que varias cadenas de televisión interrumpieron un discurso de Donald Trump cuando era presidente de USA, porque dictaminaron que lo que estaba diciendo era mentira. Se arrogan la posesión y guarda de la verdad. Las redes sociales, espacios que se han vuelto fundamentales para la difusión de ideas, para la política o para cualquier comunicación masiva, tienen el desparpajo de cancelar la cuenta del mismo Trump. No se trata de defender las posiciones e ideas que el expresidente pudiera tener, se trata de mostrar el descomunal poder que ejercen los dueños de estas empresas que son capaces de dejar sin voz al mismísimo presidente de USA. Imaginen lo que pueden hacer con nosotros, simples mortales. No lo imaginen, es fácil de comprobar, miles de videos, post, tuits, cuentas han sido borrados.
Es otro de los atropellos a la lógica y la razón, pensar que si defendemos los derechos de un individuo, profesamos su ideología. En definitiva, quienes así argumentan creen que sólo los afines tienen derechos y libertades. Lo cual es evidentemente, además de injusto, ilógico. La libertad de expresión debe garantizar la pluralidad de opiniones, si no deja de ser libertad.
Ordenamiento jurídico
El conjunto de normas que nos rigen son un complejo sistema ordenado y por lo tanto lógico. No existe orden sin lógica y no existe justicia sin un sistema de normas claramente ordenadas y jerarquizadas.
Romper ese orden y jerarquía es desbaratar la lógica que lo rige. Nada más peligroso que un estado donde la justicia no se atiene a la forma y a la lógica. El individuo queda desprotegido.
En Uruguay, país con larga tradición democrática, se votó una ley que modificó el código penal para convertir en delito sancionable con prisión la transgresión de una norma sanitaria. El orden jurídico es violentado y se abre la puerta al autoritarismo. Con esta modificación, cualquier norma o reglamento, muy por debajo en jerarquía que el código penal, pasa a determinar un delito. Es decir, que autoridades locales o pequeñas entidades podrían dictar reglamentos sanitarios que tendrían la jerarquía de una ley penal.
El Parlamento Europeo votó una resolución donde explícitamente se determina que nadie puede ser obligado o presionado a recibir una vacuna. Que en ningún caso sus derechos y libertades pueden ser afectados por la decisión de vacunarse o no hacerlo. Sin embargo, la Comunidad Autónoma de Galicia dictó un decreto que sanciona con altas multas a quienes se niegan a recibir la inyección. En la jerarquía, el Parlamento Europeo está muy por encima de un gobierno autonómico.
Pero el pisoteo a la lógica es tan flagrante, que los propios gobiernos nacionales, saltándose la resolución del Parlamento Europeo, deciden que cruzarán sus fronteras sólo los vacunados.
Lenguaje
También el lenguaje es un intricado sistema lógico que venía siendo maltratado con la caprichosa idea del lenguaje inclusivo. Con la pandemia, como sucede muchas veces en política, el abuso de eufemismos es exagerado. El uso de unas determinadas palabras, para nombrar otras cosas diferentes, es un modo de forzar el lenguaje y por ello la lógica. La intención es crear, al nombrarla, la realidad que se desea. Lo primero fue el verbo, las cosas son cuando se nombran, pero si se usan unas palabras para nombrar cosas que no son lo que esas palabras nombran, si al sol le digo luna y a la noche día, trastoco la realidad de manera esquizofrénica.
Con este mecanismo nada inocente se va construyendo una ilusión, una realidad nombrada, que a fuerza de ser repetida insistentemente por todos los medios, acaba siendo percibida como la realidad.
Así, el poder de la palabra transforma a cualquiera que ose cuestionar la ortodoxia Covid en “negacionista”. Negacionista era hasta hace un año, la persona que decía que el holocausto de los judíos era una invención. ¿Por qué usar una palabra que ya tiene un significado, para nombrar a personas que nada tienen que ver con ese significado? Porque la intención es modificar la realidad y trasvasar el juicio negativo que se tiene sobre un grupo de personas a otro.
A los vacunados les llaman inmunizados, aunque no sean inmunes al virus, al menos no gracias a la vacuna.
Los asintomáticos son enfermos. El absurdo llega tan lejos que una farmacéutica en España sacó al mercado, medicamentos para asintomáticos.
Conspiranoico es aquel que ata cabos y ve relaciones de poder e intereses económicos detrás de determinadas decisiones e instituciones. Lo que antes podría ser considerado periodismo de investigación es hoy nombrado como paranoia delirante.
La mayor ruptura con toda lógica del lenguaje la encontramos en el oxímoron “Nueva Normalidad”.
La “Nueva normalidad” parece ser un mundo donde la lógica y la razón no tienen cabida.
Un mundo sin lógica, sin razón, es un mundo que promueve el autoritarismo. Si impera la sinrazón no existe el entendimiento, la incertidumbre es total y las decisiones son caprichosas, por lo que se da paso a la imposición como modo de convivencia.
Las medidas que resultan ilógicas si las analizamos desde un punto de vista sanitario se entienden perfectamente si el objetivo no es la salud sino el control social, la acumulación de poder, la normalización del autoritarismo, la imposición de la verdad dictada por unos pocos e impuesta con fuerza y miedo a todos.
Después de todo, es probable que este enorme disparate sí tenga lógica, que sí exista una razón detrás.