Brassens, ese viejo divertido y rebelde | Jaime Clara

Pequeña historia personal

Finalizaba la década del ’70 y en la radio de mi pueblo, CW 41 Broadcasting San José, los domingos a la noche, hacíamos, junto los amigos Wilson Ramírez y Dardo Sellanes, Panorama, que habíamos bautizado «el programa distinto de la radio de San José». No es el lugar para contar sobre aquella quijotada de adolescentes que hicimos durante la dictadura uruguaya. Entre las cosas que lo hacían «diferente» al programa, estaba la música, que pretendía ser original, para lo que en aquel momento se emitía. Una de aquellas marcas de identidad radial, llegaba del Servicio Cultural de la Embajada de Francia, que increíblemente me abrió las puertas con inmensa generosidad. Cada semana, me prestaban cuatro o cinco discos en vinilo, que religiosamente pasábamos en el programa, para luego renovar la oferta de música francesa. Aquella práctica nos permitió conocer a músicos, que de otra forma no hubiéramos conocido, entre ellos George Brassens. Recuerdo aquellos discos que impactaron. Sus letras, su desenfado, diversión, atrevimiento constante que después conocimos en versiones en español, como las de Claudina y Alberto Gambino (Brassens en español, disco que tenía en la tapa una caricatura de Hermenegildo Sábat) y las de Paco Ibáñez. Gracias a que, en aquella época, escuchaba radios del exterior a través de Onda Corta (SW) -lo que hoy es habitual gracias a internet o podcasts de radios extranjeras- me enteré de la muerte de Brassens el 29 de octubre de 1981. Aquella mañana montevideana estaba gris. Y me tocó, a mi, informar, por lo menos a los funcionarios del servicio cultural de la Embajada de Francia en Uruguay, de la muerte de una de las voces emblemáticas del siglo XX en su país. Recuerdo aquella mañana con total nitidez, aunque han pasado los años. Fue raro, y significó un incómodo orgullo haber sido el mensajero de tal noticia. Es que de aquella época, Brassens marcó mi gusto por la canción francesa y por una forma desenfadada de ver el mundo. En aquella época, concretamente 1986, en la Sala Dos de la emblemática sede de la Alianza Francesa (Soriano 1180) que se realizó un espectáculo basado en canciones de este anarquista inconformista, titulado Guarda el gorila, que juntó los talentos de actuación y canto de Myriam Gleijer y Carlos Banchero con la dirección de Alfredo Goldstein. Desde aquella época he tratado de escuchar y leer todo lo que he podido de Brassens. Tener sus discos, libros de poesía y mirar todo lo que hoy hay en internet. Hay mucho, pero siempre se descubre algo más. Si algún día tuviera que responder esa pregunta tonta que hacemos los periodistas sobre qué cosas se llevaría a una isla, no dudo en la respuesta: la música de George Brassens.

Georges Brassens (Sète, 1921-1981) Procedente de una humilde familia obrera, se trasladó a París en 1939, tras realizar estudios elementales, y trabajó en la factoría Renault. De ideología libertaria, militó en la resistencia francesa tras la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial. Colaboró con la publicación clandestina Libertaires y, en 1942, publicó su primer libro de poemas.

A principios de los cincuenta comenzó a grabar sus primeras canciones (Le gorille de 1951, La mauvaise reputation y Les amoureux des bancs publics de 1952, Chanson pour l’auvergnant de 1955). Su peculiar forma de hacer le lleva a ser referencia obligada para los intelectuales franceses del momento y sus periódicas presentaciones en L’Olympia son seguidas por públicos de más de una generación. El director cinematográfico René Clair, amigo personal del cantautor, le reclamó para intervenir como actor en el film Porte De Lilas. Mantuvo intacto su prestigio hasta su fallecimiento en 1981.

La simplicidad de sus canciones contrasta con unos textos llenos de ironía, de alto contenido político y crítica social. Admirado por el resto de los autores e intérpretes europeos interesados por encontrar en la música un medio de comunicación de ideas, sus temas han sido objeto de versiones en múltiples ocasiones por artistas no sólo ligados al Folk o a la canción de autor, sino también al Rock,

Brassens por Jaime Clara

Georges Brassens murió el 29 de octubre de 1981. Sus restos descansan junto a los de su esposa en el cementerio de Sète. Es lo más cerca posible que llegamos de cumplir su plegaria. Meses antes de morir, ya enfermo de cáncer, Brassens escribió Súplica para ser enterrado en la playa de Sète (*)

«Justo al borde del mar, a dos pasos del oleaje azul, cavad si es posible un pequeño agujero mullido, un buen nicho pequeño, cerca de mis amigos de la infancia, los delfines, a lo largo de esta playa donde la arena es tan fina(…). Esta tumba es un sándwich entre el cielo y el agua, que no dará una triste sombra al cuadro, sino un encanto indefinible. Los bañistas la usarán de paravientos, y los niños dirán: ¡qué bonito castillo de arena! Si no es mucho pedir, plantad, os lo ruego, alguna especie de pino que de sombra, que sepa proteger de la insolación a los buenos amigos que vengan con afectuosas reverencias a mi sepultura. (…) Pobres reyes faraones, pobre Napoleón, pobres ilustres desaparecidos enterrados en el Panteón, pobres cenizas de consecuencia. Envidiaréis un poco al veraneante eterno, que pedalea sobre las olas mientras sueña, que pasa su muerte de vacaciones.«

Esta es una de las más bellas canciones de Brassens: Testamento(**)

Me pondré triste como sombra
cuando el dios con quien siempre voy
me diga con la mano al hombro:
«Vete p’arriba a ver si estoy».
La tierra entonces y el cielo,
todo tendré que abandonar.
Aún estará de pie el roble,
el de mi caja funeral.

Antes de ir a hacer el oso
con las ánimas de Plutón
quiero otra vez estar celoso,
otra vez dar mi corazón.
Una vez más decir «te quiero»
una vez más desatinar
al deshojar el crisantemo,
que es margarita funeral.

Dios quiera que mi viuda sienta
al enterrarme un gran dolor.
Que no necesite cebollas
para demostrarme su amor
y que tome en segundas nupcias
esposo de mi calidad,
así podrá sacar provecho
de mis chinelas y mi ajuar.

Que sea dueño de mi esposa,
que beba y fume en mi hogar
pero que nunca ¡le parta un rayo!
mi jaca se atreva a montar.
Aunque no tenga yo ni pizca,
ni sombra de perversidad,
si tal hiciera, mi fantasma
le vendría a perjudicar.

Aquí yace una hoja muerta,
mi testamento se acabó.
Hay un letrero en mi puerta:
«Cerrado porque se murió»
Ya no me dolerán las muelas,
yo me despido sin rencor.
A la fosa común del tiempo
y del olvido ya me voy.

(*) www.biografiasyvidas.com
(**) Adaptación: Pierre Pascal